“Les dijo Jesús: «Yo he venido
a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
¿Pensáis que he venido a traer la paz a la tierra? No, he venido a traer la
división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán
divididos, tres contra dos y dos contra tres». Dijo también a la multitud: «Cuando
veis que una nube se levanta en occidente, decís en seguida que va a llover, y
así sucede. Y cuando sopla viento del sur, decís que hará calor, y así sucede.
¡Hipócritas! Sabéis discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo
entonces, no sabéis discernir el tiempo presente? ¿Por qué no juzgáis vosotros
mismos lo que es justo?».” (Lucas 12, 49-57. Me parece un trozo lleno de
significados de actualidad).
Guerra y paz, justicia y perdón, amor y sacrificios,
merecer y regalar, mirar y comprender, secundario e importante. Son conceptos
muy usados en nuestra vida normal y corriente, pero que el evangelio -la ‘buena
noticia’- de Jesús de Nazaret -ese diccionario de mano, para entender lo
esencial de la vida, que normalmente hemos entendido mal, como algo impuesto,
molesto e inútil-, usa de manera bastante distinta, y que no siempre aplicamos
correctamente. Y es muy importante saber qué realidad equivale a cada concepto.
O qué realidad significamos con cada concepto.
El ‘Principito’, de Saint Exupéry, en 1943,
afirmaba sabiamente: “Le langage est source de malentendus” -‘las palabras
originan malentendidos’-. Muchas expresiones españolas, tienen un significado
muy distinto, en países suramericanos -concha, paloma-. Incluso, en Andalucía, ‘fatiga’
se usa por el castellano ‘vergüenza’, o ‘pena’. En España decimos
que una persona está ‘llena’, cuando ha comido suficientemente; en
francés, no le preguntes a una mujer si está ‘llena’, pues pensará que
le preguntas si está embarazada. Solemos usar el apelativo ‘insólito’,
si algo nos parece terrible, extraordinario. Y, en su origen, la palabra
significa ‘lo no solido’, lo que no se ‘suele’, lo que no es muy
corriente.
También el modo y el tono, en que
se usan las palabras, pueden ser factores importantes de falta de
entendimiento. Dentro de la Psicología, la escuela que más los estudia es “El
Análisis Transaccional”. Explican que un tono concreto o un matiz de la
palabra elegida puede dar otro mensaje añadido. Para mí, el más significativo
fue el ejemplo de una conversación ‘normal’, como: “Pedro, procura
que no se te caiga la ceniza sobre la alfombra”. –“Es que no sé dónde se ‘esconden’
los ceniceros, en esta casa”. Ese ‘esconden’ es mortal: ¿lo
escuchas y respondes? Lío armado. Lo dejas pasar, te quedas fatal.
O un simple ‘sí’ o ‘no’:
“Entonces, ¿esta tarde vamos a casa de tu madre?” –“¡Sí!” Si le vamos
poniendo tonos a ese ‘sí’, podemos entender absolutamente, de todo: “Pues
claro, que la tienes abandonada”, “Ayer quedamos en eso, ¿no querrás ahora
dejarlo?”, “¡Eres una informal!” Seguro que todos tenemos experiencia de
haber escuchado un ‘sí’ o un ‘claro’, que, en el fondo, nos
quieren decir: “¡¿Pero tú eres tonto?!” O el castizo: “¡Que no te
enteras, Contreras!”
Hablando de la palabra ‘paz’, es muy distinto
referirse a ‘la paz de los cementerios’, ‘la paz de una tarde de
domingo’, ‘tengamos la fiesta en paz’, o ‘descanse en paz’, ‘¡déjame
en paz!’ -equivalente a un ‘ande yo caliente, y ríase la gente’-,
que a tener ‘paz interior’, estar ‘en paz consigo mismo’, ‘la paz
mundial’, ’la paz entre hermanos’, ‘felices los que luchan por la paz’.
El hebreo ‘shalom’ -שָׁלוֹם-
viene del verbo ‘shalem’, que significa ‘completar, retribuir,
compensar, devolver’. Por eso, se puede decir que, no es sólo la ausencia
de conflicto o la desaparición de hostilidad, sino que el ‘shalom’ -‘paz’-
significa también un retorno al equilibrio, a la justicia y la igualdad
integral.
Por un lado,
hay que reconocer que estamos cumpliendo una de las afirmaciones de Jesús: “De
ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra
dos y dos contra tres”. ‘El mundo de la familia, por mucho que se quiera
mostrarlo, como la cuna de todo bien, está, en una nefasta mayoría, destrozado,
desestructurado: más fuente de conflictos y generador de problemas y vacíos
afectivos’. Recuerdo una frase lapidaria, con la que estoy plenamente de
acuerdo, de la tristemente famosa, Lady Di -cuyos padres se habían separado a
sus 7 años-: “La enfermedad más universal y letal de nuestra sociedad es la
sensación de no sentirse querido”.
Por otro, los
problemas, crisis y conflictos personales, que llenan las, cada vez más
necesarias, consultas de salud mental, la falta de sentido, y las, lamentablemente
crecientes, muertes por suicido. ¡A cuántos de los ‘ninis’, habría que
añadirles: ‘ni sentido de la vida’! Muchos autores coinciden en que los
valores más necesarios son ‘el sentido de identidad y el de pertenencia’.
¡Y qué pocas personas los tienen!
Sumemos la
mala gestión que generalmente se ha hecho del ego, del deber, el aguante, la
tolerancia, los complejos, manías, caprichos, la superación de las
dificultades, fracasos, deseos, emociones, pasiones, de la dependencia, la
autoestima, la culpa, el miedo. Se cumple lo que ponía a la entrada de un ‘manicomio’:
“Ni están todos los que son, ni son todos los que están”.
Y, en tercer
lugar, en la humanidad entera -la ‘inhumanidad’-, predomina -por no
decir ‘reina’- el odio, la amargura, el egoísmo, el rencor, la envidia,
la ansiedad, el completo antihumanismo. Por desgracia, es muy general el
convencimiento: “Esta sociedad es un asco, porque todos van ‘a lo suyo’,
menos yo, que voy ‘a lo mío’.”
Por tanto,
como dice Jesús, para lograr una verdadera paz, hay que pelear mucho. Jesús
vino para darnos ejemplo de pelear contra el ‘ego’, el egoísmo, el odio,
la insensatez, el orgullo, la amargura, el odio, la avaricia, el deseo de poder
a cualquier precio, para que pudiéramos vivir en paz. Primero, la paz interior,
y, como consecuencia, la paz entre los individuos, las familias, las naciones,
las religiones; la paz mundial.
Y, no porque estemos llamados a ser héroes, que tengamos una vocación o misión especial, no porque nuestra utopía nos lleve a querer cambiar el mundo, o no sepamos lo que vale un peine. ¡No! Simplemente para vivir más contentos, para mantener un nivel de bienestar suficiente, para no vivir angustiados, ni amargados ni tristes. Para no hacernos la ilusión de que nos estamos construyendo un cielo, cuando, en realidad, estamos decidiendo, cada día, sin caer en la cuenta, hacer de nuestra vida un infierno.
Cualquier ser
humano debe pelear por la paz. Contra lo que sea y quien sea. No debería
permitir que le sometan -ni que se someta al mundo- a una continua y difusa
guerra, con localizaciones y motivos distintos y distantes. Y, menos, que se
mantenga a las personas en guerra eterna, en insufrible estrés, en amargura
profunda, en desorientación total.
Otra cosa
será el origen de ese egoísmo-individualismo-mal cuasi universal. ¿Nacemos
inhumanos? O, más bien, ¿nacemos humanos, y la sociedad -inhumana- nos va
inoculando, lentamente, por cauces y de maneras diversas -educación,
adoctrinamiento, gregarismo, miedo, culpa-, una personalidad -más bien, ausencia
de personalidad- vacía de valores, sentido y motivación, con la que casi todos
andamos perdidos, como drogados, dando palos de ciego. Palos, que, a veces, no
parecen tan ciegos, pues ‘todo está atado y bien atado’, para que el
rebaño camine con prisa al abismo, por rieles marcados e insalvables.
No olvidemos que ‘persona’, en la antigua Grecia, se llamaba a la careta que se usaba en el teatro: ‘el personaje’. Hace poco leí una frase genial del poeta vagabundo estadounidense, nacido en Alemania, Charles Bukowski (1920 – 1994): “Can you remember who you were, before the word told you who you to be?” -‘¿puedes recordar quién eras, hasta que el mundo te dijo quién debías ser?’-. Franz Kazka escribía: “Me avergoncé de mí mismo, cuando me di cuenta de que la vida era una fiesta de disfraces, y yo asistía con mi rostro real”.
Hoy día, en los
mundos de la psicología y la sociología, sobre todo, se debate sobre si el
hombre es bueno por naturaleza -como defendería J.J. Rousseau (1712-1778)-, y
es la sociedad la que lo hace malo; o si, al contrario -como dice Hobbes (1588-1679)-,
el ser humano nace ya egoísta y peligroso -“Mi miedo y yo nacimos juntos”, “El hombre es un lobo para el hombre”-.
También se
discute si nacemos ya con todo nuestro bagaje cultural, intelectual, musical, caracterológico,
sexual, o, por el contrario, todo esto lo vamos adquiriendo, según el ambiente
y el medio familiar, afectivo, social y religioso.
Yo parto de
la base biológica de que el embrión deja el útero materno, sin haber terminado
su proceso personal, a los 9 meses, por razones puramente de tamaño -cavidad
pélvica materna y volumen craneal del infante-, y parece que necesita otros 9,
para realizar su ‘acabado pleno’ -estamos creciendo y cambiando hasta la
muerte-, y me atrevo a afirmar que, al niño, cuando nace, le queda mucha
personalidad por definir.
De acuerdo con Charles Bukowski, creo que el personaje es el ‘constructo’ de todas nuestras reacciones, aquellos ‘mecanismos de defensa’, con los que nosotros vamos protegiéndonos de los continuos ataques, exigencias, mandatos, obligaciones, cumplimientos, provenientes de las diversas instancias ‘educativas’, más uniformantes que formadoras, de los que no podemos liberarnos de otra manera, que ir poniéndonos armaduras, caretas, con las que los dejemos satisfechos y nos dejen tranquilos.
