jueves, 23 de mayo de 2019

“LA MUERTE, ESA MALTRATADA”



Escribe el palentino Jorge Manrique (Paredes de Nava 1440), a la muerte de su padre:


Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos

y los ricos.










Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino 
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos,
descansamos.


Famosas ‘coplas’, que tienen mucha filosofía y psicología, profundamente humana.

La primera columna me resulta genial, iluminada, realista, objetivante. La segunda no me parece tan lograda, aunque es concorde con toda la ideología religiosa, de entonces y de ahora. Quizá por eso, no me parece que, desde el evangelio de Jesús, ni desde una intensa vida espiritual, podamos admitir ciertas concepciones generalizadas.

Y es que afirmo, rotundamente convencido, que ‘la muerte’ es un fenómeno de nuestra vida, que poca gente tiene bien incorporado. Desde la familia, la sociedad, los hospitales, los tanatorios, la religión, suele ‘usarse’ la muerte de formas poco serias y poco razonables.

Los lutos, los entierros, los funerales, los duelos, las tertulias, contribuyen a que este acontecimiento tan natural y normal produzca sensaciones odiosas y desagradables. Y es que de lo que realmente se trata es de la muerte de alguien querido (Como la preciosa canción de Alberto Cortez, ‘Cuando un amigo se va’, o la clásica sevillana, ‘Algo se muere en el alma’). (1) A la muerte de mi padre, un buen amigo nos dijo: “Una persona que ha llenado tanto, no puede dejar vacío”. Con él y con mis mejores amigos, os confieso que siento eso: no se van, ‘están’ de otra manera, quizá mejor. Me resulta curioso que nos duele la muerte de un amigo -como que nos roban algo que nos pertenece-, y pocas veces nos planteamos seriamente qué pasará con mi vida, cuando mi electroencefalograma se quede plano. Sobre todo, qué siento yo que me va a pasar a mí, y cómo lo vivo, porque de ‘lo que pasa’ nadie sabe nada seguro: ni la teología, ni las religiones orientales, ni los científicos, ni los médicos.

Como en el tema del sexo, sobre la muerte hay algo de ‘tabú’, muy poca naturalidad, educación, objetividad y aprendizaje. En “El jardín interior”, puse dos poemas sobre la muerte, que muchos amigos me han confesado haberles venido muy bien, en la muerte de algún ser querido que, como digo, parece que es la que más nos ‘toca’: la nuestra nos da miedo, o simplemente no hablamos. (2) Me quedo, como muestra, con un par de versos de cada uno:



“Pero, ¿por qué habláis de la muerte
 sólo, cuando alguien cercano desaparece?
 ¿por qué priváis a vuestros hijos
 de la dolorosa quietud de los muertos,
 como de la alegría sangrante de los partos?

 ¡Queréis, evitándoles un dolor fecundo,
 quitarles las ricas profundidades de la vida!”
  
“El aceptar lo que está muerto en nosotros
 canaliza las fuerzas a lo que en nosotros hay vivo
 y nos permite multiplicarlo y expandirlo.

 Como el cuerpo -nuestro armazón material-, al morir,
 deja vivir más plenamente a nuestras potencialidades,
 el ir podando ramas secas, daría más vida a las vivas.”
  
Las canciones que se suelen cantar en las ceremonias fúnebres -y con un tono lúgubre especial- llevan un poso de tristeza, incluso de amargura, que ayuda muy poco a superar los sentimientos que rodean a la muerte. Incluso, estando inspiradas en ‘verdades de fe’: “Tú nos dijiste que la muerte no es el final del camino”, “Si con él morimos, reinaremos con él”, “Al paraíso te lleven los ángeles”, “Dales, Señor, el descanso eterno”.

Leídas, o rezadas ‘en frío’, en una situación serena de meditación, son letras incluso bonitas, sugerentes y hasta con una cierta 'vis poética'. Pero, cantadas o escuchadas, en el momento inconsolable, en que lloro la muerte de mi ser más querido, me pueden hacer auténtico daño.

