Escribe
el palentino Jorge Manrique (Paredes de Nava 1440), a la muerte de su padre:
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
los que viven por sus manos
y los ricos.
Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos,
descansamos.
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos,
descansamos.
La
primera columna me resulta genial, iluminada, realista, objetivante. La segunda
no me parece tan lograda, aunque es concorde con toda la ideología religiosa,
de entonces y de ahora. Quizá por eso, no me parece que, desde el evangelio de
Jesús, ni desde una intensa vida espiritual, podamos admitir ciertas
concepciones generalizadas.
Y es que
afirmo, rotundamente convencido, que ‘la muerte’ es un fenómeno de nuestra
vida, que poca gente tiene bien incorporado. Desde la familia, la sociedad, los
hospitales, los tanatorios, la religión, suele ‘usarse’ la muerte de formas
poco serias y poco razonables.
Los
lutos, los entierros, los funerales, los duelos, las tertulias, contribuyen a
que este acontecimiento tan natural y normal produzca sensaciones odiosas y
desagradables. Y es que de lo que realmente se trata es de la muerte de alguien
querido (Como la preciosa canción de Alberto Cortez, ‘Cuando un amigo se va’,
o la clásica sevillana, ‘Algo se muere en el alma’). (1) A la muerte de
mi padre, un buen amigo nos dijo: “Una persona que ha llenado tanto, no puede
dejar vacío”. Con él y con mis mejores amigos, os confieso que siento eso:
no se van, ‘están’ de otra manera, quizá mejor. Me resulta curioso que nos
duele la muerte de un amigo -como que nos roban algo que nos pertenece-, y pocas
veces nos planteamos seriamente qué pasará con mi vida, cuando mi
electroencefalograma se quede plano. Sobre todo, qué siento yo que me va a
pasar a mí, y cómo lo vivo, porque de ‘lo que pasa’ nadie sabe nada seguro: ni
la teología, ni las religiones orientales, ni los científicos, ni los médicos.
Como en el tema del sexo, sobre la muerte hay algo de
‘tabú’, muy poca naturalidad, educación, objetividad y aprendizaje. En “El
jardín interior”, puse dos poemas sobre la muerte, que muchos amigos me han
confesado haberles venido muy bien, en la muerte de algún ser querido que, como
digo, parece que es la que más nos ‘toca’: la nuestra nos da miedo, o
simplemente no hablamos. (2) Me quedo, como muestra, con un par de versos de
cada uno:
“Pero, ¿por qué
habláis de la muerte
sólo, cuando alguien cercano desaparece?
¿por qué priváis a vuestros hijos
de la dolorosa quietud de los muertos,
como de la alegría sangrante de los partos?
¡Queréis, evitándoles un dolor fecundo,
quitarles las ricas profundidades de la vida!”
“El aceptar lo que está muerto en
nosotros
canaliza las fuerzas a lo que en nosotros hay
vivo
y nos permite multiplicarlo y expandirlo.
Como el cuerpo -nuestro armazón material-, al
morir,
deja vivir más plenamente a nuestras
potencialidades,
el ir podando ramas secas, daría más vida a
las vivas.”
Las canciones que se suelen cantar en las ceremonias fúnebres -y con un tono lúgubre especial- llevan un poso de tristeza, incluso de amargura, que ayuda muy poco a superar los sentimientos que rodean a la muerte. Incluso, estando inspiradas en ‘verdades de fe’: “Tú nos dijiste que la muerte no es el final del camino”, “Si con él morimos, reinaremos con él”, “Al paraíso te lleven los ángeles”, “Dales, Señor, el descanso eterno”.
Leídas, o
rezadas ‘en frío’, en una situación serena de meditación, son letras incluso
bonitas, sugerentes y hasta con una cierta 'vis poética'. Pero, cantadas o escuchadas, en el momento inconsolable,
en que lloro la muerte de mi ser más querido, me pueden hacer auténtico daño.
Partiendo
de la base de que Jesús fue enviado por el Padre a la cruz, para redimirnos,
está en el ambiente que nosotros estamos en este mundo para sufrir, y que ‘la
vida es una lucha’. Como dice Jorge Manrique, esta vida no es la vida, es
camino para ‘La Vida’, en la casa del Padre. “Y llegamos,
al tiempo que fenecemos”.
al tiempo que fenecemos”.