También se
puede considerar que mi ‘personaje’ es mi modo de ir tapando y
olvidando, insensibilizando, ya que, no curando mis antiguas heridas; heridas
que todavía no han podido cicatrizar plenamente, pues no me he permitido verlas;
mi culpa y mi miedo no me han dejado mirarlas, por si baja más aún mi
autoestima y, de por sí muy baja, valoración propia. No puedo olvidar aquella
niña, a quien la maestra preguntó: “Luisita, ¿de qué te estás riendo? – “No,
Seño, no me río. Es que mi mamá me ha peinado muy tirante”.
Y,
probablemente, la mayor causa de este vivir, usando la careta que nos han
impuesto, sea el que sólo escuchamos y obedecemos las órdenes -antiguas y ya
inconscientes- de ‘ese mundo’. No escuchamos ni obedecemos los suaves
susurros de nuestro corazón -hay quien lo identifica con Dios-, que nos invita
a vivir, a despertar, a crecer, a madurar, a ser humanos, autónomos y críticos.
Vuelve a
sonar de fondo: “He venido para prender fuego a todos vuestros engaños,
personajes, complejos, miedos, culpas, inseguridades, todo aquello que os han
puesto -u os habéis metido, como defensa a esos ataques-, y que no es ‘vuestro’,
de vuestra naturaleza humana -llamada a ser plena-. He venido a ayudaros a ser
libres. A pelear por vuestra libertad, autonomía, y felicidad”.
Hace tiempo, daba una charla sobre estos temas en Montevideo, y vino, al acabar, una alumna del último curso -nuestro C.O.U.-, y me contó un cuento precioso: Un niño, de unos 4 años, pedía insistentemente a sus padres, que le dejaran hablar a solas con su hermanita, recién nacida. Los padres temían lo peor. Por fin, un día, con todas las precauciones puestas, le dejan. El niño se acerca a la cuna, y dice: “Bebita, hablame de Dios, que acá se me está olvidando”.
El momento
actual me parece especialmente apropiado para escuchar las palabras terribles,
apocalípticas del trozo de evangelio inicial. Seguro que los habitantes del
mundo de otras épocas han tenido esa misma sensación. ¿Quién no piensa que
debería venir un fuego del cielo y llevarse en llamas todas nuestras mentiras,
mafias, corrupciones, falta de sensibilidad y valores, de educación y sanidad,
de derechos y responsabilidades, incoherencias injustificables, hipocresías
patentes, injusticias sangrantes, pactos infernales, desigualdades flagrantes?
Los niños,
sin protección ni cobijo, o superprotegidos y caprichosos, los jóvenes sin trabajo,
ilusión ni futuro, las personas rencorosa y amargadas, las familias rotas y desestructurantes,
las sociedades gregarias y perdidas, quejosas y victimizadas, las religiones
defendiendo fanáticamente sus ideologías y prebendas, olvidando sus santas
motivaciones fundacionales, los gobiernos esclavos de sus propios intereses y
necesidades, servidores, no de los ciudadanos, sino de los superpoderes
económicos y mafiosos, cuyos motivos e intereses casi nadie logra vislumbrar.
Sobre este punto, ya he insistido en otros escenarios, pero quisiera hacer hincapié en aquello de ‘camarón que no rema se lo lleva la corriente’. Si no nos hacemos conscientes de dónde nos pretenden llevar, aunque no necesitemos demostrar quién ni cómo ni por qué lo hace, si nos dejamos llevar por la ‘línea oficial’ -por si nos llaman ‘negacionistas’-, si nos dirigen las ‘fake news’, las destructivas directrices de los diversos mandatarios, títeres del superpoder universal, oculto, perverso y omnipotente, podemos asegurar que estamos en el universo de los muertos vivientes.
Recuerdo un
cuento muy iluminador. Un joven, inteligente e ilusionado, es contratado como
sacristán, en una iglesia anglicana, por el amable y viejo pastor, compañero de
‘bridge’ de su padre. Al poco tiempo, destinan a la parroquia a un pastor
joven y eficiente, que exige que se cumpla la norma de que ‘el sacristán
debe saber leer y escribir’. Es despedido, a pesar de la opinión del pastor
viejo, que, al temer lo irremediable, logra que se dé una buena indemnización
al cesado. El audaz joven observa que, en esa calle central no hay estancos, y,
con el dinero recibido, pone un puesto de tabacos y chucherías. Como es amable
y locuaz, el ‘negocio’ progresa. Abre una pequeña tienda de bisutería y
complementos. Sigue creciendo. Es contratado, como jefe de ventas y relaciones
públicas, en una importante empresa de exportación, de la que acaba siendo
gerente. Y se convierte en uno de los empresarios más prestigiosos del país. En
una convención, a nivel nacional, firman un acuerdo que regula el
funcionamiento de cualquier tipo de exportaciones. Nuestro pobre joven, se ve
obligado a confesar que no sabe ni firmar, ni leer ni escribir. – “Pues,
¿dónde habría llegado usted, si llega a saber escribir?” – “¡Sería sacristán!” Los
éxitos nunca se deben sólo a lo que se recibe, sino, sobre todo, a lo que se
desea sensatamente, y se pelea eficazmente hasta conseguirlo.
Debemos colaborar para que esta humanidad vuelva a ser humana, para que aquel ‘big bang’ de energía primaria, siga evolucionando en la buena dirección, hasta lograr el único objetivo, para el que se inició: llegar a ser humano completo, maduro, total, el ‘punto omega’ que definía el biólogo, antropólogo, filósofo e investigador jesuita francés, Pierre Teilhard de Chardin (1881 – 1959).
La palabra
que me parece más definitoria de este proceso evolutivo imparable es ‘generoso’.
Un buen día, me dio por investigar su etimología, puesto que no me convencía el
sentido convencional de ‘persona que da limosna, o que es desprendido de sus
bienes’; y, tras desechar el género como sexo, caí en la cuenta de que
proviene de ‘digno representante del género humano’. Aun hoy día, usamos
ese sentido, al decir de un vino de buena cosecha, que es ‘un vino generoso’.
O, en una tienda de telas, afirmamos que tienen ‘muy buen género’. Y
esta misma expresión se usa, de modo más vulgar, cuando se dice que, a tal
discoteca, acuden jóvenes bien dotadas.
Un ser humano
‘generoso’ será aquel que está despierto y observa las personas, las
cosas y los acontecimientos -‘los signos de los tiempos’-, y,
consciente, voluntaria, formada, libre, independientemente, elige un camino,
cuyo final sea plenamente beneficioso para él y para sus necesidades humanas
más profundas. También, para sus congéneres.
Por eso dice
Jesús, en el pasaje que me sirve de entrada: “Debéis interpretar los signos
de los tiempos”. Seguid las señales que lleven a buen puerto. Y, cuando
algo os resulte tóxico, nocivo para vuestra salud y estabilidad corporal,
mental o emocional, alejaos de ello. Yo lo traduzco: “Nos han educado, para ‘quedar
bien’ -incluso, y sobre todo, conmigo mismo-; y debemos aprender a vivir,
para ‘quedarnos bien’ -no es egoísmo, es nuestra primera obligación
humana-.” Sólo si ‘soy’, podré ‘tener’ y ‘dar’ -mejor,
‘contagiar’-.
En otro terrible pasaje, dice Jesús: “Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden”, Mateo 13, 13. Y dice un proverbio oriental: “Mira donde ya miraste, por si logras ver lo que todavía no has visto”.
En una
interesante entrevista reciente de Jordi Wild, decía el terriblemente discutido
y baqueteado, Arturo Pérez-Reverte: “Más que a los malos, temo a los
ignorantes voluntarios, a los estúpidos”. Es que son lo mismo. ¿Cómo es
posible que un ser humano de hoy, con la multitud de medios que existen para
informarse de la verdad de las cosas, siga embruteciéndose por los medios de
comunicación organizados, organizados precisamente para desinformar, decir sólo
lo que interesa al ‘sistema’, para que el personal siga sumiso y sumido
en la ignorancia y la visceralidad? ¿Cómo podemos dar por normal el que, entre
personas inteligentes, cada uno sólo escuche aquellas ideas, que coinciden con
lo que piensa?
Hay una frase muy repetida y conocida: “Hablando, se entiende la gente”. Yo suelo decir, más bien: “Hablando, se entiende la gente, que se entiende hablando”. Porque, como la mayoría de los humanos no escucha, hay gente que no se entiende, ni hablando, ni a gritos, ni así la mates.
Sabéis aquel
que decía: “Era un hombre que tenía la cabeza tan pequeña, que no le cabía
la menor duda”. Tiene mucho que ver con aquel otro: “Era un hombre tan
avaro, que prestaba atención con mucho interés”. En la cabeza de mucha
gente no entra nada que no esté ya dentro de las ideas o ideologías que ya
tiene. Y casi todo el mundo sólo te hace caso, te atiende, te escucha, ni
siquiera te oye, si de lo que se trata le incumbe -le beneficia o perjudica- a
él; lo que ‘le interesa’.
Hace casi cincuenta años, se quejaba el padre de un alumno de nuestro colegio, de que los hijos no hacían caso a sus padres: “Por más que les decimos que estudien, que se preparen debidamente, para tener un buen puesto el día de mañana, no nos obedecen. ¡Porque supongo que en el Colegio les dirán lo mismo!”. Yo, que conocía muy bien con qué valores educaba a su hijo, le dije: “Yo creo que nos obedecen muy bien. Lo que pasa es que antes de tiempo. Como les decimos que aprendan a vivir -como ellos- haciendo su voluntad y su capricho -incluso lo fomentamos-, sin trabajar demasiado, nos hace caso demasiado pronto: empiezan ya a vivir como reyes, sin dar golpe”.
Y creo
profundamente que a algo de esto se debe esa falta de valores de la que
denunciamos a los jóvenes -y no tan jóvenes- de hoy: bandas callejeras,
violadores en grupo, acosadores y abusadores, suicidas y delincuentes,
maltratadores y adictos, mafias y narcos, defraudadores e infieles; parece que
a todo tipo de personas -incluidas creencias, profesiones, cultura, familia,
educación- todo les vale, para salir con la suya, caiga quien caiga, conlleve
lo que conlleve. Tenemos ejemplos en cualquier campo a que nos asomemos.
