El anterior artículo acababa, dando como solución a la terrible y generalizada enfermedad del ‘protagonismo victimista’, una frase que Tony de Mello tiene escrita en su libro, "Despertar", que, aunque es un poco 'fuerte', os recomiendo.
Su frase es -como el título de
este artículo- "ver, comprender y aceptar, sin prisa por cambiar". Y esa frase,
que vamos a intentar explicar aquí, en el fondo, está inspirada en un precioso
poema, titulado “NO CAMBIES”, que Tony escribió en 'El canto del pájaro':
Durante años fui un neurótico.
Era un ser angustiado, deprimido y
egoísta.
Y todo el mundo insistía en decirme
que cambiara.
Y no dejaban de recordarme lo
neurótico que yo era.
Y yo me ofendía.
Aunque estaba de acuerdo con ellos,
y deseaba cambiar,
pero no acababa de conseguirlo por
mucho que lo intentara.
* * *
Lo peor era que mi mejor amigo
tampoco dejaba de recordarme lo
neurótico que yo estaba.
Y también insistía en la necesidad de
que yo cambiara.
Y también con él estaba de acuerdo,
y no podía sentirme ofendido con él.
De manera que me sentía impotente y
como atrapado.
* * *
Pero un día me dijo: «No cambies.
Sigue siendo tal como eres.
En realidad no importa que cambies o
dejes de cambiar.
Yo te quiero tal como eres, y no puedo
dejar de quererte.»
Aquellas palabras sonaron en mis oídos
como música:
«No cambies. No cambies. No cambies…
Te quiero.».
Entonces me tranquilicé. Y me sentí
vivo. Y, ¡oh maravilla!, cambié.
Ésta es la
única manera, la única actitud que nos ayudaría a cambiar realmente. En
realidad, no cambiamos, porque no hemos encontrado personas que nos demuestren
ese amor incondicional.
Nosotros mismos, quizá por eso, no tenemos tampoco con nosotros una aceptación, valoración, autoestima positiva. Yo suelo preguntar muy frecuentemente a la gente que viene a pedirme ayuda: “Cuando te miras al espejo, ¿notas que realmente te odias?”. ¡La respuesta suele ser afirmativa!
Nosotros mismos, quizá por eso, no tenemos tampoco con nosotros una aceptación, valoración, autoestima positiva. Yo suelo preguntar muy frecuentemente a la gente que viene a pedirme ayuda: “Cuando te miras al espejo, ¿notas que realmente te odias?”. ¡La respuesta suele ser afirmativa!
Si
nosotros, de verdad, queremos cambiar, tenemos que intentar hacer algo de eso.
En primer lugar 'ver', sin más, sin juzgarnos, sin reñirnos. No solemos ver,
porque nos da miedo no gustarnos, no gustar, quedar mal. En el fondo, no
queremos ver, vernos. Decimos que sí, pero es que no. Kalil Gibran lo formula
así: "Lo que más deseamos es lo que
más tememos”. ¿Os habéis dado cuenta, por ejemplo, de cómo el alcohólico
nunca 'reconoce' lo que le pasa? 'No
puede verlo, porque se riñe'. Mientras nos riñamos, no nos confesaremos
nuestros sentimientos más profundos: “Para
reconocerse, hay que verse con unos ojos que te miren con amor.”
Recuerdo aquí
el encuentro y la conversación de ‘El
Principito’, con el ‘bebedor’ -entre pausas muy largas-: “Qué haces aquí?” “¡Bebo!” “Por qué bebes”. “Bebo para olvidar”. “Y, para olvidar ¿qué?”. “Bebo para olvidar que siento
vergüenza”. “Y, vergüenza, ¿de
que?”. “Bebo para olvidar que siento
vergüenza de beber”.
Si vamos
quitando el miedo, empezaremos a ver. Si, veamos lo que veamos, no nos reñimos,
no nos asustamos, no nos culpabilizamos, nuestro inconsciente se irá atreviendo
a contarnos, y a que veamos más cosas. Entonces podremos intentar 'comprender'.