Y yo estoy
firmemente convencido de que, con la esencia más profunda del evangelio, ésta
es La Vida, Jesús vino a regalarnos la vida, el amor y el perdón de Dios, para
que podamos vivir, ya aquí, con esa vida, ese mismo amor, esa plenitud. Lo
importante de un partido de fútbol se juega desde el pitido inicial, hasta el
final. El juego no es, esencialmente, para ganar ‘el balón de oro’, o ser
declarado ‘Pichichi’, o para que un portero reciba el trofeo ‘Zamora’, a fin de
temporada.
Nuestro
‘ser humanos’, plenos, felices, satisfechos, nos lo estamos jugando, aquí, en
cada momento, en cada paso que damos, en tirar por el camino del bien, o por el
del mal. Y el mal y el bien no lo determina ningún manual moral, sino el
sentido común, que nos indica lo que nos va a hacer daño -a mí o a los demás-,
o nos va a dar satisfacción, a largo plazo.
Me contaron
una anécdota graciosa y ridícula, que me dio mucho que pensar. En un rico
cortijo andaluz, en el que no había desagües, usaban un ‘pozo negro’, que
vaciaban cada mes, y venía un camión, para llevarse los excrementos. Para que
el camión no tuviera que esperar, la víspera vaciaban el pozo y hacían un gran
montón, que cubrían con paja y hojas secas, que evitaran el mal olor.
Un chaval
del cortijo, que no había asistido antes a tal operación, cuando vio, todo
extrañado, el gran montón, le resultó tentadoramente atractivo, para ir
corriendo, y tirarse sobre el mullido colchón de hojas. ¡¡¡Chup!!! Hubo que
bañarle varias veces, y embadurnarle en agua de colonia, para que se le quitara
el horrible hedor.
Me parece
una imagen perfecta del llamado ‘pecado’: aquello que te apetece, te llama la
atención, piensas que vas a disfrutar como un enano, y, una vez ‘caído’, te
dedicas todos los insultos y te sientes terriblemente ‘sucio’. Como dicen
algunas mujeres de comerse un ‘bombón’: “Cinco minutos disfrutándolo en la
boca, y tres años arrepintiéndote por el aumento de los michelines”.
Lo
que pasa es que hemos mamado demasiado eso de que lo que nos da la felicidad es
lo de fuera, el que nos vayan bien las cosas. Y muchas veces no van como
quisiéramos. El famoso psiquiatra Luis Rojas Marcos -sevillano, director del Sistema Psiquiátrico Hospitalario
Municipal de Nueva York del 82 al 92- dijo en una charla en el ‘Club
Faro de Vigo’ que se identifica ser feliz con tener: dinero, salud, trabajo, amigos,
juventud, amor, suerte. Y pocas veces se ‘tiene’ todo lo que uno desearía.
Viene bien aquí el proverbio: “No es más feliz el que más tiene, sino el que
menos necesita”. Y eso es plenamente real. Pero nos cuesta creérnoslo:
cambiar la inercia de 40 ó 50 años, en los que hemos vivido -desde nuestra
educación ‘hacia afuera’- esperando la felicidad de las cosas y personas de
fuera.
Lo que sí
creo poder afirmar -tras mucho leer y meditar, en la religión y en la
ciencia, en las filosofías orientales y en las historias del túnel, en las
leyes de la física y de la astrología-, es que mi vida no se acaba con la
muerte, la energía que me mueve, la vida de Dios que me autentiza, la fuerza
del espíritu que me plenifica, lo que tengo de no mortal, no finito, no
corruptible, eso no termina. Y que -desde ninguna ideología o religión,
creencia o superstición- no puedo esperar a morirme, para realizarme, para
vivir plenamente, resucitado, eterno, resucitado, en ‘el cielo’.