Es muy
conocida aquella tremenda frase de Kahlil Jihbrán: “Una mujer gritó:
«¡La guerra era justa! Allí mataron a mi hijo».” Curiosamente,
Pérez-Reverte comentaba también que la principal causa de la infumable
situación actual era el que habíamos pasado, de pensar con la razón, a razonar
con el sentimiento. Y eso lleva a la irracionalidad, el populismo y todos los
posibles fanatismos y radicalismos -de consecuencias tan visiblemente
nefastas-. Creo que, ahora, sólo estoy parcialmente de acuerdo. Y recuerdo aquella
genial frase de Albert Einstein: “Hay dos cosas que tengo claras; una es la
existencia de Dios; y la otra, la total imbecilidad de la raza humana; y, de la
primera, me queda alguna duda”.
Hacia el 1650, escribió el físico francés, Blas Pascal: “El corazón tiene razones, que la razón no entiende”. ¡Evidente! Y la opinión, recién citada, de Pérez-Reverte no va en contra de esto. El auge actual de la ‘inteligencia emocional’, el creciente ‘mind fulness’, todo el esfuerzo por que se escuchen, formulen y tengan en cuenta las emociones y sentimientos, no sólo no se debe considerar un peligro para el desarrollo del ser humano, o los valores tradicionales, sino que es un escalón totalmente necesario, para su plena madurez.
Lo que es
perverso es que haya humanos -‘¡animal racional!’-, cuya única razón sea
el ‘me gusta’, el ‘estoy de acuerdo’, o el ‘no me apetece’.
Y no menos perverso es que mucha de la ‘educación’ impartida, se
sustenta en “aquí hace frío”, “esta sopa está muy rica”, “siéntate como Dios
manda", “si eres malo, mamá no te querrá”, “no hagas nada de lo que yo me
pueda arrepentir”, “sólo serás feliz, cuando todos estén felices contigo”,
“como sigas así, nunca harás nada de provecho”.
Mensajes
inconscientes, autoritarios y dogmáticos, imposibles y falsos, marcados a fuego
desde la infancia, totalmente subjetivos, inalcanzables, proteccionistas,
despersonalizantes, desvalorizantes. Como aquel niño que confesaba: “Cuando
llegué al Colegio, me enteré de que no me llamaba ‘tucallaté’.”
En general,
como decíamos, el principal ‘valor’ inculcado es el ‘quedar bien’.
Con bastante ausencia de capacidad de pensamiento propio y crítico, de elección
y responsabilidad. Lo cual hace personas infantiles, superficiales, frágiles, y
expuestas a ser presas de personas, instituciones y movimientos, pasiones o
adicciones, que aprovecharán esa ductibilidad, para engrosar sus gregarias
filas.
De los dos
principio educativos -‘tú obedece y no pienses, y nunca te equivocarás’;
y ‘tú piensa y decide por ti, que, si no, ya te estás equivocando’-, se
ha usado sólo generalmente el primero.
Que, en realidad, no es ‘educar’ -entresacar, hacer brotar-, sino
transmitir, enseñar, meter, fotocopiar, adoctrinar.
Respondemos, por desgracia, al ‘modelo evangélico’: ojos tienen y no ven. Y ‘el sistema’ favorece y fomenta ese gregarismo, esa superprotección. A poco que te rebeles, te consideran -y tú mismo acabas siéndolo- un niño a quien hay que darle todo hecho, masticado y pensado, para que siga dentro del rebaño que interesa mantener, y que camine por las sendas predeterminadas. Y, como te salgas del camino oficial, te van a reñir -censurar, prohibir, desprestigiar, incluso matar-.
Probablemente, nuestra sociedad es más ignorante y
gregaria que las anteriores. A este respecto, el presidente Abraham
Lincoln (EEUU, 1809 – 1865) escribió: “El caos de nuestra
sociedad se debe a que, muy a menudo, amamos las cosas y usamos a las personas, cuando
deberíamos estar usando las cosas y amando a las personas”.
Y, dentro de
este apasionante tema de aprender a leer la realidad con visión profunda, e
intentar vivir, y no ‘ser vivido’, me quedan dos palabras, esenciales en
el evangelio, y sobre cuyo concepto y realidad, debemos reflexionar: la verdad
y la justicia.
Dice un
conocido poema del asturiano Ramón de Campoamor (Navia, 1817-1901): “En este
mundo traidor, nada es verdad ni mentira; todo es según el color del cristal
con que se mira”. Yo creo que, con algún pequeño matiz, es
totalmente certero. Ni la energía nuclear, ni el arsénico, ni cualquier persona
o acto humano, podemos afirmar que siempre, y en cualquier circunstancia, es
bueno o malo. Ni siquiera la hora que marca el reloj: en las antípodas, puede
que las agujas se vean igual, pero aquí son doce horas más.
Desde su
experiencia, el gran teólogo jesuita vasco Jon Sobrino hace una matización, que
me parece genial: “Todo es según el ‘dolor’ del cristal con que se
mira”.
La actualidad nos trae innumerables ejemplos de esto. Pandemias, sin agua ni alimentos ni medicamentos para los países pobres; guerra Rusia-Ucrania, Israel-Palestina, Sudán del Sur, Nigeria, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Siria, Afganistán, Pakistán, Irak, Burkina Faso, Somalia, Líbano, Mali, Yemen, Senegal, Myanmar, incluso México; dictaduras y represión en Venezuela, Nicaragua, Colombia, Cuba y media América del Sur; sin olvidar la 'dictadura de la mafia', en demasiados países, como el sangrante caso de Ecuador. Más de 50 millones de personas, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial, están desplazadas por culpa de los conflictos armados. Grupos terroristas, violencia brutal, violaciones masivas, muertes indiscriminadas de civiles. En nuestro suelo patrio, investidura de Pedro Sánchez, ley de amnistía, insultos, mentiras: inaguantable clima de hostilidad y agresividad.
Los problemas se tratan -¡o no!- de un modo u otro, incluso por la misma persona con la diferencia del tiempo, con ‘argumentos’, que niegan cualquier tipo de lógica y racionalidad. Si es ‘de los míos’, todo está bien. Si no, todo mal. Por tanto, yo estoy en total desacuerdo, incluso les pondré verdes, con los que no piensan como yo, piensen lo que piensen y hagan lo que hagan. Incluso, su enorme maldad hará buena cualquiera de mis maldades. Con el “¡Y tú, más!”, o el "¡Es que yo soy así!", todo está justificado para mí.
Los viejos
refranes siempre son acertados: “Cada uno habla de la feria, según le va en
ella”, “Dime con quién andas, y te diré quién eres”, y hasta “Dos que
duermen en un colchón se vuelven de la misma condición”, “Al que vive nueve
meses en el vientre de una loca, algo le toca” y “Dios los cría y ellos se
juntan”.
En la ‘psicología para una vida plena’, de la que
tiene mucho el evangelio, se lee: “¡Necio! ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu
hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu
hermano: «Deja que te saque la paja de tu
ojo», si hay una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu
ojo, y, entonces, verás claro, para poder sacar la paja del ojo de tu hermano”,
Mateo 7, 3-5.
Y el poeta ‘soriano’, Antonio
Machado (Sevilla, 1875 – 1939, Francia),
escribe: “Tu verdad, ¡no! La verdad. Y ven conmigo a buscarla. La tuya,
guárdatela”. ¡Cuánto nos cuesta, aparcar mi verdad, y escuchar las
opiniones de otros, para encontrar ‘LA VERDAD’!
Es muy común que empecemos una frase, diciendo: "La verdad es que . . .". ¡Pero no! Eso no es 'LA VERDAD'. Lo que cada uno relatamos es una porción muy parcial de la realidad, de la verdad. Sin embargo, creo que hoy se puede afirmar que la realidad generalizada en nuestro mundo es una realidad flagrante de guerra, violencia, corrupción, engaño, mafia e hipocresía. Es lamentable constatar que casi la totalidad de los líderes políticos, sociales, religiosos, institucionales, dicen representar a las naciones y los pueblos, las instituciones y las sociedades, trabajar por el bien general, especialmente, por la defensa de los más desfavorecidos, con el esfuerzo y el sacrificio de sus vidas. Pero, desgraciadamente, un día tras otro, en un campo y en otro, con un argumento u otro, con un fraude y una mentira tapando la anterior, dejan a la vista la terrible realidad de sus egoísmos, las farsas de sus teorías, la falta de valores en sus fines, conductas y procedimientos. Falta de valores de dignidad y coherencia, de legitimidad y legalidad, de ética y humanismo. Falta de valores que se achaca a los jóvenes, pero que es atrozmente vergonzoso permanezca ausente en quienes gobiernan, dirigen, organizan y manipulan todas nuestras vidas.
En este tema, hay que tener en cuenta la influencia de la religión, y de su normal exigencia de sometimiento mental y moral. Porque, en general, cada religión se presenta -y se vive-, como ‘la única’, la única portadora del Dios verdadero, del bien, la verdad y la felicidad.
Todos aceptamos el peligro de las sectas. Lo que nos
cuesta aceptar es que, quizá, mi religión tiene mucho de secta. Poniendo un
poco de humor, se decía de una institución religiosa, que defendía: “Nosotros,
no sólo tenemos la verdad, sino también su patente”. Y aquel de quien se
decía: “Tiene la cabeza tan pequeña, que no le cabe la menor duda”.
A este propósito, leí un párrafo que me llamó la atención,
en el jugoso libro “El Reino”, del inquieto, lúcido y prolijo novelista,
Emmanuel Carrère (París, 1957): “La palabra ‘secta’ en tierras
católicas, tiene un sentido peyorativo: se le asocia a coacción y comida de
coco. En el ambiente protestante, que perdura en el mundo anglosajón, una secta
es un movimiento religioso, al que uno se adhiere por propia iniciativa, a
diferencia de una iglesia, que se halla en el medio social donde uno ha nacido,
un conjunto de cosas que uno cree porque otros han creído antes: padres,
abuelos, todo el mundo. En una iglesia uno cree en lo que creen todos, hace lo
que todos, no se formula preguntas. Nosotros, que somos demócratas y amigos del
libre examen, deberíamos pensar que una secta es más respetable que una
iglesia. Pero no: cuestión de términos. Lo que sucede en el cristianismo, con
la conversión de Constantino, es que la frase del apologista Tertuliano: “No
se nace cristiano, se llega a serlo”, dejó de ser verdad. La secta se
transformó en una iglesia.”