Comprendernos, escucharnos con cariño, mirarnos desde nuestra situación, desde
nuestra historia. Como nos miraría un buen amigo. Y no nos comprendemos, porque
nos lo impide la culpabilidad: estamos demasiado acostumbrados a que nos hagan
sentir culpables. ¿No os pasa que, casi siempre que veis algo mal hecho,
empezáis a reñir -o a reñiros-, sin comprensión, cariño, serenidad? No estamos
acostumbrados a admitir que somos bastante limitaditos y, a veces, no pasa nada
porque se nos note. Solemos utilizar la postura 'avestruz': soy maravilloso e
inocente -mientras no me pillan- y me insulto y desprecio por demás, en cuanto
me pillan -o me pillo-, como decíamos en el artículo anterior del blog.
Finalmente,
tendríamos que 'aceptar' eso que vamos viendo y comprendiendo. Y no solemos
aceptar, por la típica huida al victimismo: "No
podemos intentar que las cosas sean como no son", nos recuerda Gibran.
Cuando no podemos escaparnos de algo que no nos gusta, nos salimos del tiesto y
protestamos: "¡¿Por qué me tendrá
que pasar esto 'a mí'?!" "¿Qué habré hecho 'yo' para merecer
esto?" "Hoy que iba yo a salir de paseo y ¡me llueve!" "Con
todo lo que yo le he rezado a Dios para que apruebe mi niño ¡y 'me le
suspende'!" (¡¡¡Sí, claro, Dios!!!)
Aceptar,
es ver y comprender, sin echarle a nadie la culpa de lo que hemos hecho o
hacemos mal. Realmente no hay culpables. Nadie ha tenido mala intención.
Y tenemos
prisa por cambiar, porque no vemos -no queremos ver- que "prisa y auténticas ganas son incompatibles". Se dice en "El
Jardín Interior": "Una
vez, hablando con una amiga, soltera y sin compromiso, que estaba agobiada y
con prisa por resolver su situación conflictiva y molesta, le ponía un ejemplo
muy gráfico, aunque chocante a primera vista: 'Si quieres tener un hijo mío,
tienes que esperar un año: tres meses, más o menos, para encargarlo con calma y
agrado, y nueve que es lo que tarda en venir. Si lo quieres para mañana, es que
no lo quieres realmente: puedes querer un muñeco al que manipular o con el que jugar; pero, si quieres de verdad un hijo, no puedes tener prisa. Si de verdad
quieres algo, no puedes tener prisa. Si tienes prisa, es que realmente no lo
quieres; quizá tienes miedo. Prisa y ganas reales, son incompatibles'."
Y viene bien insistir un poco más en lo de 'sin prisa por cambiar'. Es bueno querer cambiar. Siempre estamos haciendo algo para cambiar, mejorar, rectificar. Y ¡está bien! Lo malo es creer que 'el cambiar depende de la voluntad, de la decisión de cambiar'; o del psicólogo, que me dé una receta. Tendríamos que aceptar que el ser como somos ha dependido bastante poco de nuestra decisión consciente. "He tenido una educación tan excelente, que me ha costado quitármela 15 años", dice Tony, también en "Despertar".
Y viene bien insistir un poco más en lo de 'sin prisa por cambiar'. Es bueno querer cambiar. Siempre estamos haciendo algo para cambiar, mejorar, rectificar. Y ¡está bien! Lo malo es creer que 'el cambiar depende de la voluntad, de la decisión de cambiar'; o del psicólogo, que me dé una receta. Tendríamos que aceptar que el ser como somos ha dependido bastante poco de nuestra decisión consciente. "He tenido una educación tan excelente, que me ha costado quitármela 15 años", dice Tony, también en "Despertar".
Un
compañero mío en teología, estando de sacerdote en una parroquia, trabajaba con
drogadictos, y tenía las puertas de su casa abiertas a los que y cuando
quisieran entrar y salir. Cada vez que uno de los que él había acogido se iba,
llevándose algo valioso, sus compañeros le decían que no podía dejarles tanta
libertad. Y él les respondía: "Si un
drogata 'se hace' en 20 años, tengo que dejarle 10, para que se haga, de nuevo,
persona. No podemos ni pensar que cambie en un mes".