Aparte de
creencias e ideologías, mucho tiene que ver el trato que se da a la muerte
desde el ‘juramento hipocrático’, la deontología médica, incluyendo la ‘muerte
digna’, incluso la ‘eutanasia’. Todos los extremos son malos, pero el modo de
querer mantener la vida -por médicos, familiares y sacerdotes- no es
auténticamente humano, ni evangélico.
Por su
camino tendrán que ir -y ser coherentes y sensatos- los legisladores y los
gobernantes. Desde luego, no se puede dejar en manos de cualquier insensato
decisiones serias. Pero veo injustificadas muchas conductas y muchas opiniones
que se dan por ‘correctas’. (3)
Y también
me parece desmesurado afirmar que la vida ‘es’ de Dios, y hay que dejarle a él
que la dé por terminada, cuando él decida. Al Dios, Padre bueno, de Jesús, ¿le
parecerá bien que un hijo suyo sufra y sufra ‘inútilmente’? (Realmente, ¿Dios
decide cuándo quiere que muramos?)
La vida
es de Dios, porque es un milagro, un regalo -su mayor regalo- que tenemos.
Decía Einstein: “Hay dos maneras de mirar la vida: viendo que nada es
milagro, y viendo que todo es un milagro”. Y, ¡claro que la vida es de
Dios! Pero Jesús nos regaló la vida de Dios, y puso todo lo suyo en nuestras
manos, para que nosotros lo administremos según nuestra voluntad: para nuestra
felicidad o para nuestra continua amargura. ¡Y sabiendo -como deberíamos ser
conscientes- que ambas son demasiado contagiosas!
El
misterio, el milagro es que estemos vivos, que podamos hacer maravillas y desastres,
que, en un diminuto óvulo fecundado, estén ya los millones de originalidades de
cada uno de nosotros. Pero, repito, lo esencial, lo pasmoso, no es el cómo,
sino el qué. No nos debemos preocupar tanto de la manera en que suceden las
cosas, sino en el fondo insondable, que hay dentro de las realidades a las que,
demasiadas veces, no damos la importancia y la reverencia debida.
El,
recientemente fallecido, Eduard Punset, dijo en una ocasión algo que me hizo
pensar: “En vez de preguntarnos si hay vida después de la muerte, deberíamos
preguntarnos si hay vida antes de la muerte”.
De
después de la muerte, como decía antes, no sabe nadie nada, y -en mi opinión-
tampoco importa demasiado. Incluso, pienso, a veces, que pensar en ‘el más
allá’ -tanto el propio, como el de los demás- es una pérdida de tiempo, y suele
ser una manera de huir de la vida, de lo real, de lo único importante, de lo
que tenemos entre manos, de lo único que podemos controlar y manipular.
Hace
poco, uno de estos días, hablando con un compañero mío, me decía: “La muerte
es un misterio, porque, tras la muerte, tendremos el encuentro con Dios: y Dios
es el gran misterio”. Me llevé una decepción, pues es uno de mis más fiables
interlocutores.
Ya sabéis
que estoy convencido -y me atrevo a creer que Jesús de Nazaret también- de que
el verdadero encuentro con el Dios cristiano, o se da en esta vida, o no se da.
O esta vida la vivimos con la conciencia de que Dios está ‘con nosotros’, en
nuestro corazón -“Sois templo del Espíritu de Dios”, el único tiempo que
Dios habita: “Si alguien me ama realmente, bajaremos a él y estableceremos
en él nuestra morada”-, dudo mucho que, tras su muerte, se vaya a encontrar
con el Dios de Jesús.
El gran ‘lúcido-hereje’
francés, del siglo pasado, el jesuita Pierre Teilhard de Chardin, afirmaba que
el ser humano está en camino de evolución hasta ‘el punto omega’, hasta que su
ser humano llegue a ser efectivamente otro Jesús, ser divino, pleno, feliz,
total. ¿Se nos ha olvidado que “El Verbo se hizo carne”, ser humano,
visible, tocable, experimentable, imitable?