En "La Maldición del escorpión de jade" (2001), dice el personaje del propio
Woody Allen a su amigo, inspector jefe de Policía, que dice tener pruebas
contra él: “Pero, si tú eres mi amigo, tienes que hacer más caso a lo que yo
te diga, que a lo que tú hayas visto”.
Otro caso, de lamentable y morbosa actualidades ejemplo,
el de los abusos a menores desde las filas de la Iglesia, es ejemplo palpable
de visceralidad de las opiniones. Confieso que es un tema que, por razones lógicas,
me duele, me preocupa, y me ha ocupado mucho.
Me gusta empezar por una anécdota del Papa Francisco. Volvía, en avión, de un viaje a Rio de Janeiro, le preguntaron, y dijo: “Ahora mismo, estamos en el cielo miles y miles de aviones volando y transportando millones de pasajeros. Ninguno de ellos es noticia, ni se valora. Si, por desgracia, uno cae, es portada en todos los diarios y noticieros del mundo”.
El viernes, 27 de noviembre de 2023, el Defensor del
Pueblo, catedrático de Metafísica, en la Universidad Autónoma de Madrid, de la
que fue Rector, Ángel Gabilondo, entregó al Parlamento, el Informe que éste le
había pedido, sobre los casos de abusos en la Iglesia -‘¿por qué sólo de la
Iglesia?’- en España. Al día siguiente, uno de los principales diarios de
este país, abría en primera, a toda página:
“ABUSOS EN LA IGLESIA: 440.000 VÍCTIMAS”
Otro periódico nacional matiza y
aclara, sin esa tendencia obsesiva. Para empezar, su medido y concreto
artículo, titula: «Afirmar que en España ha habido 440.000 víctimas de
abusos sexuales, en la Iglesia es una 'fake new'». Y continúa: “En el
tiempo explorado, aparece la grave cifra de 4,6 millones de abusados. (…) Los
expertos señalan que entrar en una infecunda «guerra de cifras» desvía de otras
conclusiones que sí se pueden y deben extraer. La primera, que el fenómeno de
los abusos sexuales a menores es un grave problema para toda la sociedad
española, y no sólo por los realizados en la Iglesia católica -donde según los
datos están disminuyendo- sino a nivel general. Pero sí conviene saber que,
según el informe -con una alta diferencia de 17% a
mujeres y 6% a varones-, el 0,6% fueron
abusados por religiosos; el 34,1, en el ámbito familiar; el 17,7, en el de la
vía pública; el 9,6, en el educativo no religioso; el 9,5 %, ámbito social no
familiar; 7,5 %, laboral; 7,3, en internet; 5,9, ámbito educativo religioso;
4,6, ámbito religioso; 4, en ámbitos de ocio; 3, en deportivos; y 2,6, en el
sanitario, entre otros.”
Sin entrar en las causas ni las
soluciones de ese enorme problema, me parece sensato conocer los porcentajes
reales -al menos, cercanos-, y no esparcir generalizaciones, que, por mucho que
se repitan, desde una u otra trinchera, no son ciertas.
Quizá sea simplificar, pero, para
aportar mi opinión, cuento que, no hace mucho, escribí al ‘Director del
Lector’ del primer diario, preguntando por qué sólo hablaban de los abusos
realizados por miembros de la Iglesia, cuando es patente que es una minoría
notoria. Tras una contestación demasiado evasiva, y una vuelta mía a la
pregunta, me vino a decir que ‘se debía a cuestiones de oportunidad y
ventas’.
Por otro lado, también escribí al
firmante de un comunicado de una muy conocida institución religiosa,
diciéndole, más o menos: “Pienso que sería conveniente, en vez de pedir
perdón, ‘por los daños que se hubieran podido causar’, decir ‘por
los daños reales que aceptamos que hemos causado, y que trataremos de mitigar’.”
En definitiva, aceptar lo que se
ha demostrado, intentar reparar el grave daño causado, e intentar seriamente
que no se vuelvan a realizar. Y, por otro lado, intentar ser objetivos y
realistas, sin deformar informaciones o datos.
Creo que sigue siendo plenamente
válida aquella frase, atribuida a Aristóteles (s. IV, a de C): “Amicus
Plato, sed magis amica veritas” -'Platón es mi amigo, pero soy más
amigo de la verdad’-. Yo pertenezco a una nación -pueblo,
familia, ideología, religión-, y, en principio, la defiendo, pero, ante todo,
intento ser humano -persona, maduro, consciente, objetivo, comprensivo,
tolerante, sensato y, nunca, fanático-.
Y el famoso y terrible filósofo ‘existencialista’, checo,
Franz Kazka (Praga 1883 – 1924), que evoca sentimientos de insensatez,
desorientación e impotencia, escribe: “Soy muy ignorante, pero la verdad, de
todos modos, existe”.
Dejamos ‘la verdad’ y, vamos con otra palabra -‘justicia’- significativa y, a veces, no bien usada. Son muy distintos los significados tanto de la justicia como de lo justo, en el evangelio y en nuestra vida social. Cuando Jesús habla de ‘los justos’, ‘Dios es justo’, ‘felices los que luchan por la justicia’, ‘felices los que son perseguidos por causa de su justicia’, se refiere al plano interior, a la actitud de bondad, coherencia, profundidad, honradez, fidelidad. ‘La Paz y la Justicia’. Cualidades que surgen del -y llevan al- amor. Y cada uno de nosotros, en nuestro campo y posibilidades, debemos luchar por ellas. A nivel personal y global.
Y la justicia, a nivel de sociedad, es lo que se entiende normalmente como lo jurídico, lo legal, lo referente al enjuiciamiento y castigo del delito, lo penal. Justicia, que debe ser libre e independiente de todo otro poder -político, económico o religioso-, y eficaz para mantener las leyes y el orden. Justicia, por tanto, que debe ser libre del poder y la influencia de cualquier otra institución o persona.
También debería estar muy claro que el cristianismo busca
la ‘justicia', como plenitud humana, como ideal ético para la persona y
la tierra entera -como la única voluntad de Dios-. Y no debería pedir la otra ‘justicia’
-la penal-, para los comportamientos que contravengan su ‘moral’. Aunque
sí para aquellos comportamientos -como los ‘abusos’-, que se definen
como ‘delitos’, y que, en absoluto, se deben ocultar, defender, ni dificultar.
En una de las entradas de ‘el blog de mugu’, escribía, en la rima octosilábica:
Hay que pensar que opiniones
no del todo comprobadas
no pueden ser el baremo
para imponer mis palabras.
Y otro punto que yo pienso
ser de una gran importancia
es el pasar de un nivel
a otro de materia varia:
el que algo sea pecado,
pues la Iglesia lo declara,
y nunca lo legitima,
no es causa justificada
para que los practicantes
de esa causa justa y santa
impongan a los poderes
de una sociedad que es laica,
que legisle en el sentido
que esa religión proclama.
¡Nunca un pecado es delito
de una manera automática!
Hace tiempo, en una época
que yo razones buscaba,
para saber si en el sexo,
el carácter o las causas
del cociente intelectual
de las personas humanas,
se debían a los genes
o al ambiente de la infancia,
la familia, los ejemplos
que de pequeño se maman,
me encontré un dominical
de un periódico de fama,
que daba las opiniones
de los mejores psiquiatras
-Ibor o Vallejo Nájera,
Rojas, Castilla del Pino-
lo mejor de toda España.
Pues, aunque no me creáis,
os aseguro en confianza
que yo me quedé asustado,
al ver en aquellas páginas,
que la mitad de estos sabios,
y la otra mitad exacta,
mantenían con gran fuerza
y razones comprobadas,
unos, una idea ‘científica’
y los otros, la contraria.
Aquello me hizo pensar
que, cuando de algo se trata
que, además de la razón,
ocupa nuestras entrañas,
damos primero la idea
y, luego, aportamos causas
científicas o morales
perfectamente probadas.
Aprendamos a diferenciar pecado de delito, moral de
justicia, ética de moral, orgullo de culpa, culpa de responsabilidad, querer de
amar, amar de poseer, paz de pereza, deseos de utopías, necesidad de capricho,
virtud de costumbre, Dios de idea de dios -y de sentimientos sobre dios-.
Porque ‘humildad’ viene del latín ‘humus’,
tierra. Y no significa ‘modestia’ -que viene de ‘modo’, ‘modales’, ‘falsa
modestia’, ‘¿cinismo?’-, sino realismo, objetividad, tener los pies en la
tierra. Conocer mis límites, saber hasta dónde llego, por más y por menos,
aceptarme con errores y defectos.
Estamos en el colofón de un recorrido de palabras y
virtudes, de conceptos y actitudes, que determinan la persona completa. Y, con
todo el recorrido por dependencias y esclavitudes, de mentiras y contravalores,
hay que concluir que la auténtica libertad es patrimonio de muy pocos
esforzados. Aun siendo, como la felicidad, uno de los ideales soñados por todos
los corazones humanos.
Convendría empezar por tener claro el concepto de
libertad. Muchas veces, se define libertad, como la capacidad de elegir entre
el bien y el mal. Después de mucho leer y pensar, comentar y experimentar, mi
definición de auténtica libertad humana es: “La incapacidad real de hacer
daño, conscientemente”. Y creo que no necesita explicación, aunque, sí,
probablemente, reflexión profunda, y honradez sincera.
Decía San Agustín, hacia el final del siglo IV: “Ama et
fac quod vis”, ‘ama y haz lo que quieras’. Creo que, analizando el sentido
auténtico de esta frase tan profunda, puede entenderse de qué va la verdadera
libertad de un ser humano. Y tengamos en cuenta que Agustín, Obispo de Hipona,
la escribe como el resumen del cristianismo.