Hay varios
ejemplos que se me ocurren. Si vas al médico con tos, lo normal es que no dé
una importancia excesiva, ni exclusiva, a la tos; sino que mire cómo están los
pulmones. Te dará unos antibióticos para curar la bronquitis y, así, en quince
días, la tos se irá sola. Puede que te dé un jarabe, para toser menos durante
ese tiempo; pero el jarabe no 'cura' la tos, ni suple a los antibióticos. ¡Hay
que esperar!
Si tu hijo
tiene la 'costra' de una herida en la frente, y se la quiere quitar, porque
resulta muy llamativa, tú le dirás que no se rasque; que, cuanto más se la
toque, más le dura. Si quiere no tenerla, ¡tiene que esperar a que se caiga! En
otro se ve mejor, ¿a que sí?
Tony de Mello -con cuya frase, poema y foto inicio este artículo-, jesuita y psicólogo indio, al que tuve la
gran suerte de conocer y poder charlar a fondo, y puedo decir que era su amigo, ponía un
ejemplo, también muy luminoso. Una joven embarazada va a la consulta de su
ginecólogo para que le oriente en lo que debe hacer para que la criatura nazca
mejor. El médico le dice: “Cuídese usted.
Procure hacer todo lo que a usted la apetezca y le siente bien”. La joven
mujer le decía que eso le parecía muy egoísta, y le reiteraba que quería pautas
de comportamiento que fueran a ser convenientes para el buen desarrollo de su
hijo. Y el médico le repetía que lo que a ella le viniera bien, es lo que mejor
vendría a su hijo. “¡Cuídese a usted,
que, sí, estará cuidando a su hijo!”
Estamos
embarazados de felicidad, de amor, de plenitud. Sólo -“¡solo!”- tenemos que cuidarnos nosotros, y que no nos haga nadie
daño, para no abortar. Hay mucha gente que a eso le llama egoísmo, pero es
porque no han entendido el fondo del auténtico problema y de la verdadera
solución.
El último:
hablando con un amigo, quieres acordarte del nombre de alguien; y 'lo tienes en
la punta de la lengua'... y ¡no hay manera! Te vas, dejas de pensarlo ... y
¡Zas! Te acuerdas. Y no digamos en un examen o en una situación 'importante'.
La
moraleja es clara. No podemos forzar la máquina. Como en la memoria, no podemos
llevar las riendas de la vida. Tenemos que poner nuestra parte y dejar que la
Vida nos cambie. No rascarnos, aunque nos moleste, y dejar que la piel nueva
crezca. Como la conocida oración: "Dame,
Señor, fuerza para cambiar lo que se puede; aguante para lo que no tiene
arreglo; y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro."
Y, antes
de intentar cambiar la realidad, vamos a ver qué pasa realmente dentro de
nosotros; cómo están los pulmones de averiados, cómo funciona la memoria, cómo
actúa nuestro inconsciente, cómo siguen sangrando nuestras antiguas heridas,
cómo nos siguen influyendo reproches de nuestra primera infancia. Nuestra
'maquinita' funciona con muchos circuitos imperceptibles que, por estar mal
instalados, crean 'cortocircuitos'.
Un ejemplo
de este mecanismo lo observamos en el caso que cuenta Lucien Auger, en su libro
"Ayudarse
a sí mismo" -también recomendable y muy sencillito-. Dice algo
así: “Si tú vas en un autobús urbano, repleto
de gente de pie, y recibes un empujón que hace que casi te haces polvo los
riñones,... seguro que te enfadas. ¡Normal! Y seguro que piensas que la causa
del enfado es el empujón, ¿verdad?
Pues, ¡¡¡no!!!! Porque, si te
vuelves, hecho un energúmeno, y te encuentras con que el que te ha empujado es
un invidente a quien se le ha caído el bastón,... Pues ¡se te va el enfado, te
compadeces de él, y te pones a ayudarle! ¿O, no? Por tanto, 'la causa' del
enfado no ha sido el empujón -el hecho externo-, sino el mensaje que tu
inconsciente te ha dicho, al recibir el empujón -‘¡siempre te tiene que pasar a
ti!’, ‘¡es que tú no vales para nada!’, ‘¡jamás aprenderás a defenderte!-”.