Partiendo de la base de que Jesús fue enviado por el Padre a la cruz, para redimirnos, está en el ambiente que nosotros estamos en este mundo para sufrir, y que ‘la vida es una lucha’. Como dice Jorge Manrique, esta vida no es la vida, es camino para ‘La Vida’, en la casa del Padre. “Y llegamos,
al tiempo que fenecemos”.

Y yo estoy firmemente convencido de que, con la esencia más profunda del evangelio, ésta es La Vida, Jesús vino a regalarnos la vida, el amor y el perdón de Dios, para que podamos vivir, ya aquí, con esa vida, ese mismo amor, esa plenitud. Lo importante de un partido de fútbol se juega desde el pitido inicial, hasta el final. El juego no es, esencialmente, para ganar ‘el balón de oro’, o ser declarado ‘Pichichi’, o para que un portero reciba el trofeo ‘Zamora’, a fin de temporada.

Nuestro ‘ser humanos’, plenos, felices, satisfechos, nos lo estamos jugando, aquí, en cada momento, en cada paso que damos, en tirar por el camino del bien, o por el del mal. Y el mal y el bien no lo determina ningún manual moral, sino el sentido común, que nos indica lo que nos va a hacer daño -a mí o a los demás-, o nos va a dar satisfacción, a largo plazo.

Me contaron una anécdota graciosa y ridícula, que me dio mucho que pensar. En un rico cortijo andaluz, en el que no había desagües, usaban un ‘pozo negro’, que vaciaban cada mes, y venía un camión, para llevarse los excrementos. Para que el camión no tuviera que esperar, la víspera vaciaban el pozo y hacían un gran montón, que cubrían con paja y hojas secas, que evitaran el mal olor.

Un chaval del cortijo, que no había asistido antes a tal operación, cuando vio, todo extrañado, el gran montón, le resultó tentadoramente atractivo, para ir corriendo, y tirarse sobre el mullido colchón de hojas. ¡¡¡Chup!!! Hubo que bañarle varias veces, y embadurnarle en agua de colonia, para que se le quitara el horrible hedor.

Me parece una imagen perfecta del llamado ‘pecado’: aquello que te apetece, te llama la atención, piensas que vas a disfrutar como un enano, y, una vez ‘caído’, te dedicas todos los insultos y te sientes terriblemente ‘sucio’. Como dicen algunas mujeres de comerse un ‘bombón’: “Cinco minutos disfrutándolo en la boca, y tres años arrepintiéndote por el aumento de los michelines”.

Lo que pasa es que hemos mamado demasiado eso de que lo que nos da la felicidad es lo de fuera, el que nos vayan bien las cosas. Y muchas veces no van como quisiéramos. El famoso psiquiatra Luis Rojas Marcos -sevillano, director del Sistema Psiquiátrico Hospitalario Municipal de Nueva York del 82 al 92- dijo en una charla en el ‘Club Faro de Vigo’ que se identifica ser feliz con tener: dinero, salud, trabajo, amigos, juventud, amor, suerte. Y pocas veces se ‘tiene’ todo lo que uno desearía. Viene bien aquí el proverbio: “No es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita”. Y eso es plenamente real. Pero nos cuesta creérnoslo: cambiar la inercia de 40 ó 50 años, en los que hemos vivido -desde nuestra educación ‘hacia afuera’- esperando la felicidad de las cosas y personas de fuera.

Lo que sí creo poder afirmar -tras mucho leer y meditar, en la religión y en la ciencia, en las filosofías orientales y en las historias del túnel, en las leyes de la física y de la astrología-, es que mi vida no se acaba con la muerte, la energía que me mueve, la vida de Dios que me autentiza, la fuerza del espíritu que me plenifica, lo que tengo de no mortal, no finito, no corruptible, eso no termina. Y que -desde ninguna ideología o religión, creencia o superstición- no puedo esperar a morirme, para realizarme, para vivir plenamente, resucitado, eterno, resucitado, en ‘el cielo’.