Escribía el gran teólogo trapense Thomas Merton (Francia, 1915 – 1968, Tailandia):“Afirmar que soy creado a imagen
de Dios es afirmar que la razón de mi existencia es el amor. El amor es mi
verdadera Identidad. La abnegación [la lucha contra el egoísmo que deja a Dios
y a los hermanos y se hace el centro] es mi verdadero yo. El amor es mi
verdadero carácter. Me llamo amor”
Por otra parte, un teólogo actual, jesuita, controvertido
afirma: “El que mata, se está suicidando sin darse cuenta”. Siempre he
defendido que, cuando alguien hace daño a otro, el primero a quien está
haciendo daño es a sí mismo.
Y otra diferenciación sobre la libertad es muy importante:
libertad externa y libertad interior. Viene a ser como la paz. Puedo tener todo
mi alrededor sin problemas, cumplir todas mis expectativas materiales, poder
hacer lo que me venga en gana, y ni estar en paz, ni ser libre. Aunque con
diferentes matices, se puede decir ‘estar por encima o por debajo de las
circunstancias’. Y es comparable a la situación del que está metido dentro
del gua. Si el agua no sube por encima de su cuello, no corre peligro, no se
ahoga, está por encima de las circunstancias; da igual que haya mucha o poca
profundidad.
En psicología se habla del ‘principio 10 – 90’:
Nuestro estado de ánimo depende un 10% de lo que nos pasa, y un 90 de cómo nos
lo tomamos.
Aunque tengas en tu vida las circunstancias más adversas,
para tu estabilidad, todo depende de tu actitud, de cómo lo vivas, cómo te lo
tomes, cómo tengas el alma. Si te lo tomas bien, tienes libertad y paz
interior; si no, no las tienes. Porque hay gente que presume de total libertad:
“¡A mí nadie me manda!” Y puede ser un esclavo miserable de su capricho
o sus manías, de sus miedos o culpas, de su rencor o pesimismo, de su amargura
o de su orgullo, del qué dirán o del miedo a quedar mal.
Y, si no tienes libertad ni paz interior, nunca podrás ser
feliz, ecuánime, tolerante, pacífico, ejemplar, vivir satisfecho contigo mismo.
En parte, esta falta de felicidad -y de conciencia de que ésta viene de
aquéllas-, se puede deber a que la paz y libertad interior, la actitud de amor
y generosidad, comprensión y amabilidad se nos han enseñado como una
obligación, como que suponen un sacrificio inhumano, sólo las siguen los
tontos, los que hacen el primo, o los que tienen el coco comido por los curas o
por sus padres o por tal o cual institución ancestral y reaccionaria: – “¡Bebo para olvidar que tengo vergüenza
de beber!”, que confesaba al ‘Pequeño Príncipe’ el bebedor del tercer planeta.
Las actitudes que más fijan y perpetúan una conducta son el miedo, la riña, la culpa, la vergüenza, la humillación. Por eso, se suele afirmar que el arrepentimiento y el propósito de la enmienda son los mayores enemigos de la salud mental. Sin embargo, son los que generalmente han acompañado -y acompañan- a nuestras meteduras de pata. Y, por eso son tan ‘adictivas’.
No hemos aprendido que la actitud de amor -ser amor- nos
lleva a todo lo bueno que desea todo cualquier corazón humano, por esta misma
naturaleza. Algunos piensan que ser libre y feliz es ‘egoísta’, es pecado, y
Dios nos castigará, si lo somos. La religión es un sacrificio tonto, costoso e
inútil. Incluso, hubo un tiempo, en que era muy popular la frase: “¡Todo lo
que apetece o es pecado o engorda!”
Desde esa trampa, es también muy frecuente que, en el
fondo, no se quiera ser feliz. Da miedo ser libre. Nos da auténtico terror
remover dentro de nosotros, a ver si hay algún personaje impuesto, alguna
imposición -propia o ajena- que no podremos superar ni eliminar ni sanar. ¡Que
curioso que Erich Fromm titule uno de sus mejores libros: “El miedo a la
libertad”! Dijo el discípulo al maestro: “Maestro, ¿cuál es el enemigo
mayor del amor?” – “El miedo”. – “Y el miedo, ¿a qué?” – “El miedo al amor”.
Un corolario muy importante de la libertad es la 'responsabilidad'. Con frecuencia, también, mal entendido. La palabra viene de 'responder': responsable es el que responde. Y, de ahí, se da por supuesto que existe una llamada, una 'vocación'. Es una pena que siempre se suele entender, como 'vocación religiosa'. Cuando todo ser humano nace con una vocación: a realizar, lo mejor posible, su manera de ser humano. Posteriormente, se manifestará -o no- la vocación personal concreta: deportista, investigador, pintor, médico, actor, fontanero, ebanista, arquitecto, padre de familia, . . .
También se suele entender responsabilidad, como coherencia, cumplimiento, perfeccionismo o, sobre todo, como 'culpa'. Quizá éste último sentido es el menos afortunado, menos exacto y más proclive a mal entendimiento. Sería necesario tener claro el significado, para poder ser debidamente responsables.
Decía que la libertad interior se puede dar, no teniendo la exterior -por ejemplo, en una persona que está en prisión, de lo
que existen muchos y grandes casos de famosos escritores y pensadores, como el pastor protestante y
teólogo luterano alemán, Dietrich Bonhoeffer (1906 – 1945), o nuestro Miguel de Cervantes (Alcalá de Henares, 1547 – 1616)-. Y aquí entra otro concepto enormemente importante: ‘la soledad’.
Soledad obligada -que acabamos de citar-, y
voluntaria -que no se puede identificar con el ‘aislamiento’-; y ésta
puede ser temporal o de por vida.
Casado o no, célibe o polígamo, misántropo o
seductor, todos debemos asumirla existencialmente: hemos nacido solos,
moriremos solos, y debemos admitir, asumir y aceptar, que ‘vivimos solos’.
Nadie puede ser ‘mi amor’, ‘mi vida’, ‘mi
media naranja’, ‘mi alter ego’, ‘la razón -menos, la obsesión, la causa- de
mi vivir’.
Cierto es que somos ‘seres sociales’, y
que muchos aspectos de nuestra vida no pueden afrontarse, si no es con la
ayuda, compañía, apoyo, consuelo, afecto, consejo de otro ser humano, una ‘causa’,
una ‘vocación’, o una pasión. A un torero famoso le preguntaron: “Tú,
¿no tienes miedo ‘en el asta del toro’?” Y él contestó, convencido: “Si
no tuviera miedo, sería un loco; pero la vocación puede al miedo”.
Debemos asumir que nadie ni nada, ineludiblemente,
nos puede evitar la realidad de que yo soy el único responsable, moldeador,
ejecutor, arquitecto, escultor, director, productor, guionista y protagonista,
de mis decisiones, mis actos, mis actitudes, y del final efectivo de mi vida.
Por radical que pueda parecer, me voy
convenciendo, cada vez más, de que, de igual manera que debo aceptar -previo un
conocimiento profundo y objetivo- mis errores, límites y defectos, mis miedos y
manías, complejos y heridas, para llegar a mi plenitud humana, a mi ser divino
y total, a la paz interior y felicidad, de la misma forma, debo aceptar y
asumir mi condición de solo, único, irrepetible e irremplazable.
Podré -temporalmente o para siempre- convivir con
una pareja que me complemente, con la que pueda ser yo mismo, incluso, mejor
que sin ella; podré ‘necesitar’ una familia con la que me sienta más
realizado; puedo precisar una comunidad o grupo -del tipo que sea- que me
arrope y ayude; puedo apoyarme en unos ideales o creencias religiosas -incluso
con sus ritos concretos y su concreta imagen de Dios-, políticas, naturalista o
ecológica; porque sabemos que toda institución o persona, con su ‘peso
específico’, comunican cierta seguridad; pero, siempre, sabiendo que lo más
profundo, inseparable, sutil, espiritual y hasta incomunicable, de mi vida, mi ‘mejor
yo’, ‘el sueño -precioso e inmejorable-, que Dios tiene sobre mí’,
he de vivirlo solo.
La desvaloración que hemos sufrido la mayoría,
haciéndonos creer que no somos capaces de nada, por nosotros solos, puede ser ‘la’
causa de que seamos -seguiremos siendo- inválidos, incapaces, inútiles.
Necesitamos la ‘seguridad’ de alguien, de un protocolo, unas vías, una
barandilla, un manual, unas normas, unas normativas, unos dogmas, unos poderes dogmáticos,
un rebaño, unas muletas, unas directrices, una peana, un disfraz, una careta,
una plantilla, un sistema.
Y, para que todo este ‘constructo’ de
funciones gregarizantes, adjetivamos las diversas ‘casillas’ con
palabras maquilladas de liberación y autonomía, pero preñadas de
encadenamientos difícilmente visibles. El matrimonio pasa a llevar exigencias y
obligaciones negativas, posesión y exclusividad paralizantes; las instituciones
varias, sumisión y adoctrinamiento irracional; los sentimientos pasan a decidir
más que el amor. El gran psicólogo Antonio Blay (Barcelona, 1924 – 1985), escribió: “El amor actúa por encima de los sentimientos”.
Sólo el amor verdadero y la libertad total, nos
dan la soledad, la fuerza y la autonomía, que nos puede llevar a caminar en
dirección sólo a La Vida: y eso hará que La Vida camine en dirección a
nosotros.
Si verdaderamente eres amor
-no sólo amas a éste o aquella, o Dios-, si la postura de tu corazón es,
estable y conscientemente, la de buscar el amor, el bien, la justicia, la paz,
la solidaridad, la tolerancia, la comprensión, si estás permanente por encima
de caprichos, intereses, complejos, manías, rencores, orgullos, sectarismos,
fanatismos, personalismos, quedar bien, quedar por encima -como decíamos, si
estás ‘por encima de las circunstancias’-, comprobarás que todo lo que ‘se
te ocurre hacer’ es bueno, no hace daño a nadie -serás siempre ‘inocente’-
y te dejará genial -serás feliz-. Como el ‘ama y haz lo que quieras”,
de Agustín, Juan, el evangelista, dice lo mismo, aunque de otra manera, en
su primera carta: “Hijos míos,
que nadie los engañe: el que ha nacido de Dios no puede pecar, porque el germen
de Dios permanece en él”, 1ª Juan, 3.