El empujón
es la 'ocasión'. La 'causa' es lo que tú te dices -lo que tanto te dijeron y tú
aún te repites-: el sentimiento de fondo, la actitud de desvaloración, el cómo
te lo tomas; el ver, comprender y aceptar. Auger pone otro ejemplo más irónico:
la causa de que alguien se ahogue en una piscina, no es el que se caiga al
agua, sino el que no sepa nadar; porque... ¡hay gente que está en el agua, en
alta mar, en plena tempestad, y no se ahoga!
Por eso,
sería bueno que intentáramos formularnos los mensajes -inconscientes,
destructivos y falsos- que nos decimos en muchísimas ocasiones -casi siempre-.
Ver cuáles son: porque los importantes -los causantes de nuestros sentimientos
y nuestros comportamientos- son ‘in-conscientes’, no los conocemos; los que ya
conocemos, no son 'el' problema. Cuando alguien viene a consultarme su problema
y ‘ya sabe’ la causa, suele ser más problemático, porque ‘eso que sabe’ no será
‘la’ causa: ¡porque ya la sabe!
Debemos
tener la humildad suficiente para comprender que todos esos mensajes son
destructivos, para nosotros y para una vida de relación con los demás. Y
aceptar que son falsos: que no es verdad lo que me dice mi inconsciente -mi
educación, mi sociedad, mi religión, mi familia, el colegio- de que “o soy 'completamente' maravilloso, o soy
'un desastre'.”
Sería
bueno que reconozcamos los mensajes negativos: en cada situación, ante cada
cosa o persona, inmediatamente nos decimos algo -nos repetimos algo ya dicho-.
Y conviene que lo veamos, comprendamos y aceptemos. Y, como segundo paso,
después de reconocidos -vistos, comprendidos y aceptados-, los reformulemos
positivamente.
Nos resuenan
cosas que nos han repetido desde pequeñitos, y, a pesar de ser tan falsas y
desalentadoras, nos las hemos creído y las llevamos grabadas a fuego lento en
el fondo de nuestra reacción más primitiva: "¡Mientras
no caigas bien a todo el mundo, tu vida será un fracaso!", “Tú serás
feliz, cuando todo el mundo esté feliz contigo”, “Como seas malo, Dios te
castigará”.
Deberíamos
ver que es mentira, comprender que nos han educado así y aceptar que no es
posible caer genial a todo el mundo. Y sería bueno que nos lo dijéramos,
reformulado, más o menos así: "Me
encantaría caer bien a todos los que me ven; eso es imposible; pero puedo ser
satisfactoriamente feliz, sobrellevando con cierta serenidad la ‘triste
realidad’ -inevitable, por otro lado- de que ‘los que me rodean me ven
limitado’."
Por
ejemplo, el 99 % de nuestros inconscientes tienen un mensaje grabado a fuego
lento: "Si no eres perfecto, tu
madre no te va a querer". Y ¡es verdad! -suele serlo, en un sentido-:
La mayoría de los hijos no sentimos haber recibido nunca un "sí"
incondicional de nuestra madre; ni de la madre física, ni de la ‘madre’
sociedad, ni de la madre Iglesia, ni de los profesores (y nos han hecho creer
que de Dios tampoco). Y, ¡ay de nosotros si lo seguimos esperando!: viviríamos
buscando desesperada -e ineficazmente, desde luego- la perfección. "Como no soy perfecto, no puedo aspirar
a que nadie me quiera", nos dice machaconamente nuestro sufrido
inconsciente.
¡Y el más
fuerte! Demasiadas veces hemos oído mensajes horrorosos y destructivos como: “¡No hagas nunca nada de lo que yo me pueda
avergonzar!” (Y, nosotros, ¿se lo seguimos diciendo a nuestros hijos o
alumnos?).
Hay otro
mensaje -mezcla de todos los anteriores- metido de rondón: "Por tanto, tú no serás feliz, si yo -'madres diversas'- no te
quiero". Si no eres perfecto, no te quiero; si no te quiero yo, no
puedes ser feliz. Y eso ¡no es verdad! Podemos ser felices y querernos, ¡aunque
seamos imperfectos!
Y, no
digamos nada, si, además de todo lo dicho, nos ha dicho nuestra madre: “¡Nadie te va a querer como yo!”. Nos
podemos despedir, entonces, de pensar que es posible que alguien nos pueda
querer, o nosotros podamos amar a nadie.