Ya
expresaba San Agustín -el gran estudioso de ese dogma- que el misterio de la
Santísima Trinidad no es fácilmente explicable -ni entendible-. Y muchos
católicos -de ‘a pie’ y de púlpito- siguen queriendo explicarlo, no sé yo bien,
si por no vivir sus significados útiles y prácticos. Juan nos cuenta en el
primer capítulo de su evangelio, que el ‘logos’ -la palabra, la comunicación,
lo relacionable, lo visible, la imagen, lo externo, lo expresable- de Dios se
hizo carne, Jesús, humano, su única foto o vídeo.
Por eso
creo y repito que, si nuestra vida humana, ésta que tenemos, la que acaba -no
sabemos cómo- en la muerte, no es imagen de Dios, templo, morada, encarnación,
experiencia del Dios Amor, Vida, Plenitud, Felicidad, Coherencia, Generosidad,
Entrega, Compromiso, no es vida humana. ¡Y, mucho menos, cristiana! Yo suelo
decir que la mayoría de las personas que se llaman católicas, deberían ser
llamadas ‘vejetes’, pues realmente da la impresión de que no ‘viven’, sino que
‘vegetan’.
Recuerdo
que, una Navidad, me pidieron una religiosas que les celebrara su Eucaristía de
Nochebuena. Al comenzar, cantaron una devota canción, que recuerdo decía: “En
esta noche de luz, todo el mundo te celebre, pues naciste en un pesebre, y
moriste en una cruz”. Tuve la osadía de improvisar la homilía, diciendo que
nuestra vida de cristianos, de consagrados, de seguidores e imitadores de
Jesús, no iba a consistir en haber nacido en un pesebre, ni morir en una cruz.
Debíamos
seguirle, imitarle, copiarle en su modo de vida -no de nacer ni morir-, en su
modo de actuar, de sentir, de comprometernos. Santa Teresa decía que el que ama
está ya en el cielo, y el que no, ya está en el infierno. Nuestra felicidad,
nuestra plenitud, nuestra vida, nos la jugamos en cada momento, en cada paso de
‘esta vida’. Realmente, nadie sabe a ciencia cierta, qué pasa cuando termina la
vida visible. Y yo suelo decir, que, el que más seguro está de cómo es -incluso
parece que ha visto vídeos o ha estado allí-, es el que menos sabe.
La muerte es
una parte más de la vida. Pertenece a la vida. Como escribí yo en uno de mis
poemas, Kalil Jibran dice: “Si, en verdad, queréis contemplar
el espíritu de la muerte, abrid, de par en par, las puertas de vuestro corazón
al campo de la Vida”. Normalmente, el que vive la vida intensamente, y
por una causa digna, no tiene miedo a la muerte. Lo muerte no nos corta la
esencia de nuestra vida. Yo pienso que, aquí, iniciamos un camino, empezamos a
caminar en una dirección. La muerte no cambia ni quita nada. Hace que nuestra
esencia, nuestra energía, nuestro amor, ya sin límites ni fallos -quizá
perdiendo mi individualidad, mi cuerpo, mi nombre y apellidos, y otras
circunstancias accidentales, y sin demasiada importancia, a mi juicio-, se una
a toda la energía, a todo el amor, a todo lo absoluto, a La Vida Plena de Dios,
y siga caminando en esa misma dirección.
Hace ya
tiempo, comentando este tema con un primo mío, le quería yo convencer de estas ideas
-convicciones, experiencias- mías, y él me rebatía, convencido de que, el día
que perdiera su identidad -cuerpo, nombre y apellidos, masa corporal,
conciencia, que decía antes-, no le interesaba ni compensaba nada: ni siquiera
todo eso tan utópico de ser uno con toda la vida y energía.
¿Realmente
nos importa lo interno, la esencia, nuestro ser, o lo de fuera, lo externo, lo
que ven los demás de mí? ¿Estamos todos inoculados, desde la infancia, del
veneno del ‘quedar bien’, de seguir lo políticamente correcto, de que todos estén
felices conmigo -“serás feliz, cuando todos estén felices contigo”, “mientras
no seas perfecto, mamá no te podrá querer”, “nadie te va a querer más que yo”,
“que nunca hagas algo de lo que yo me pueda arrepentir”-, en vez de la
conciencia de buscar la felicidad, encontrar el camino hasta lo mejor de mi
corazón, lograr la libertad interior, ser el mejor amigo de mí mismo?