9.
En castellano, el verdadero significado de la palabra
inocente no es ingenuo, infantil, tonto, sino ‘in’ – ‘nocens’, no
nocivo, no dañino, inocuo, el que nunca hizo nada malvado. Lo cual tenía gran
sentido en los primeros apóstoles de Jesús, cuando decían: “Habéis
crucificado al inocente”, ‘al que era sólo amor’, ‘que nunca hizo mal a
nadie’.
De ahí que sólo puede ser libre y sereno el inocente. El
que tiene como único objetivo de su vida el amor, la justicia, la paz. El que
únicamente se mueve para y por la entrega, la ayuda, la coherencia y utilidad
de su vida.
En ese sentido me gusta interpretar la respuesta de María
al ángel: “No es que yo quiera ser esclava de nadie. Pero sí pretendo ser ‘esclava’
sólo del amor, porque, así, no podré ser esclava de nadie ni da nada; ni de
mis manías y caprichos. Admito que valgo mucho, que mi vida está llena de Vida,
que le caigo muy bien a Dios, y, por eso, desde esa experiencia gozosa, voy a
intentar ser contagiosa: dar amor, paz, ternura, acogida”.
Sólo el que vive desde el amor es libre. Cuenta Tony de Mello cuenta, que se encuentran dos antiguos presos del campo de concentración de Aushwitz-Birkenau, y uno pregunta al otro: "¿Tú has logrado ya perdonar a los nazis?" - "Aún no". - "Pues aún estás preso allí". El perdón libera, el rencor esclaviza. Hay un dicho muy original y muy complicado: “La única manera de que el orgullo no te envenene es tragártelo”.
Un oso pardo llevaba años en cierto zoológico, dando
continuas vueltas, junto a la valla que le impedía escapar. Un buen día,
quitaron la valla, dejando un gran foso de seguridad, y el pobre oso siguió
dando vueltas en el mismo sitio.
No puedo terminar este
artículo, sin decir, aunque tan sólo sean dos palabras, sobre la ‘religión’.
Puesto que, antes, sólo hice una pequeña referencia, en relación a las sectas.
La etimología no es unánime,
aunque se suele convenir en que proviene de ‘re’ ‘ligare’, volver a
unir. Y se sobreentiende ‘al hombre con Dios’. Por tanto, el sentido más
común de religión, que tiene la mayoría es: “Todo aquello que tiene que
hacer el ser humano, para recobrar su amistad con Dios, perdida por Adán
-nuestro primer padre-, al comer de la manzana que le ofreció Eva, y que Yahvéh
les había prohibido.” Y, en esa idea central, tan ajena a lo que dijo y
vivió Jesús, se basan las principales religiones.
Sin embargo, conviene hacer
alguna advertencia. En primer, se debe distinguir la religión de la
espiritualidad. Hay un texto del científico y teólogo, jesuita francés, antes
citado, Teilhard de Chardin -que ya usé en otra entrada de este ‘blog’-,
que, aunque puede parecer simplista, resulta esclarecedor:
La religión no es sólo una, hay cientos; la Espiritualidad es una.
La religión es para aquellos que necesitan que alguien les diga qué hacer y
quieren ser guiados, la Espiritualidad es para aquellos que prestan atención a
su voz interior.
La religión tiene un conjunto de normas y reglas dogmáticas, la Espiritualidad invita a razonar sobre todo, a cuestionarlo todo.
La religión amenaza y crea dependencia y miedo, la Espiritualidad da Paz interior y libertad.
La religión habla de pecado y culpa, la Espiritualidad dice: "Aprended del error".
La religión es humana, es una organización con reglas; la Espiritualidad es Divina, sin reglas.
La religión es la causa de las divisiones, la Espiritualidad es la causa de la
Unión.
La religión te busca para que creas, la Espiritualidad te pide que investigues y
que busques.
La religión sigue los preceptos de un libro sagrado, la Espiritualidad busca lo sagrado en todos los libros.
La religión está viviendo en el pensamiento, la Espiritualidad es vivir en la conciencia.
La religión se ocupa de hacer, la Espiritualidad tiene más que ver con el ser.
La religión nos hace renunciar al mundo, para darnos a él; la Espiritualidad nos permite vivir en Dios, y encontrarlo en él.
La religión es el culto, la Espiritualidad es la propia vida.
La religión cree en la vida eterna, la Espiritualidad nos hace conscientes de la eternidad de la vida.
La religión promete para después de la muerte, la Espiritualidad es encontrar a Dios en nuestro interior en toda la vida.
Tendríamos que comenzar por intentar comprender el auténtico sentido de muchos pasajes evangélicos. En general, se interpretan siempre en un sentido religioso. Cuando la mayoría están escritos en un sentido ‘espiritual’ -se podría decir ‘psicológico’-. Hay quien llega a afirmar que el evangelio no es un libro de religión, sino un ‘manual de realización personal’, desde la ‘escuela’ de Jesús de Nazareth; que el cristianismo no es una religión, sino una espiritualidad. Un jesuita francés escribió un libro titulado: “El cristianismo, la religión sin religión”. Tiene su explicación en que, como decíamos antes, mientras las religiones buscan ‘encontrar a Dios’, ‘cumplir con Dios’, ‘hacer sacrificios, para aplacar la ira de Dios’, Jesús, en el evangelio -‘buena noticia’- nos dice que Dios está ya entre -dentro de- nosotros. Él ha venido para regalarnos y enseñarnos la vida plena, el amor incondicional y el amor absoluto de Dios. ¡No tenemos que hacer ya nada para ir a buscarlo, para que nos ame y nos perdone!
La religión -la espiritualidad, la forma de entender la vida profunda- de Jesús, se basa en la experiencia de haberse sentido amado incondicionalmente por Dios -se le dé el nombre que cada cultura le otorgue-, la certeza de que Él es lo mejor de mí mismo, y dejar que vaya creciendo en cada uno de nosotros, hasta que podamos decir, con San Pablo: “Ya no soy yo sólo, es Él quien vive en mí”, Gálatas 2, 20.
Dicho de otro modo, la ‘religión’ de Jesús, por lo que él vivió desde el amor hasta el final -aun costándole lo que le costó, por el miedo que les dio su vida y su doctrina a los poderes oficiales-, es para que los seres humanos -¡todos!- viviéramos el sueño de amor, paz y libertad, que tenía Dios sobre cada uno de nosotros.
Por eso, no ‘tenemos que’ nada, ‘tenemos la posibilidad’ de todo lo realmente humano, que nos atrevamos a conseguir.
La pena que sentimos algunos cristianos es que, en general, la mayoría de cosas que se identifican con el cristianismo no son ‘de Jesús’, ni de su vida ni de su doctrina, no son del evangelio, sino que son fruto de la iglesia primitiva, o de miedos e inseguridades de su historia, y que se han ido añadiendo ‘como de Jesús’. Y, por desgracia, estos ‘añadidos’ son los que mucha gente sencilla identifica como lo más propio de su religión.
Para Jesús, el fondo de la persona estaba por encima, casi, de todo: normas, sábado, ritos, templo, culto, tradiciones, sacrificios, leyes, acciones, lo externo. Es enormemente significativo aquel: “¡Fuera! Habéis hecho de la casa de mi Padre una cueva de ladrones” (Mateo 21, 13), tan válido para cualquier momento y lugar, y que tanto escandalizó a ‘la gente bien’ de su tiempo -los cómplices de esos negocios-, de manera que “andaban buscando la manera de eliminarlo”.
De ahí que muchísima gente, que piensa, liderados por grandes pensadores, afirmen que “La religión es el opio del pueblo”, y huyan de todo lo que huela a sacristía -e identifican ‘sacristía’ con refugio en Dios y huida de los problemas de la vida-. El genial director de cina, Luis Buñuel (Calanda 1900 – México 1983) -como expresa tan escandalosamente en su ‘Palma de Cannes’ del 61, “Viridiana”-, afirma en su autobiografía: “Yo soy ateo, gracias a Dios. Y no estoy, en absoluto, en contra de la verdadera religión. Estoy totalmente en desacuerdo de la mayoría de los que la siguen como borregos”.
Y algo parecido quiso expresar Friedrich
Nietzsche (Alemania, 1844 – 1900), cuando escribió, en su famoso y terrible
libro, “So sprach Zarathustra”:
“Seré plenamente feliz, cuando la última piedra del último templo de la
última religión, al derrumbarse, mate al último sacerdote”.
Dios, amor, justicia, paz, tolerancia y comprensión, sí. Pero obligar, someter, manipular, indoctrinar, atemorizar, desinformar, hasta matar, en nombre de la religión, ¡NO!
Y, de nuevo, luchemos
incansablemente por la libertad, la luz, la justicia, el amor y la paz. Es muy
curioso constatar que el profeta Isaías, por el sigo V a. de C., en
circunstancias muy parecidas a las actuales, y para dar esperanza a sus
paisanos, machacados, migrantes y oprimidos, auguraba la llegada de ‘unos
cielos nuevos y una nueva tierra, donde reinará la paz y la justicia’. Del
promotor que realizará este cambio, esta liberación, dice: “Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi
elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para
que lleve el derecho a las naciones. Él no gritará, no levantará la voz ni la
hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha
que arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se
desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas lejanas
esperarán su Ley. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas.”, Isaías 42, 1-4.
Como refiero en otra entrada de este 'blog', G. F, Händel pone en preciosa y alegre música, en el número 12 de su "El Mesías", el pasaje de Isaías 9, 6: "Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Lleva sobre él el poder de gobernar, y su nombre es: Maravilloso consejero, Dios todopoderoso, Padre eterno, Príncipe de la paz" -'For unto us a child is born, unto us a son is given: and the government shall be upon His shoulder: and His name shall be called Wonderful, Counsellor, The mighty God,The everlasting Father, The Prince of Peace'-. (Se puede escuchar en el link: <https://www.youtube.com/watch?v=owcn6fgYwpw>)
Isaías avanza símbolos preciosos de lo que podrá suceder, gracias a él: “Con sus forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra.” “El lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los apacentará; la vaca y la osa vivirán en compañía, sus crías se recostarán juntas, y el león comerá paja, lo mismo que el buey. El niño de pecho jugará sobre el agujero de la cobra, y, el niño apenas destetado meterá la mano en la cueva de la víbora. No se hará daño ni estragos en toda mi Montaña santa, porque el conocimiento del Señor llenará la tierra como las aguas cubren el mar”, Isaías 2, 4; 11, 2-5.
