martes, 24 de octubre de 2017

“AGRADECIMIENTO”



El lema que hemos consensuado este curso todos los colegios de jesuitas de España, para que sea el hilo conductor o la música de fondo -las ‘lineas de fuerza’- de nuestra tarea educativa es: “Sobre todo, gracias. Más en las obras que en las palabras”.

Como casi todos los lemas, slogans o proverbios, conviene entenderlo, explicarlo y aplicarlo bien, para que resulte constructivo. Pues es demasiado común que los mejores principios, incluso las frases evangélicas más iluminadoras, se pueden usar, interpretar o emplear mal, y, entonces, no sólo no iluminan, sino que perjudican, se convierten en negativas, incluso destructivas.

No hay que ampliar mucho el campo de visión, para caer en la cuenta de que el mejor invento puede resultar nocivo. Léase energía atómica, internet, un simple cuchillo o el mejor descubrimiento. No olvidemos que el gran Friedrich Nietzsche (Alemania, 1844) se atrevía a decir: “Las mayores atrocidades se han hecho con la mejor intención”.

¿Dónde veo yo la posible malinterpretación de este lema? Pues no en su contenido, sino en una posible manera de presentarlo. “¡Hay que ser agradecido!”. Presentarlo como una obligación, una imposición, algo que hay que hacer ‘para’ otra cosa.

Porque, si habéis reflexionado lo suficiente sobre la educación o la religión, toda obligación impuesta, no se entiende como un bien en sí mismo, sino que se presenta -y se recibe- como necesaria por otra razón, para conseguir algún otro objetivo, que no siempre aparece o se trasmite claro.

“Tienes que obedecer, para no ser castigado”, o para ser premiado, o valorado, o reconocido, o estimado, o amado, o merecer, o quedar bien, o ser feliz, o no quedar mal. Y es posible que suceda lo mismo, si decimos a un alumno: “¡Tienes que ser agradecido!”. Prescindiendo de que no vea el ‘ser agradecido’ como algo apetitoso, agradable, entenderá, como decíamos, que es ‘para’, ‘por’ algo: para hacer méritos, para ser bueno.

El precioso y enorme librito de San Ignacio de Loyola, “Los ejercicios espirituales”, comienza por algo esencial en su espiritualidad, y para cualquier modo de vivir en profundidad, que él mismo titula “Principio y Fundamento”. Es como la base de todo lo demás, de todo lo que viene después, de cualquier norma o principio posterior. Y, siendo ‘perfecto’, también puede prestarse a ser mal interpretado.


Lo transcribo, con el mismo lenguaje de su tiempo -aunque la puntuación es mía-: 

El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir 
 a Dios nuestro Señor,
 y, mediante esto, salvar su ánima.
 Y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas 
 para el hombre,
 y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado.
 De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, 
 quanto le ayudan para su fin,
 y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden.
 Por lo qual es menester hacernos indiferentes 
 a todas las cosas criadas,
 en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, 
 y no le está prohibido.
 En tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud 
 que enfermedad, riqueza que pobreza,
 honor que deshonor, vida larga que corta, 
 y por consiguiente en todo lo demás.
 Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce 
 para el fin que somos criados.”

Dos observaciones previas: la primera es que, como habla aquí de ‘ser indiferente’, la indiferencia ignaciana puede entenderse como un ‘pasotismo’: para ser buen cristiano -o jesuita- hay que hacerse insensible, duro, frío, pétreo, para que todo nos dé igual. Para que aceptemos resignadamente cualquier ‘cruz’, dificultad o contrariedad que el Señor nos manda.

Y, gracias a Dios, eso no es así. San Ignacio -terriblemente sabio en cuestiones psicológicas-, nos indica que, si algo nos importa grandemente -si estamos profundamente enamorados de alguien o interesados en algo- las circunstancias adyacentes nos importarán bastante menos. Si yo estoy en Vigo, y, a las 11 de la noche me dicen que necesito estar mañana en Madrid a las 7 de la mañana, porque hay algo en juego que me importa mucho, y que me lo exige, me dará igual -“me haré indiferente”- el medio de transporte que tenga que usar. Aunque sea en el camión de un amigo que sale en media hora, para llevar pescado a Madrid, siendo la única manera que tengo de llegar a tiempo.

Si no tengo esa urgencia, esa necesidad, podré elegir el medio que prefiera, que me resulte más cómodo o confortable. Mañana buscaré un avión a media mañana, que no me haga madrugar, y estoy en Madrid, tranquilamente, para comer. No es que ‘me dé igual’ pasarme toda la noche en la cabina de un camión, que viajar cómodamente, tras una noche de sueño reparador. ¡No! Lo que sucederá es que, si estás totalmente convencido de que realmente quieres -necesitas, deseas ardientemente, te importa mucho- conseguir un objetivo, un fin, una meta, y sólo tienes un modo, no te deja elegir otro más cómodo, más agradable: ‘te hace indiferente’ a la manera como lo puedas conseguir.