Por eso el Principito, cuando se despide del piloto, y le
dice en ese momento tan intenso, que, al día siguiente, verá sólo su cuerpo, le dice que no se
entristezca: “¡No es triste ver una cáscara abandonada!” (“Mais ce sera comme une vieille écorce abandonnée. Ce
n'est pas triste les vieilles écorces... ”) Creo, con la
mayor humildad posible,
que -desde todos los campos- tenemos que cambiar muchísimo nuestras creencias,
sentimientos, liturgias, canciones, modos y maneras sobre la muerte. ¡Para
vivir más humanamente!
___________________________
(1) Canciones sugerentes:
“Cuando un amigo se va”: https://www.youtube.com/watch?v=hjfH2oNsa34
“Algo se muere en el alma”: https://www.youtube.com/watch?v=haUACSQnw7c
(2) Muerte, de ‘el jardín interior’
Una mañana le
preguntó un hombre anciano:
- “¿Cómo dar sentido
a nuestra muerte?”
Y él le contestó,
como para contagiarle serenidad:
- “Os puede iluminar
una frase de mi maestro:
‘Si, en verdad, queréis contemplar
el espíritu de la muerte,
abrid,
de par en par, las puertas de vuestro corazón
al campo de la Vida’.
Nacer es empezar a llorar, vivir aprender a
sentir
y morir es llenar de gozo y plenitud
la capacidad de sentir,
aprendida, aun llorando, en la vida.
Morir es el desvelarse las intenciones
profundas
y el desvanecerse los errores no queridos:
por eso
la plenitud de la vida del que muere
da
serenidad a las lágrimas de los que le lloran.
Pero, ¿por qué habláis de la muerte
sólo, cuando alguien cercano desaparece?
¿por qué priváis a vuestros hijos
de la dolorosa quietud de los muertos,
como de la alegría sangrante de los partos?
¡Queréis, evitándoles un dolor fecundo,
quitarles las ricas profundidades de la vida!
Cuando comáis, dejad un sitio para la muerte;
cuando durmáis, invitadla a que os despierte
su sentido;
cuando habléis, escuchad el sonoro silencio
de su voz;
mientras reís, saboread plenamente ese
momento.
Para que la ausencia presente de la muerte
os haga
más fieles al espíritu de la Vida.”
Y, al oírlo, un
amigo, conmovido, le pidió:
- “Cuéntanos lo que
Jesús sentía sobre la muerte”.
Y él continuó
sereno, pero, quizá, más pausadamente:
- “Ya sabéis que el
Maestro solía decir:
‘Si el grano de
trigo no muere, no da fruto’.
La muerte es la
manifestación definitiva,
y dolorosa, de
nuestro ser material limitado:
nos entristece, nos
apabulla, nos cuestiona,
nos hace llorar de
impotencia y de rabia.
Ni a Jesús le
sucedió de otra manera.
Y es que no podemos
aspirar
a que las cosas sean
como no son!
Pero el Maestro no
se refería al último morir:
morir, abnegarse,
renunciar, es luchar,
para que la
limitación no manipule nuestra vida;
no impida potenciar
nuestras insospechadas cualidades,
ni justifique
nuestros evitables defectos;
aunque sabiendo,
serenos, que nuestra vida
tampoco podrá
manipular la limitación.
El aceptar lo que
está muerto en nosotros
canaliza las fuerzas
a lo que en nosotros hay vivo
y nos permite
multiplicarlo y expandirlo.
Como el cuerpo
-nuestro armazón material-, al morir,
deja vivir más
plenamente a nuestras potencialidades,
el ir podando ramas
secas, daría más vida a las vivas.
Entonces, ¿por qué
no queréis morir, aceptar, podar,
si, así, os
sentiríais viviendo, ya felices,
con una vida más plena y fecunda?”
(3) Dos
vídeos interesantes -y fuertes- sobre la manera de ‘dejar morir’:
“La dama y la muerte”: https://youtu.be/VckGen2_E64
De
nuevo te digo que, si quieres hacerme algún comentario,
me
pongas un correo a mi dirección
fermomugu@gmaill.com