Aparte de creencias e ideologías, mucho tiene que ver el trato que se da a la muerte desde el ‘juramento hipocrático’, la deontología médica, incluyendo la ‘muerte digna’, incluso la ‘eutanasia’. Todos los extremos son malos, pero el modo de querer mantener la vida -por médicos, familiares y sacerdotes- no es auténticamente humano, ni evangélico.

Por su camino tendrán que ir -y ser coherentes y sensatos- los legisladores y los gobernantes. Desde luego, no se puede dejar en manos de cualquier insensato decisiones serias. Pero veo injustificadas muchas conductas y muchas opiniones que se dan por ‘correctas’. (3)

Y también me parece desmesurado afirmar que la vida ‘es’ de Dios, y hay que dejarle a él que la dé por terminada, cuando él decida. Al Dios, Padre bueno, de Jesús, ¿le parecerá bien que un hijo suyo sufra y sufra ‘inútilmente’? (Realmente, ¿Dios decide cuándo quiere que muramos?)

La vida es de Dios, porque es un milagro, un regalo -su mayor regalo- que tenemos. Decía Einstein: “Hay dos maneras de mirar la vida: viendo que nada es milagro, y viendo que todo es un milagro”. Y, ¡claro que la vida es de Dios! Pero Jesús nos regaló la vida de Dios, y puso todo lo suyo en nuestras manos, para que nosotros lo administremos según nuestra voluntad: para nuestra felicidad o para nuestra continua amargura. ¡Y sabiendo -como deberíamos ser conscientes- que ambas son demasiado contagiosas!

El misterio, el milagro es que estemos vivos, que podamos hacer maravillas y desastres, que, en un diminuto óvulo fecundado, estén ya los millones de originalidades de cada uno de nosotros. Pero, repito, lo esencial, lo pasmoso, no es el cómo, sino el qué. No nos debemos preocupar tanto de la manera en que suceden las cosas, sino en el fondo insondable, que hay dentro de las realidades a las que, demasiadas veces, no damos la importancia y la reverencia debida.

El, recientemente fallecido, Eduard Punset, dijo en una ocasión algo que me hizo pensar: “En vez de preguntarnos si hay vida después de la muerte, deberíamos preguntarnos si hay vida antes de la muerte”.

De después de la muerte, como decía antes, no sabe nadie nada, y -en mi opinión- tampoco importa demasiado. Incluso, pienso, a veces, que pensar en ‘el más allá’ -tanto el propio, como el de los demás- es una pérdida de tiempo, y suele ser una manera de huir de la vida, de lo real, de lo único importante, de lo que tenemos entre manos, de lo único que podemos controlar y manipular.

Hace poco, uno de estos días, hablando con un compañero mío, me decía: “La muerte es un misterio, porque, tras la muerte, tendremos el encuentro con Dios: y Dios es el gran misterio”. Me llevé una decepción, pues es uno de mis más fiables interlocutores.

Ya sabéis que estoy convencido -y me atrevo a creer que Jesús de Nazaret también- de que el verdadero encuentro con el Dios cristiano, o se da en esta vida, o no se da. O esta vida la vivimos con la conciencia de que Dios está ‘con nosotros’, en nuestro corazón -“Sois templo del Espíritu de Dios”, el único tiempo que Dios habita: “Si alguien me ama realmente, bajaremos a él y estableceremos en él nuestra morada”-, dudo mucho que, tras su muerte, se vaya a encontrar con el Dios de Jesús.

El gran ‘lúcido-hereje’ francés, del siglo pasado, el jesuita Pierre Teilhard de Chardin, afirmaba que el ser humano está en camino de evolución hasta ‘el punto omega’, hasta que su ser humano llegue a ser efectivamente otro Jesús, ser divino, pleno, feliz, total. ¿Se nos ha olvidado que “El Verbo se hizo carne”, ser humano, visible, tocable, experimentable, imitable?