Y la segunda observación es a la expresión “salvar el ánima”. Lo primero que quiere dejar claro Ignacio es que estamos hechos para ‘ser salvados’, que puede tener muchas traducciones, aunque en aquel tiempo se le diera directamente: “para no ir al infierno”. El ser humano ha sido creado para “vivir”. Dios, como buen Padre, quiere que vivamos libres, humanamente, cumpliendo el sueño que él tiene para cada uno de nosotros. Tertuliano, un ‘santo padre’ de la Iglesia decía, en el siglo II: “La Gloria de Dios es la vida del hombre”. Hoy algunos lo traducen: “Lo que le importa a Dios es que los seres humanos tengan una vida digna”Jon Sobrino, s.I. -compañero de los 'mártires de El Salvador'-, lo expresaba: “Ser cristiano hoy es desclavar a los crucificados del mundo”Y una canción juvenil lo formulaba atinadamente: “No has nacido, amigo, para estar triste”.

Desde esa realidad, con la que cualquier persona estará de acuerdo, se tenga la ideología que se tenga, se formule con unas u otras palabras, sabemos que nuestro único objetivo vital es la realización personal plena, el ser ‘generosos’.


Utilizo este adjetivo, porque he descubierto que generoso no significa dar limosna o ser desprendido. ‘Generoso’ viene de ‘género humano’. Como se usa en una tienda para decir que tiene ‘buen género’, o de un buen vino se dice que es ‘vino generoso’. Desde ahí, creo que ser ‘generoso’ es nuestra mayor aspiración, nuestro mejor objetivo: ser de un humanismo de calidad, humano de buena clase, de solera, de toda confianza. Hemos nacido para eso.

Y todo lo demás, nos debe resultar secundario, intrascendente, accidental, llevadero. Si se puede elegir, quizá prefiera tranquilidad, ausencia de problemas. Pero eso no es esencial para mí. Lo esencial es ser feliz: todas las demás cosas estarán en servicio de eso. Si no, es que realmente no me interesa.

“Quiero ir a Madrid, pero tiene que ser sin pasar frío, ni incomodidad ni excesiva espera”. Pues, sea sincero. Usted no quiere ir a Madrid por encima de todo. Y es muy posible que nunca llegue a Madrid, ¡porque nunca encontrará ‘un medio’ que cumpla todas sus expectativas! De ahí que, por algún lado, dice: “¡Prisa y auténticas ganas son incompatibles!”

Todo este razonamiento es porque mucha gente que medita el ‘Principio y Fundamento’ se puede quedar en que “Dios te pide que seas indiferente a todas las cosas”. Metodológicamente, se debería explicar primero solamente la primera parte “el ser humano es hijo de Dios, que te ama y quiere que seas feliz”. Y no pasar de ahí, hasta que eso calara, hasta que nos creyéramos de verdad que Dios es amor incondicional, que no nos pide nada a cambio, que no necesita que hagamos nada para querernos, y -¡menos!- para crearnos.

Hay un ejemplo que puede clarificar esto bastante, aunque pueda parecer una tontería: cuando alguien inesperado nos llama por teléfono, lo normal es que esté un rato preguntando cómo estamos, qué tal nos va. Al cabo de un tiempo, va al motivo de su llamada: “Te llamo porque quería pedirte un favor”. ¿No podía haber empezado por ahí? Y, luego, ya me preguntaría todo lo que le apeteciera. Pero, por mucho que no se note, ese rato intrascendente, estamos pensando: “Deja de andarte por las ramas, y vete a lo que me vas a pedir”. Todos lo solemos hacer, y creemos que es más políticamente correcto y educado. Pero inmediatamente se nos nota que estamos en una introducción insulsa, para no parecer descarados, pidiendo directamente lo que nos interesa. Producimos el efecto contrario: si primero vamos al grano, luego, todo lo que hablemos y nos interesemos por el otro le sonará a auténtico, a verdadero interés.

Suelo ver que es muy frecuente que, si a un hijo le dices que le amas mucho, y, por eso, esperas mucho de él, se quede con que esperas mucho de él, y no llegue a sentir profunda, experiencial, vitalmente, que le amas. “Da gracias a Dios, hijo mío, porque eres muy inteligente. Tienes que responder de ese don, y sacar siempre unas notas maravillosas.”

¡Cuánta gente está convencida y tiene muy claro lo que tiene y lo que no tiene que hacer -“lo que Dios manda”-, pero no se siente amado! Por eso, por favor, cuando quieras pedir algo a alguien, no le digas primero que le quieres mucho. Deja un día sólo para eso: para decirle todo lo que le amas, pase lo que pase, y que no le pides ni le prohíbes nada.

Deberíamos acostumbrarnos a no decir nunca a nadie: “¡Tienes que!”. Desde Jesús, desde ‘la buena noticia’ de que somos amados incondicionalmente, nada es obligación, todo es oportunidad: la vida, la alegría, la religión, la felicidad, son oportunidades, son una suerte, no una obligación. Deberíamos tener como lema constante: “La mayoría de las cosas de la vida -incluso la religión o el amor- no son obligación, son oportunidad.”