Y
tiene un pasaje (Isaías 61, 1.2), del que se apropia Jesús (Lucas 4, 18-19), leyéndolo,
en la sinagoga de su pueblo, como referido a él mismo: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor
me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vender los
corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los
prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor; a consolar a todos los que
están de duelo.” Aunque no lee el
versículo, en el que Isaías decía: “Un tiempo de venganza para nuestro Dios”.
Y, después de haberlo leído, dice Jesús, responsablemente orgulloso y
consciente: “Esta escritura se cumple hoy en mí”.
¡Quién de nosotros, hoy, se puede negar a ser, de nuevo,
promotor de un cambio parecido, para nuestra maltrecha y triste humanidad!
Y voy a terminar, contándoos algunos ‘cuentos’, que
pueden ilustrar, mucho más que muchas palabras y explicaciones.
“SIN FUERZAS”
Una
pareja de jóvenes atléticos, adiestrados windsurfistas, están entrenando con
intensidad una tarde de mucho viento.
Se
alejan bastante de la costa, hasta llegar casi a una isla rocosa, distante de
ésta unos treinta y cinco kilómetros.
Cuando
están muy cerca de las rocas de su escarpado litoral, deciden ser prudentes y
regresar hacia tierra firme.
Pero
un repentino viento huracanado despierta, y da con ellos contra las rocas.
Las
tablas quedan destrozadas, casi tanto como sus ánimos, y las magulladuras son
abundantes en sus cuerpos.
Cuando
han podido serenarse y recobrar la calma, son conscientes de que les resultaría
imposible intentar alcanzar la tierra a nado. Con la tabla, son capaces de
cualquier distancia; sin ella, incapaces de la mínima.
Calculan
que llegar nadando hasta la tierra que divisan a lo lejos, les puede costar,
por lo menos, unas seis horas.
Distancia
y tiempo que su falta de entrenamiento en natación les haría imposible, en una
sola jornada.
Se
sienten desesperados, abatidos, desesperanzados.
El
más preparado psicológicamente le dice a su compañero:
“Tenemos víveres como para seis días. Podemos empezar a entrenar mañana a nadar. Cada día, podremos nadar una distancia un poco mayor. Necesitaremos nadar 6 horas seguidas para alcanzar la orilla. Yo creo que, en seis días, podremos estar preparados para nadar esas 6 horas.”
Conforme
a esa idea, van efectuando el plan previsto.
El
día prefijado, prontito, salen, con los últimos víveres, nadando hacia la
costa.
A
un ritmo consensuado, lento y constante, en cinco horas y media están a medio
kilómetro de la ansiada meta.
Cuando
ya no quedan ni doscientos metros, como a cinco minutos, el primero se vuelve hacia
su rezagado compañero, y le dice glorioso:
“¡Lo hemos logrado! ¡Ya estamos!”
Y
escucha un terrible lamento desgarrador:
“Yo ya
no puedo más. ¡Me vuelvo a la isla!”
“Una casa de lujo”
Un maestro de obras llevaba muchos años trabajando en una importante empresa de construcción.
Poco antes de su jubilación,
recibió del Presidente la orden de construirle una quinta de recreo original,
un chalet modélico, hecho a su gusto, según el proyecto que él mismo diseñase.
Podría construirla en el sitio que
más le gustara sin preocuparse de los costos.
Las obras comenzaron enseguida.
Aprovechándose de la confianza que
en él depositaban, el maestro de obras pensó en un proyecto barato, en usar
materiales de baja calidad y contratar incluso a obreros poco cualificados con
un salario más bajo, y embolsarse así todo lo que pudiera ahorrarse.
Cuando concluyó la construcción
del chalet, se dio una fiesta; y, en la sobremesa, el maestro de obras entregó
al Presidente de la empresa la llave del chalet recién terminado.
El
Presidente se la devolvió sonriente y, estrechándole la mano, le dijo:
“El chalet es suyo: es
nuestro regalo para Vd., como señal de aprecio y reconocimiento de la empresa a
toda una vida de excelente trabajo.”
“LA
MAYOR RIQUEZA”
Un pobre vagabundo, ve no muy lejos, en la montaña,
un gran palacio, de torres y ventanales majestuosos.
Movido por la curiosidad, va andando despacio hacia él.
Cuando llega hasta la misma puerta, se la encuentra
abierta,
y empieza a mirar hacia dentro, mientras se le nubla la
vista:
ve tantas cosas y tan suntuosas y brillantes,
que cree estar en un sueño, más que en la misma realidad.
Arañas inmensas de cristal resplandeciente,
amplios tapices de colores y dibujos indescriptibles,
muebles preciosos, tras cuyas vitrinas, había joyas
insólitas.
En esto, ve que el rey baja tranquilamente por la
escalera.
Hace ademán de huir, pero oye la llamada del rey:
“Venid, buen hombre, no tengáis miedo”.
Y, despacio, se acerca hasta él extendiéndole la mano.
El pobre queda perplejo con la sortija fuera de todo
precio,
que el rey lleva en uno de sus dedos,
y que le ofrece para estrecharle la suya:
oro, piedras preciosas, de valor incalculable, que,
como es lógico, nuestro pobre hombre observa atónito.
Inesperadamente, el rey le dice con total naturalidad:
“Buen hombre, siéntete en tu casa;
elige cualquiera de las cosas que tienes a la
vista,
pídemela, que inmediatamente será tuya.
¿Quieres la preciosa sortija que ha llamado tu
atención?”
Y el buen hombre le contesta entristecido:
“Gran rey, no elijo la sortija, por más que me
admire.
Quisiera pedirle que me regalara su
desprendimiento.
Con la sortija, podré ser feliz, una corta
temporada.
¡Con su desprendimiento, sería feliz toda mi
vida!”
“LA ACTITUD”
Una joven se quejaba a su padre acerca
de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer
para seguir adelante, y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de
luchar. Parecía que, cuando solucionaba un problema, aparecía otro.
Su padre, un chef de cocina, la llevó
a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego
fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una echó
zanahorias, en otra echó huevos y en la última echó granos de café. Las dejó
hervir, sin decir palabra.
La hija esperó impacientemente,
preguntándose qué estaría haciendo su padre.
A los veinte minutos el padre apagó el
fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un recipiente. Sacó los huevos y los
colocó en otro. Coló el café y lo puso en un tercero.
Mirando a su hija, le dijo:
“Querida, ¿qué
ves?”. - “Zanahorias, huevos y café”,
fue su respuesta.
La hizo acercarse y le pidió que
tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió
que tomara un huevo y lo rompiera. Después de quitarle la cáscara, observó el
huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba
de su rico aroma.
Humildemente, la hija preguntó:
"¿Qué
significa esto, Padre?"
Él le explicó que los tres elementos
habían enfrentado la misma adversidad, agua hirviendo, pero habían reaccionado
en forma diferente.
La zanahoria llegó al agua dura y
fuerte; después de pasar por el agua hirviendo, se había vuelto blanda, fácil
de deshacer. El huevo había llegado al agua frágil; su cáscara fina protegía su
interior líquido; pero, después de estar en agua hirviendo, su interior se
había endurecido. Los granos de café sin embargo eran únicos: después de estar
en agua hirviendo, habían cambiado al agua, dándole su buen sabor.
“¿Cómo
eres tú?”, preguntó a su hija.
Cuando la adversidad llama a tu
puerta, ¿desde qué actitud sueles responder tú?
“LA MONTAÑA SAGRADA”
Había en una región lejana una
gran montaña rodeada de otras montañas menores, que circundaban un frondoso
valle.
La gran montaña era tan alta,
que nunca se lograba ver la cima, siempre cubierta de blancas nubes.
Desde todos los tiempos, se
llamaba a la montaña “La Montaña Sagrada”, porque se creía firmemente que, en
la cima de la montaña, se daba el encuentro con la Divinidad: el que lograra
ascender hasta lo alto de la cima encontraría la Luz, la Vida, la Iluminación,
la Felicidad, el Absoluto, la Paz, lo mejor de Sí Mismo, la Beatitud y Dicha
total.
Pero la realidad era que ningún
lugareño había sido capaz de llegar a tan ansiado lugar. Los caminos eran
escarpados y sinuosos. Y, al no haber nadie que hubiera podido llegar nunca, no
había quien pudiera indicar el auténtico camino.
En algún tiempo especial dio por
aparecer por aquel valle un sabio anciano, atraído por la inmensa fama de la
gran montaña.
Preguntó a unos y a otros si
sabían la manera de poder ascender hasta la ansiada cima. Y todos le
insinuaban, sin querer que se hiciera muy manifiesto, la existencia de un
prestigioso sherpa, que había dado misteriosamente con la solución.
Guiado por las cautas
indicaciones de los prudentes lugareños, llegó ante la puerta de una pobre
cabaña, en cuya entrada había una inscripción jeroglífica que venía a decir:
“¡Tenemos la posibilidad de
enseñar el camino auténtico y seguro hasta la cima de la Montaña Sagrada!”
Cautelosamente, entró el anciano
sabio, y fue recibido por un no más joven personaje, que le indicó que él
poseía mapas y brújulas certeras, para acceder, por un módico precio, a la
cima.
Calmada y pacientemente, el
anciano sabio fue observando cada uno de los complicados mapas y de las pesadas
brújulas. Al cabo de un buen rato, se acercó al dueño del enigmático local y le
dijo con voz muy baja y máxima tranquilidad:
“¡Amigo, ¿usted es consciente de
que las brújulas que usted vende tienen la aguja mal imantada, y no pueden
señalar el auténtico camino!”