Ya expresaba San Agustín -el gran estudioso de ese dogma- que el misterio de la Santísima Trinidad no es fácilmente explicable -ni entendible-. Y muchos católicos -de ‘a pie’ y de púlpito- siguen queriendo explicarlo, no sé yo bien, si por no vivir sus significados útiles y prácticos. Juan nos cuenta en el primer capítulo de su evangelio, que el ‘logos’ -la palabra, la comunicación, lo relacionable, lo visible, la imagen, lo externo, lo expresable- de Dios se hizo carne, Jesús, humano, su única foto o vídeo.

Por eso creo y repito que, si nuestra vida humana, ésta que tenemos, la que acaba -no sabemos cómo- en la muerte, no es imagen de Dios, templo, morada, encarnación, experiencia del Dios Amor, Vida, Plenitud, Felicidad, Coherencia, Generosidad, Entrega, Compromiso, no es vida humana. ¡Y, mucho menos, cristiana! Yo suelo decir que la mayoría de las personas que se llaman católicas, deberían ser llamadas ‘vejetes’, pues realmente da la impresión de que no ‘viven’, sino que ‘vegetan’.

Recuerdo que, una Navidad, me pidieron una religiosas que les celebrara su Eucaristía de Nochebuena. Al comenzar, cantaron una devota canción, que recuerdo decía: “En esta noche de luz, todo el mundo te celebre, pues naciste en un pesebre, y moriste en una cruz”. Tuve la osadía de improvisar la homilía, diciendo que nuestra vida de cristianos, de consagrados, de seguidores e imitadores de Jesús, no iba a consistir en haber nacido en un pesebre, ni morir en una cruz.

Debíamos seguirle, imitarle, copiarle en su modo de vida -no de nacer ni morir-, en su modo de actuar, de sentir, de comprometernos. Santa Teresa decía que el que ama está ya en el cielo, y el que no, ya está en el infierno. Nuestra felicidad, nuestra plenitud, nuestra vida, nos la jugamos en cada momento, en cada paso de ‘esta vida’. Realmente, nadie sabe a ciencia cierta, qué pasa cuando termina la vida visible. Y yo suelo decir, que, el que más seguro está de cómo es -incluso parece que ha visto vídeos o ha estado allí-, es el que menos sabe.

La muerte es una parte más de la vida. Pertenece a la vida. Como escribí yo en uno de mis poemas, Kalil Jibran dice: Si, en verdad, queréis contemplar el espíritu de la muerte, abrid, de par en par, las puertas de vuestro corazón al campo de la Vida”. Normalmente, el que vive la vida intensamente, y por una causa digna, no tiene miedo a la muerte. Lo muerte no nos corta la esencia de nuestra vida. Yo pienso que, aquí, iniciamos un camino, empezamos a caminar en una dirección. La muerte no cambia ni quita nada. Hace que nuestra esencia, nuestra energía, nuestro amor, ya sin límites ni fallos -quizá perdiendo mi individualidad, mi cuerpo, mi nombre y apellidos, y otras circunstancias accidentales, y sin demasiada importancia, a mi juicio-, se una a toda la energía, a todo el amor, a todo lo absoluto, a La Vida Plena de Dios, y siga caminando en esa misma dirección.

Hace ya tiempo, comentando este tema con un primo mío, le quería yo convencer de estas ideas -convicciones, experiencias- mías, y él me rebatía, convencido de que, el día que perdiera su identidad -cuerpo, nombre y apellidos, masa corporal, conciencia, que decía antes-, no le interesaba ni compensaba nada: ni siquiera todo eso tan utópico de ser uno con toda la vida y energía.

¿Realmente nos importa lo interno, la esencia, nuestro ser, o lo de fuera, lo externo, lo que ven los demás de mí? ¿Estamos todos inoculados, desde la infancia, del veneno del ‘quedar bien’, de seguir lo políticamente correcto, de que todos estén felices conmigo -“serás feliz, cuando todos estén felices contigo”, “mientras no seas perfecto, mamá no te podrá querer”, “nadie te va a querer más que yo”, “que nunca hagas algo de lo que yo me pueda arrepentir”-, en vez de la conciencia de buscar la felicidad, encontrar el camino hasta lo mejor de mi corazón, lograr la libertad interior, ser el mejor amigo de mí mismo?