Y, volviendo al tema de nuestro escrito, el ser agradecido tampoco es una obligación, sino una suerte: para uno mismo y para los demás. Hay una frase que repetimos en cada Eucaristía -que etimológicamente significa ‘acción de gracias’: ‘eu’ = bien, bueno, ‘caris’ = gracia, ‘buenas gracias’, ‘celebración de agradecimiento a Dios por el amor que nos tiene’ (muy distinto a la sensación de sacrificio y compensación por nuestros pecados)- y que seguro que nunca te habías parado a pensar: “Es nuestro deber y salvación darte gracias, siempre y en todo lugar”. Aparte de que es justo y necesario, dado que somos unos afortunados, por la cantidad de cosas que nos ha regalado la vida, si somos agradecidos, ‘estamos salvados’. Es nuestra salvación.

¡Qué distinta actitud, qué diferente postura de corazón, la de ir a pedir perdón a alguien -desde la culpa y el miedo-, a la de ir a agradecer que nos quieran tanto que nos hayan perdonado todo -con alegría e ilusión-! Escribía un sociólogo francés: “¡Qué curioso, como los jóvenes están esperando a la puerta de la iglesia, charlando y sonrientes, y, cuando entran en misa, ponen todos cara de pena, se callan, parece que van a un suplicio!”

Algo parecido recomiendo a los padres, aunque les resulte difícil. Si tu hijo pequeño llega triste a casa, y te cuenta que es porque ha suspendido cinco -o cualquier otra cosa que, además de entristecerle a él, te encoleriza a ti-, escucha su tristeza, acaricia su dolor, consuela su pena. Espera a mañana para decirle todo lo que se te ocurra: “Es que eres un vago, a ver si aprendes, pues el fin de semana no sales, a la cama sin cenar, desde luego eres un estúpido insensato”, o cosas lindas parecidas. Un hijo necesita sentir que su madre entiende su pena, comparte su dolor, y le importa eso tanto como a él. Incluso que le importan más sus sentimientos que sus resultados.

¿Que es casi imposible no saltar y reñirle? Pues sí. Pero es la única manera de que sienta que le quieres, que te importa, y de que pueda ser luego agradecido, obediente, responsable. Incluso es la única manera de que te escuche, de que se entere, de que te obedezca cuando le digas algo importante. (Es que educar, como amar, es realmente difícil: estamos de acuerdo.)

En la vida, hay dos posturas fundamentales, contrarias y excluyentes: agradecer y echar cuentas; vivir fijándose, poniendo en valor, dando importancia a lo muchísimo que tenemos, o andar enfocando lo que no tenemos, lo que nos falta, lo negativo de nuestra vida, lo que los demás tiene mejor o más que nosotros. Los primeros viven alegres y contentos, sonrientes y transmitiendo felicidad, mientras que los segundos siempre estarán amargados y amargando a los demás. Unos son una suerte para los que les rodean, los otros una pesadilla.

La persona que echa cuentas -desagradecida- es un continuo engorro para los demás: le hagas lo que le hagas, le parecerá mal; le regales lo que le regales, no le gustará o le parecerá poco o esperaba más. ¡Es agotador! Encima se creen más listos que nadie, porque los demás se conforman con cualquier cosa porque son unos infelices, unos tontos; mientras que a ellos nada les sirve, porque son superiores a todos. Los demás son malos, ellos son los únicos que hacen las cosas bien. Ellos tienen siempre la razón, los demás no dan una. Ellos se preocupan de todos -no se ocupan realmente de nadie-, mientras que de ellos no se preocupa -aunque se ocupe todo el mundo- nadie.

Aparte de que la envidia es el ‘pecado capital’ que ‘menos compensa’ -se llaman pecados capitales a aquellas actitudes que son origen y fuente (‘cabeza’, capital) de otros males, actitudes, actos y comportamientos perjudiciales para uno mismo o para los demás, normalmente para ambos-: los otros seis ‘pecados capitales’ traen algún momento o efecto ‘beneficioso’ y placentero para el que lo ejerce; mientras que la envidia no proporciona a su sujeto ninguna gratificación ni satisfacción. ¡El ‘pobre’ envidioso siempre está sufriendo!

El colmo del envidioso -de la maldad, de la amargura eterna, de la permanente insatisfacción- es el alegrarse del mal ajeno. Y es más común de lo que parece. “Si mi vecino está peor que yo, ¡ya no estoy tan mal!”.

Y el ejemplo más claro -y más fuerte- de esto es el cuento terrible de aquel malvado perverso, que, caminando por el bosque, tropieza con algo extraño, y se percata de que es una ‘lámpara maravillosa’. La frota, todo ‘ilusionado’, aparece el genio, y le dice: “Pídeme lo que quieras que te lo concederé”. Pero el genio añade: “Con una condición. Aunque tú seas malo, yo soy un genio bueno. Por tanto, lo que me pidas, yo te lo concederé, y, al mismo tiempo, se lo concederé, multiplicado por dos, a todos tus amigos y conocidos”. El pobre malvado se queda chafado, pues no le hace ninguna gracia la condición del genio bueno. De repente, una luz radiante ilumina su cara. “Ya sé: por favor, ¡déjame tuerto!”