El viejo serpa le dijo con aires
de cierta complicidad:
“Ya lo sé. Todos lo sabemos. Con
estos instrumentos, tampoco se puede llegar
a la cima de la Montaña Sagrada. Pero, no se
lo comente usted a nadie.
Porque, ¡si usted supiera lo felices que están
todos los moradores del valle, creyendo
que ya tienen la solución para llegar!”
“EL REGALO DE CUMPLEAÑOS”
Durante la cena de la
víspera de su 15 cumpleaños, su padre le dice que siente muchísimo no poder
acompañarle en fecha tan señalada, ‘cuando vas a convertirte ya en todo un
hombre’.
Tiene una reunión
importante en Barcelona, a la que no puede faltar. Lo único que puede hacer es
intentar acabar no muy tarde, para coger un ‘puente aéreo’, que le permita
llegar a Madrid a la hora de la cena. “Por lo menos, lo celebramos en la
cena. Haremos algo especial que te guste.”
Y, con gran parafernalia
saca de su bolsillo un billete nuevo y reluciente de 500 €, ante la mirada
‘ojiplática’ del homenajeado, que es la primera vez en su vida que ha visto tal
cosa. Incluso la madre mira a su marido con un cierto aire de desaprobación,
pues es demasiado dinero para un ‘niño’, que siempre ha estado tan protegido y
quizá no sepa hacer buen uso de tal cantidad.
El padre, solemne, le
dice:
“Hijo mío, me
fío plenamente de ti. Sé que no vas a hacer ninguna tontería, ni nada que nos
disgustara a tu madre y a mí. Pero quiero que el día de tu quince aniversario
lo celebres generosamente con tus amigos, que tú pases un día feliz, y que
compartas esa felicidad con ellos.”
A la noche siguiente, el
padre llega, conforme estaba previsto, para la cena familiar, y le pregunta al
hijo qué tal se lo han pasado y qué ha hecho con el dinero que le regaló. El
buen hijo, también con toda ceremoniosidad, le da a su padre, envuelto en papel
de regalo, un precioso bolígrafo de oro de unos 495 €.
El padre se alegra de lo ‘bueno’ que es su hijo. Pero, con una
sensación terrible de ambigüedad, se queda muy triste: su buen hijo no ha
entendido nada de lo que él pretendía.
El padre no pretende que el hijo le regale, en agradecimiento, un bolígrafo de oro, en el que se gaste todo lo que le ha dado. Muy al contrario, pretende que el hijo use bien lo que el padre le da: lo celebre, comparta e invite a sus amigos y familiares, incluso ayude a los que lo puedan necesitar. Pero no le da nada, ‘¡para que se lo devuelva a él!
* * **
¿Cómo te quedarías tú, si
te pasara esto mismo? ¿Cómo se quedará Dios, cuando nosotros nos sentimos en la
obligación de devolverle a él todo lo que nos ha dado?
Lo dijo muy claro Jesús:
“El Hijo del
Hombre -en representación del
Padre-, no ha venido a ser servido -a que cumplamos con Él-, sino a
servir: a dar su vida para que los seres humanos podamos usarla para ser
felices.”
“La importancia de la amabilidad”
Cuenta una historia que un judío trabajaba en una planta empacadora de carne en Noruega.
Un día, terminando su horario de trabajo, fue a uno de los refrigeradores, para
inspeccionar algo; se cerró la puerta con el seguro, y se quedó atrapado dentro
del refrigerador.
Golpeó fuertemente la puerta, y empezó a gritar, pero nadie lo escuchaba.
La mayoría de los trabajadores se habían ido a sus casas, y era casi imposible
escucharlo, por el grosor que tenía esa puerta.
Llevaba cinco horas en el refrigerador al borde de la muerte.
De repente, se abrió la puerta.
El guardia de seguridad entro y lo rescató.
Después de esto, le preguntaron al guardia a qué se debía el hecho de que se le
ocurriera abrir esa puerta, si no es parte de su rutina de trabajo.
Él explicó:
“Llevo trabajando en esta empresa 35 años; cientos de trabajadores entran a
la planta cada día, pero él es el único que me saluda por la mañana y se
despide de mí todas las tardes. El resto de los trabajadores me tratan como si
fuera invisible.
Hoy me dijo ‘hola’, a la entrada, pero no escuché ‘hasta mañana’.
Yo espero por ese ‘hola’, ‘buenos días’, y ése ‘chau’ o ‘hasta
mañana’, cada día, con toda mi ilusión.
Sabiendo que todavía no se había despedido de mí, pensé que debía estar en
algún lugar del edificio, por lo que lo busqué y lo encontré.”
“Dos ‘cuentos’
de ‘piedras’, para mirar al futuro”
1,- Un pescador va de madrugada hacia el río. Aún noche cerrada. Quiere aprovechar la mañanada. Se sienta con todos sus aparejos cerca de la orilla. Hasta que se empieza a ver, se entretiene lanzando pequeñas piedrecitas de un montón que encuentra a su lado. Escucha el sonido del contacto de las piedras con el agua, y va haciendo cálculos del caudal, la distancia, la fuerza. Cuando comienza a ver, descubre que las piedras del montón, ya mediado, son valiosos diamantes.
Aquí acaba el cuento. El
final puede depender de ti. ¿Tú qué harías?
¿Desesperarte por haber
perdido medio montón? ¿Alegrarte, celebrar y sacar jugo al medio montón que te
queda?
Al menos, cuéntatelo para
irte conociendo mejor.
¡Pues, anda! “Hoy es el
primer día del resto de tu vida”.
Tienes toda tu vida por
delante; el pasado no existe.
¡¡¡PUEDES HACER CON TU VIDA
LO QUE QUIERAS!!!
2.- Un experto asesor de empresas en “Gestión de Tiempo” quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo de su escritorio un frasco de boca ancha, lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño, y preguntó:
“¿Cuántas
piedras piensan que caben en el frasco?”
Después de que los
asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el
frasco.
Luego preguntó: “¿Está
lleno?”
Todo el mundo lo miró y
asintió.
Entonces sacó de debajo de
la mesa un cubo con piedras más pequeñas. Metió parte de ellas en el frasco y
lo agitó. Las piedritas penetraron por los espacios que dejaban las piedras más
grandes. Entonces el experto sonrió y repitió con ironía: “¿Está lleno?”
“Tal vez no”, dijeron todos, cautelosos.
Luego puso en la mesa un
cubo de arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba por los
pequeños recovecos que dejaban las piedras y las piedrecillas.
“¿Está lleno?”, preguntó de nuevo.
“¡No!”, exclamaron los asistentes. “¡Bien!”,
dijo.
Entonces sacó una jarra con
agua que comenzó a verter en el frasco hasta que se llenó.
“Bueno, ¿qué
hemos demostrado?”, preguntó.
Uno de los asistentes
respondió: “Que no importa lo llena que esté tu agenda; si lo intentas,
siempre puedes hacer que quepan más cosas.”
“¡¡No!!”, exclamó el experto. “Lo que esta lección nos
enseña es que, si no colocas las piedras grandes primero, ¡después nunca podrás
colocarlas!”
¿Cuáles son las grandes
piedras de tu vida: TU FELICIDAD, TU SEGURIDAD, TU COHERENCIA, TU COMODIDAD, TU
FAMA, TUS PRINCIPIOS, TUS IDEAS, TUS IDEALES, TUS NORMAS, TUS AMIGOS, . . ?
Recuerda: esas piedras -lo
esencial para ti- ponlas primero; ¡el resto ya encontrará su lugar!
“EL ABUELO”
Un anciano de una tribu estaba
teniendo una charla acerca de la vida con sus nietos.
Y les dijo con mucho cariño:
"Una gran
pelea está ocurriendo en mi interior; y es entre dos lobos, cada uno de los
cuales quiere dominar mi espíritu.
Uno de los lobos
representa la maldad, el temor, la ira, la envidia, el odio, el rencor, la
avaricia, la arrogancia, la culpa, el resentimiento, la inferioridad, la
mentira, el orgullo, la competitividad, la superioridad y la egolatría.
El otro la bondad,
la alegría, la paz, el amor, la esperanza, la serenidad, la humildad, la
dulzura, la generosidad, la benevolencia, la amistad, la empatía, la verdad, la
ternura, la compasión y la fe.
Esta misma pelea está ocurriendo dentro de vosotros, y también dentro de todos los seres de la tierra."
Lo pensaron por un minuto, y uno de los niños le preguntó a su abuelo: "Abuelo, dime: ¿Cuál de los dos lobos ganará la pelea en mí?"
Y el viejo respondió dulcemente:
"EL QUE TÚ ALIMENTES."
“¿Realmente te fías de Dios?”
Cuentan que un alpinista
empezó a escalar una alta y escapada cumbre, y se le fue haciendo tarde, y más
tarde, y oscureció. La noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña,
ya no se podía ver absolutamente nada. Subiendo por un acantilado, a sólo unos
pocos metros de la cima, resbaló y se desplomó por el aire, cayendo a velocidad
vertiginosa.
Seguía cayendo... y, de
repente, sintió el fortísimo tirón de la larga soga que lo amarraba de la
cintura a las estacas clavadas en la roca de la montaña.
En ese momento de quietud,
suspendido en el aire, se le ocurrió gritar:
“¡Ayúdame, Dios mío!”
Casi sin poderlo creer,
oyó que una voz grave y profunda le contestó, como desde los cielos:
“¿QUÉ QUIERES QUE HAGA?”
“¡Sálvame, Dios mío!”
“¿REALMENTE CREES QUE YO TE PUEDO SALVAR?”
“¡Por supuesto, Señor!”
“ENTONCES, FÍATE DE MÍ Y SUELTA LA CUERDA QUE TE
SOSTIENE.”
Hubo un momento de
silencio; el hombre se aferró más aún a la cuerda. Y cuenta el equipo de
rescate, que al otro día encontraron a un alpinista colgando muerto, congelado,
agarradas sus manos fuertemente a la cuerda, ¡a tan sólo medio metro del suelo!
(si te apetece
comentar, opinar, preguntar, sugerir
o criticar algo, puedes ponerme un correo a mi
cuenta:
‘fermomugu@gmail.com’)