Por eso el Principito, cuando se despide del piloto, y le dice en ese momento tan intenso, que, al día siguiente, verá sólo su cuerpo, le dice que no se entristezca: “¡No es triste ver una cáscara abandonada!” (Mais ce sera comme une vieille écorce abandonnée. Ce n'est pas triste les vieilles écorces... )  Creo, con la mayor humildad posible, que -desde todos los campos- tenemos que cambiar muchísimo nuestras creencias, sentimientos, liturgias, canciones, modos y maneras sobre la muerte. ¡Para vivir más humanamente!

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(1) Canciones sugerentes:

“Cuando un amigo se va”: https://www.youtube.com/watch?v=hjfH2oNsa34

“Algo se muere en el alma”: https://www.youtube.com/watch?v=haUACSQnw7c



(2) Muerte, de ‘el jardín interior’


Una mañana le preguntó un hombre anciano:
- “¿Cómo dar sentido a nuestra muerte?”

Y él le contestó, como para contagiarle serenidad:
- “Os puede iluminar una frase de mi maestro:

  ‘Si, en verdad, queréis contemplar el espíritu de la muerte,
  abrid, de par en par, las puertas de vuestro corazón
  al campo de la Vida’.

  Nacer es empezar a llorar, vivir aprender a sentir
  y morir es llenar de gozo y plenitud
  la capacidad de sentir,
  aprendida, aun llorando, en la vida.

  Morir es el desvelarse las intenciones profundas
  y el desvanecerse los errores no queridos:
por eso la plenitud de la vida del que muere
da serenidad a las lágrimas de los que le lloran.

  Pero, ¿por qué habláis de la muerte
  sólo, cuando alguien cercano desaparece?
  ¿por qué priváis a vuestros hijos
  de la dolorosa quietud de los muertos,
  como de la alegría sangrante de los partos?

  ¡Queréis, evitándoles un dolor fecundo,
  quitarles las ricas profundidades de la vida!

  Cuando comáis, dejad un sitio para la muerte;
  cuando durmáis, invitadla a que os despierte su sentido;
  cuando habléis, escuchad el sonoro silencio de su voz;
  mientras reís, saboread plenamente ese momento.

 Para que la ausencia presente de la muerte
os haga más fieles al espíritu de la Vida.”



Y, al oírlo, un amigo, conmovido, le pidió:
- “Cuéntanos lo que Jesús sentía sobre la muerte”.

Y él continuó sereno, pero, quizá, más pausadamente:
- “Ya sabéis que el Maestro solía decir:

‘Si el grano de trigo no muere, no da fruto’.

La muerte es la manifestación definitiva,
y dolorosa, de nuestro ser material limitado:
nos entristece, nos apabulla, nos cuestiona,
nos hace llorar de impotencia y de rabia.

Ni a Jesús le sucedió de otra manera.
Y es que no podemos aspirar
a que las cosas sean como no son!

Pero el Maestro no se refería al último morir:
morir, abnegarse, renunciar, es luchar,
para que la limitación no manipule nuestra vida;
no impida potenciar nuestras insospechadas cualidades,
ni justifique nuestros evitables defectos;
aunque sabiendo, serenos, que nuestra vida
tampoco podrá manipular la limitación.

El aceptar lo que está muerto en nosotros
canaliza las fuerzas a lo que en nosotros hay vivo
y nos permite multiplicarlo y expandirlo.

Como el cuerpo -nuestro armazón material-, al morir,
deja vivir más plenamente a nuestras potencialidades,
el ir podando ramas secas, daría más vida a las vivas.

Entonces, ¿por qué no queréis morir, aceptar, podar,
si, así, os sentiríais viviendo, ya felices,
con una vida más plena y fecunda?”


(3) Dos vídeos interesantes -y fuertes- sobre la manera de ‘dejar morir’:

“La dama y la muerte”: https://youtu.be/VckGen2_E64


De nuevo te digo que, si quieres hacerme algún comentario,
me pongas un correo a mi dirección
 
 

fermomugu@gmaill.com