A mí, que me gusta mucho jugar con el significado de las palabras, me resulta curioso ver la similitud de vocablos como ‘agraciado’, ‘gracioso’, ‘tiene gracia’, ‘¡qué gracia!’, ‘gratis’, ‘gratuito’, ‘gratuidad’. Estar ‘en gracia’ de Dios, se refiere al estado del alma, del interior, de amistad con Dios, de paz con uno mismo, de serenidad, de tranquilidad de conciencia. Las ‘gracias’ que Dios nos concede, los regalos, cualidades, u oportunidades que nos da la vida, los demás, las circunstancias, inesperadamente, sin merecerlo ni esperarlo.

Y hay otra serie de sinónimos: regalo, presente, entrega, don, perdón. Y ‘perdón’ es un reduplicativo de don. Como perseguir es seguir con insistencia. Perdurar es durar como una pila duracel: ¡eternamente! Perdonar es darse siempre, entregarse sin límites, regalar sin esperar nada a cambio.

En definitiva la gratitud, como el perdón, es una consecuencia del amor. Que, por otro lado, psicológicamente, también es una suerte. “Si no perdonas, eres esclavo de tu enemigo; si perdonas, te liberas de él”, dice un proverbio árabe. El rencor y la venganza, te dejan mal, te quitan la paz interior. El perdón -‘cualidad de fuertes’ y no ‘debilidad de cobardes’, que cree mucha gente- te enriquece, te libera, te engrandece, te humaniza, te hace feliz.

Cuenta Tony de Mello. Se encuentran dos ingleses, antiguos compañeros en un campo de concentración nazi, y uno pregunta al otro: “John, ¿has logrado perdonar ya a los nazis?” “No, Thomas”. “Pues, entonces, ¡siguen teniéndote prisionero!”

Y hay otro aspecto del agradecimiento que tiene mucha importancia; su vertiente social: como decíamos antes, es una suerte para uno mismo y para los demás. En Zimbabwe, para decir ‘gracias’, usan una expresión que viene a significar “no te canses”; sigue siendo así, es una suerte tenerte entre nosotros, no sólo para mí -por algo concreto que me has regalado o hecho-, sino para toda la tribu: con personas como tú, da gusto vivir.

Lo contrario, el verlo todo como una obligación, un deber, un mandato, una carga pesada, es de lo más molesto y molestador. Y, por desgracia, agradecemos -como alabamos- demasiado poco. Es muy frecuente oír a padres o educadores: “¡Para qué se lo voy a agradecer, premiar o valorar, si es su obligación hacerlo!”

La personalidad positiva y constructiva, el verdadero agradecimiento, como el auténtico amor, nace del fondo del ser humano, como una fuerza interior innata. Es producto de la experiencia de sentirse amado, regalado, afortunado, valorado.

De la obligación o de la inseguridad, de la falta de valoración o afecto, de la culpa o del miedo, nunca puede surgir ni el amor, ni el agradecimiento verdaderos, y satisfactorios, coherentes, naturales, espontáneos.

De esa fuente -ajena y morbosa- sólo pueden brotar actitudes -o comportamientos- como el perfeccionismo, el activismo, un agotador, frustrante e inútil, ‘darse a los demás -por obligación-’.

Para darse a los demás de verdad -y que los demás sientan ese don-, para ‘en todo amar y servir’, para ‘amar al prójimo como a ti mismo’, primero es imprescindible ‘tenerse’, ser, tener seguridad y valoración propia, es preciso un sano equilibrio afectivo.

Se dice con gran belleza: “La medida del amor es el amor sin medida”. ¡Qué bonito! Pero Jesús de Nazaret, que algo sabía del amor verdadero y del ser humano, dijo: “Amarás al prójimo como te ames a ti mismo”. Que no es una ‘obligación religiosa’, sino una ‘advertencia psicológica’: ‘Te aviso que la medida de tu amor a los demás -a todos- es la medida en que tú te ‘ames’ a ti. Si tú no te amas -cultivas, aguantas, conoces, cuidas, aceptas, perdonas, tratas, toleras, comprendes- a ti mismo, es imposible que ames -vale el mismo paréntesis- a los demás. Cuidarás, protegerás, complacerás, servirás, utilizarás; pero no podrás amar. Ni a tu madre, ni  a tu pareja, ni a Dios.’

Y otra frase evangélica, que nos viene muy al caso, y que puede también entenderse de esas dos maneras: “Porque el Hijo del Hombre, no ha venido a ser servido, sino a servir, y dar su vida para la salvación de todos”. Esta frase también se puede entender, como la anterior, en el sentido de la obligación ‘religiosa’ que tenemos, si somos cristianos, de servir y no dejarnos servir. Pero, si queremos entender en profundidad lo que quiere decirnos Jesús, que viene en nombre de su Padre, para regalarnos su vida y declararnos su amor, es que -después de ese regalo- nos declara que no les debemos nada: ‘Hemos venido, para que uséis nuestra vida, nuestro amor, para que os sirva para vuestra realización plena, hemos venido para serviros. No tenéis que pagar, merecer, servirnos, devolvernos nada: nos quedaremos muy satisfechos, si vemos que usáis nuestra vida y nuestro amor, para ser felices y contagiar esa felicidad’.

Escribe Juan, en su preciosa primera carta: “Lo esencial no es que nosotros amemos a Dios, sino que él nos amó primero”. Por tanto, ser cristiano -en definitiva, ser ‘humano’- no es cumplir con Dios, sino tener la experiencia profunda de sentirse amado. De esa experiencia ‘surge’ el agradecimiento, el amor, la coherencia, la misericordia ‘con estos hermanos míos más pequeños’. De una obligación no surge nada que dure, ni que merezca la pena de llamarse humano. De la experiencia de saberse amado, surge la ‘necesidad’ de amar a los demás.

Como decía antes, hemos sido educados desde la obligación. Por eso hay tan poca gente agradecida. Y hay varios ‘corolarios’, que pueden parecer un poco complicados, pero que son tan reales como la vida misma. “No te fíes del que te hace favores, y no deja que se los hagas”. “Quien se ‘preocupa’ por ti, no se ‘ocupará’ de ti; y quien se ‘ocupe’ de ti, no se ‘preocupará’ por ti”. Hay mucha gente que parece totalmente entregada y amorosa, pero, si rascas un poco, te encuentras que es puro egoísmo, pintado de purpurina. Gente que ‘ama’, para que la amen. Normalmente, lo hacen con buena voluntad y sin darse cuenta. Pero, a la larga, les notas agresividades, descontentos, exigencias, esclavitudes, prisas. En el fondo puede ser activismo, protección, afecto, necesidad. Pero no es amor. Esperan ‘la vuelta’, el cambio. “El amor no espera nada, no se irrita, aguanta sin límites”.

Y puede aclarar, de nuevo, una diferencia lingüística. ¿Has pensado cuál es la diferencia entre ‘amable’ y ‘amante’? Para los estudiosos, recordaremos que la terminación ‘able’, es pasiva: potable, puede ser bebida; comestible, se puede comer; risible, digno de risa. Y la terminación ‘ante’ es activa: atacante, el que ataca; sirviente, el que sirve.

Amable es el que se hace digno de amor, simpático, sonriente, se hace querer. Probablemente es así ‘para’ que le quieran. Amante es -aparte del uso como ‘querida’- el que realmente ama, aunque no pretende que se note, ni que se lo devuelvan.

Y vamos a ir terminando, que, cuando me pongo a dar vueltas a la noria, no sé si mareo más que me mareo, o al revés. Explicita la explicación del lema: “Más en las obras que en las palabras”.

“Es más fácil predicar que dar trigo”. El movimiento se demuestra andando”. “Obras son amores, y no buenas razones”, dice la sabiduría popular. Y el más vulgar: “Dame pan, y llámame tonto”. O, pasando a otro tipo de fuente de sabiduría: “No el que dice ‘Señor, Señor’, sino el que hace la voluntad de mi padre.


La vida, el amor, el agradecimiento, la felicidad, no nos la jugamos en lo que decimos, sino en lo que hacemos. No educamos con lo que decimos, sino con lo que somos. ‘Los padres o los profesores, no educan, contagian.’ ‘Los niños no aprenden, imitan.’

A decir lo que se piensa se le llama sinceridad. Al que hace lo que siente se le tiene por consecuente. Hacer lo que se dice, educa o predica es coherencia. Para mí una de las cualidades más necesarias, importantes y satisfactoria. El que es coherente vive en paz consigo mismo. Por eso, suelo decir que debemos intentar que nuestros hijos y alumnos, además de las ‘cuatro C -conscientes, competentes, comprometidos y compasivos-, sean, sobre todo, coherentes.


De nuevo te digo que, si quieres hacerme algún comentario, 
me pongas un correo a mi dirección 
 

fermomugu@gmaill.com

lunes, 21 de agosto de 2017

“LAS VACACIONES”



En estos tiempos veraniegos que ya tocan a su fin, me gustaría reflexionar sobre lo que son y cómo se trata el tema de las vacaciones: uno de los más relevantes de conversación, sobre todo, en los medios de comunicación; cada poco tiempo, sale el tema de las carreteras, los hoteles, las playas, el tiempo, dada la ingente multitud de personas que están disfrutando de vacaciones.

La palabra castellana ‘vacación’ viene del verbo latino ‘vacare’: vagar, descansar, dispensar de una carga, vago, ‘vacío’ de empleo o responsabilidad -‘vacuus’ = vacío’, ‘evacuar’-.

Hay otra palabra, cuyo origen etimológico, también puede resultarnos interesante. Es la palabra ‘versión’. Del verbo latino ‘vertere’, que viene a significar lo mismo que en castellano, verter, echar sobre algo. Las diversas partículas que lo preceden, dan significados distintos (‘diversas’ o ‘distintas’): di-vertir (que se suele entender como esparcimiento, jolgorio) significa cambio de actividad, pasar de una cosa a otra; lo mismo viene a significar ‘con-vertir’, aunque le solemos dar el sentido de cambio de mentalidad, de religión, o de idioma (‘versión española’, versión inglesa’. “¡Convertir el agua en vino!”); o 're-vertir', producir otro efecto, volverse en contra.

En los mismos medios televisivos y radiofónicos, quizá más en las tertulias, se preguntan y comentan cuándo tienen cada uno las vacaciones, dónde van a ir, o si les queda mucho tiempo para empezarlas o terminarlas. Da la impresión de que son el mayor bien ansiado, y, su término, la mayor desgracia que les puede ocurrir.

No nos cansamos de repetir que estamos en una sociedad materialista, sin valores, sin principios, llena de corrupción, de falsedades y mentiras. Soy el primero que opino que la Televisión es un elemento muy poco informador y nada formador. Los telediarios dan horror. Me recuerdan al antiguo “El Caso”: una serie encadenada de desgracias y calamidades, sin filtros de crudeza, sangre o violencia. No termino de entender que haya familias que puedan comer, mientras están viendo ‘las noticias’. Y no hablemos de los programas más vistos y comentados, que todo el mundo dice ser un horror y un ventilador de las vergüenzas de los famosos, pero que tienen las audiencias más nutridas, y los comentarios más comunes de cualquier españolito.

Cabría preguntase si realmente tenemos la televisión que nos merecemos. Aunque yo me suelo plantear que es posible que sirva como elemento, por un lado de anestesia, viendo que los demás están peor que nosotros, y de fomento de la agresividad y el enervamiento, que nos haga ‘preocuparnos’ de cómo está todo de mal, sin dejarnos ‘ocupar’ de lo que nosotros podríamos hacer. Y solemos tener la osadía de criticar a los jóvenes, que nos están saliendo ranas y no quieren estudiar, trabajar, obedecer, ser educados, ni hacer nada de provecho. Cuando me parece que la mayor parte de la causa es que no les hemos transmitido la cultura del esfuerzo, el aguantar la frustración, y no han aprendido ‘lo que vale un peine’.

Es un primer tema de reflexión que quiero poner encima de la mesa, para aquellos que quieran preguntarse, de verdad, si estamos haciendo las cosas bien, si estamos caminando por senderos que nos llevan -personal y socialmente- a buen término. Si, al paso que vamos, mañana vamos a estar mejor que hoy.

¿El trabajo es una condena de los dioses? ¿El que vive sin dar golpe es el más ‘listo’ o el más afortunado? ¿Dejamos traslucir esa mentalidad, aunque, luego, prediquemos lo contrario?

Recuerdo una reunión de padres, que yo moderaba, en un colegio de muy buen recuerdo para mí. Estábamos hablando precisamente de ese tema y un padre levantó la mano, para preguntar. Yo hice un esfuerzo grande para que no se me notara que el buen señor me caía horrorosamente mal. Educaba de manera ‘ostentóreamente’ mala a sus hijos: los mismos amigos de éstos me habían comentado anécdotas que ponían los pelos de punta. Recuerdo una que no se me podrá olvidar jamás. Estaba la pandilla jugando en el cuarto de los juguetes, y entra el padre con una bolsa repleta de monedas de peseta rubia. Con lo que se puede deducir que no hablo de hace cuatro días. Y les dijo: “¡Fijaos qué listo soy! Voy de viaje a Nueva York, y allí, en la mayoría de las máquinas públicas -cabinas de teléfono, de entrada en el metro o los autobuses-, se paga con un ‘quarter’ -un cuarto de dólar-. Y mira por dónde, el tamaño de la ranura es exactamente la misma. Con lo cual, cada vez que yo tendría que pagar unas 25 pesetas -entonces, el dólar andaba por las 100 pesetas-, ¡pago con una! ¡Con esta bolsa, me ahorro un auténtico dineral!”

Los amigos de sus hijos -e imagino que incluso así estarían sus mismos hijos- me vinieron a contarlo, llenos de estupor y de vergüenza ajena. Claro está, el citado padre era católico practicante, y de convicciones a prueba de bomba, proclamadas a los cuatro vientos.

Pues el buen señor, cuando yo le concedí la palabra -temiéndome ya lo peor-, dijo: “¡Qué educación les dan aquí a nuestros hijos, pues, por más que les decimos que estudien y trabajen, para ser ‘alguien’ el día de mañana, no nos hacen el más mínimo caso!”. Os podéis imaginar -y os imagináis bien- que mi contestación no llevaba en absoluto la más mínima buena intención. A botepronto -la perversidad me hace ser de lo más rápido-, le contesté: “Estoy totalmente de acuerdo. Lo mismo nos preguntamos entre los profesores. Pero yo creo que la respuesta es que nos obedecen perfectamente, pero ‘antes de tiempo’: les decimos que estén seis años trabajando como esclavos, para poder vivir como reyes, sin dar golpe, dentro de esos seis años. Y nos hacen caso. ¡Pero prefieren no esperar seis años, para vivir como reyes!”

Siendo sinceros, pensamos y contagiamos que el trabajo es una maldición, y que los que logran vivir bien, sin dar un palo al agua, son unos ‘listos’ o unos privilegiados de la vida. Recuerdo desde la infancia una canción francesa -confieso que he comprobado la letra en el tío Gúguel-, que decía: Le travail c'est la santé / Rien faire c'est la conserver / Les prisonniers du boulot / N'font pas de vieux os” (‘El trabajo es la salud: no hacer nada es conservarla; los esclavos del curro no lograrán tener huesos viejos.’). O el dicho andaluz, que recuerdo oír repetir a mi padre, con toda su sorna: “El trabajo es salú, y el ocio, tedio: ¡trabaja, si no tiés otro remedio!”

Se sigue con la vieja concepción de la maldición divina, tras el pecado de Adán, y su expulsión del Paraíso, por parte de Dios: “¡Ganarás el pan, con el sudor de tu frente!”. En cualquier oficina, incluso en muchas familias, se respira que el trabajar es malo: “¡Quién pudiera vivir sin trabajar!”

No quisiera entrar ahora en el convencimiento profundamente humano de que el colaborar con Dios en la obra de la construcción de su Reino, es una de los mayores honores para los seres humanos. Ni en consideraciones, posiblemente mal entendidas, y tildadas de espiritualistas y faltas de realismo,  de excesivamente sumisas o incluso masoquistas, de que el ser humano, al trabajar, en cualquier ámbito, crece, se realiza como plenamente humano, se forma como persona, tiene la gran suerte de poder ejercer todas sus potencialidades intelectuales, personales, sociales, relacionales y psicológicas. Y está colaborando con el absoluto, la energía positiva, el espíritu de la vida, en el desarrollo del propio ser humano, de toda la humanidad, y de la misma Madre Tierra.

Desde cualquier foro feminista, y a cualquier mujer formada, le oirás decir que quiere trabajar, para realizarse plenamente como persona. Y yo estoy convencido que la experiencia de sentirse útil a los demás -desde el campo en que ejerzas- es la mayor satisfacción posible para una persona humana.

Me bastaría con quedarme en la consideración de que es inhumano -antiético y hasta antiestético- hablar de las vacaciones universales, cuando una gran parte de nuestro mundo no puede gozar de vacaciones. Es lógico hablar de atascos en carreteras, de la operación salida, o el vacío que se nota en las grandes ciudades, pero me parece poco humano dar por supuesto que todo el que quiere puede irse de vacaciones.

Por mucho que aumente el nivel de vida, me parece poco sensato ignorar el número de parados, o de empleados con contratos basura, la cantidad de familias que no tiene ningún miembro con posibilidad de ganar un sueldo, por mínimo que fuera: la casi ‘media españa’, que no logra llegar a fin de mes, y a quien ni se le puede pasar por la cabeza la idea de unas vacaciones, de un viaje, de un hotel, un cine o un teatro, de una comida extra.

Y es curioso que casi todo el mundo, tanto en los medios como en las familias, que hablan de la corrupción, de las tarjetas negras, del dinero que se está robando -aunque se quiera presentar de modo menos crudo-, y que está enriqueciendo a unos pocos, a costa de tener niveles de pobreza, poco dignos de países desarrollados, en general, se limita a eso, a hablar, a criticar. Pocos se dedican a intentar arreglar, cambiar, mejorar algo. Aunque sea un granito de arena. Aunque sea no participar en absoluto en eso que se critica. Y en dejar claro testimonio a sus hijos y conocidos, de que su vida nunca pactará con la vagancia o la incoherencia.

Y sigue siendo verdad el refrán: “Un grano no hace granero, pero ayuda al compañero”. La solución nunca está en un gran arreglo total, sino en pequeños intentos personales, privados, ‘insignificantes’. Recuerdo con frecuencia -y admiración- a unos amigos que, al terminar la ceremonia de su boda, que yo celebraba, me dijeron -¡y me dejaron atónito!-, que habían decidido dedicar un 10 % de su presupuesto anual, a una obra benéfica. Gandhi decía: “Más que el mal que hacen ‘los malos’, me duele el bien que dejan de hacer ‘los buenos’.”

Y no digamos, si en vez de hablar solamente de nuestra piel de toro, extendemos la mirada y abrimos el corazón a los millones y millones que no tienen agua, techo, tierra, educación, si es que no están huyendo por guerras insensatas y perennes, fabricadas con las más diversas excusas, para mantener los negocios de los multimillonarios del primer mundo. La mayoría de los que leemos o comentamos esto estamos en el lado en que hay vacaciones, trabajo, familia, estabilidad, bien estar.


Hace unos días leí una noticia de la agencia EFE:Un turista chino ha pagado 9.999 francos suizos (8.760 euros) por un vaso de dos decilitros de whisky en un hotel de la estación alpina helvética de St. Moritz, un puro malta de 1878 de la única botella de ese año en el mundo que no se había abierto, según informa un diario francés”. Por si a alguno le interesa comprobarlo, está en: 
http://www.20minutos.es/ noticia/ 3105411/0/chino-paga-8800-euros-whisky-suiza/>

Ante esta noticia, y en este punto, me gustaría hacerme una pregunta: ¿Este buen chino, ha pagado tal cantidad de dinero por ese vaso de whisky, porque realmente le gustaba y le merecía la pena pagar ese precio? ¿O puede ser que le importe más su publicidad, su notoriedad, su imagen: salir en los periódicos y en las redes sociales?

Y, sacando un poco el tema por los pelos, las multitudes de turistas, que se pasan el tiempo materialmente pegados a una cámara de fotos, o un vídeo o un móvil, para captar todas las instantáneas de todo lo que han visto, ¿realmente han visto todo lo que graban o fotografían? ¿Se enteran de lo que tienen delante? ¿Disfrutan la calma del paisaje, de la naturaleza, de las vistas? ¿Enriquecen su sensibilidad con todas las preciosas pequeñas cosas que van pasando a su alrededor? ¿Tendrán tiempo alguna vez, para ver todo lo que ‘no han visto’? ¿Será, por desgracias, que, como el chino, no viven su vida, sino que sólo se ‘exponen’ en facebook? ¿Cómo decía Jesús de los fariseos, “¡hacen las cosas para ser vistos y alabados por la gente!”?


Y, desde otra perspectiva muy distinta, y con una música de fondo mucho más inhumana y cruel, creo que de todos es sabido -aunque no sé si digerido- otro tema, del que no queremos enterarnos como de tantos otros, que preferimos vivir ignorando-. Decía la noticia: 

El turismo sexual infantil ha crecido en los últimos años, hasta convertirse en un "fenómeno endémico" mundial, que se ve favorecido por el aumento de las convenciones de negocios en lugares hasta ahora remotos, según un estudio de la organización ‘ECPAT International’. El estudio describe a EE.UU. y Canadá como los países "de demanda", en países tan diferentes como Camboya, Honduras, Haití, Kenia o Nepal”. También se puede leer en la web: <http://www.elespectador.com/ noticias/elmundo/turismo-sexual-infantil-crece-y-se-convierte-un-fenomen-articulo-631909>
Para terminar, me atrevo a poneros ‘de deberes para casa’ dos reflexiones: ¿distinguimos entre ‘bienestar’ y ‘estar bien’? ¿Nos preocupa el tener, el poder, el brillar, viviendas lujosamente decoradas y amuebladas; o el estar bien, el ser, el crecer, la paz interior, la sensibilidad, la buena comunicación, hogares donde se respire un ambiente de amor y respeto?, ¿nos preocupan las cosas materiales y cuantificables, o nos ocupan los valores y los principios éticos, espirituales y humanos?

Otra: ¿caemos en la cuenta de que estamos en el patio de butacas del gran teatro del mundo, hablando sobre los actores y los autores, aplaudiendo o silbando; pero nos quedamos en ser ‘espectadores’, sin actuar, sin movernos, sin arreglar nada, sin poner un ápice de nosotros mismos -ni siquiera dar ejemplo al que nos vea de que es posible- en esa tarea de dejar el mundo mejor?

Estos últimos días -no sé si, como decía, para anestesiar otros problemas mayores- nos inundan los telediarios con el tema de las huelgas, especialmente la de ‘El Prat’. Cuando oigo los comentarios de casi todos los que me rodean, me pregunto, si habrán pensado alguna vez en la decencia, incluso legitimidad, de muchos salarios. No quiero defender las huelgas. Ni dar la razón a los que parece que sólo saben defenderse atacando, buscar sus derechos, pisando los derechos ajenos -que, ¡haberlos, haylos!-. Me gustaría ayudar a reflexionar, para que cada uno tenga sus propias ideas, y, a poder ser, informadas y humanamente solidarias.

Dos últimas reflexiones, una seria y otra jocosa: Yo suelo usar con frecuencia, para probar la relatividad de las cosas, y las diversas opiniones que se pueden dar sobre unos mismos acontecimientos, los versos de nuestro Ramón Campoamor: “En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira; / todo es según el color / del cristal con que se mira”. Creo que no tengo que explicar más. Sin embargo quiero recordar que el gran jesuita Jon Sobrino decía que deberíamos entender y usar una versión ligeramente diferente: “Todo es según el ‘dolor’ / del cristal con que se mira”. ¡Cuánto influye la experiencia visceral de cada uno, la historia ‘sufrida’, en nuestro modo de ver y juzgar todo!

Y me vas a permitir que te cuente un chiste, que me hizo mucha gracia, y creo que tiene -como muchísimos otros- mucha miga: Una señora llama a un fontanero, para que le arregle unas averías del cuarto de baño. Al enseñarle la factura, la buena señora le dice asustada al operario: “¡Pero si usted cobra más que el profesor de mis hijos!”. Y el fontanero, serenamente, le dice: “Señora, ¿qué se cree que hacía yo antes?”

Antes decía que muchos poquitos unidos hacen un mucho. Te parece que tú y yo empecemos por examinar nuestras posturas y nuestras opiniones, que están influyendo mucho más de lo que creemos, sobre nuestros hijos y alumnos. Podríamos comenzar por ser ecuánimes, realistas y sensatos -¡qué difícil resulta serlo, según el equipo al que pertenezca el 'encausado'!-, ante los sueldos o los traspasos de algunos futbolistas. Decía Voltaire: “¡Calumnia, que algo queda!”. Yo te invito: “Opinemos sensatamente, dialoguemos educada y razonadamente, que seguro que reproducen el efecto dominó y el efecto mariposa.”

De nuevo te digo que, si quieres hacerme algún comentario, me pongas un correo a mi dirección: 
 

fermomugu@gmaill.com