“Tiendas cerradas”
A este
propósito, se me ocurría un ejemplo que puede ser muy gráfico y muy válido.
Imagina que estás de viaje en una ciudad extraña un sábado por la tarde. No
llevas ropa apropiada; o, simplemente, vienes de viaje en chándal, y se te ha
perdido la maleta con la ropa ‘de vestir’; ves que todo el mundo viste de
manera distinta; te encuentras rara, no te gustas. No es que quieras ir igual a
todo el mundo, pero es que no vas ni a tu gusto. Y resulta que todas las
tiendas de ropa están cerradas, y no abrirán hasta el lunes por la mañana.
O sea, que
tú no puedes cambiar ninguna de tus prendas, no puedes comprar nada nuevo. Sin
embargo, no por eso, vas a dejar de mirar y pensar qué querrías ponerte; qué te
gustaría más, qué iría más contigo, ahora que has llegado a esta tierra nueva.
La
solución que te queda (y no es ninguna tontería: es ‘la solución’) es pasearte
con tranquilidad por las calles, con las gentes. Ir mirando lo que ellas
llevan, lo que a ti te gustaría llevar; ir mirando en los escaparates lo que se
vende e ir mirando (lo más importante) en los ‘espejos’ de los escaparates la
ropa que tú llevas, la que has llevado hace mucho tiempo, la que llevarías para
siempre, si no llegas a venir a esta ciudad, si no te hubieras dado cuenta de
que aquí no pega, de que no ibas cómoda, de que no eras feliz.
Tienes que
tener la paciencia de mirar, mirar y mirar, sin poder comprar. Mira cómo vas (y
has ido) vestida, de manera distinta a lo que sería tu gusto, tu modo auténtico
de ser. Y míralo, sabiendo que en unos días no puedes cambiarlo.
Hay que
admitir que sólo se ve bien algo, cuando no se puede ‘usar y tirar’: ‘ésta no
me gusta, pues la tiro y me compro otra’. Eso es lo que apetece, lo que se
ocurre a la primera. Recordemos a la pobre ‘avestruz’. Pero eso no sería un
cambio eficaz. Hay que ver y ver y ver, mirar, mirar y mirar, sin que el mirar
sea ‘para’ cambiar. Esto tiene que ver mucho con el ‘no reñirse’ y ‘no
contarlo’ y con el ‘ver, comprender y aceptar sin querer cambiar’. Y con
aquella frase terrible del ‘comunicarse’:
“El arrepentimiento y el propósito de la enmienda son los dos enemigos mayores
de la salud mental, del marchar en dirección a la felicidad”.
Es un
tiempo privilegiado, ‘un año de gracia’, un estar ‘de baja’, un tiempo de
permiso por convalecencia, que no sólo no nos tendría que molestar, sino que
nos debe alegrar, pues nos da la posibilidad de encontrarnos con lo mejor de
nosotros mismos. Por fuera, ante la gente, sigue haciendo o diciendo lo mismo
de siempre. Pero ‘contigo’ no tienes que arreglar, mejorar ni cambiar nada.
Bueno, puedes cambiar transitoriamente todo lo que quieras, de cara a los
demás, sabiendo que ‘no tienes que cambiar nada’. Pero, el lunes, cuando
termines de ‘ver’, ya pensarás en qué compras y qué cambias, definitivamente en
tus actitudes, en tus comportamientos. Aunque, entonces, precisamente, no
deberías decir a nadie ni que vas a cambiar ni lo que has cambiado: ‘no
contarlo’.
Nuestra
prisa nos dice ‘mira para cambiar’. Pero nuestro inconsciente dice: ‘si va a
cambiarlo, si me va a reñir, si va a querer cambiarme, que no lo vea, no se lo
dejaré ver bien’. Hay que verse sonriendo de reojo, mirarse con calma,
reconocerse con tranquilidad, y aguantar sin prisas que he ido haciendo el
ridículo, que he estado a disgusto, que me he puesto la ropa que me ‘hacía más
mona’, la que siempre me mandaba poner mi mamá, pero con la que estaba muy
incómoda y no me dejaba respirar ni ser yo misma, y que yo no había decidido
ponerme.
‘Prisa y
auténticas ganas es incompatible’: tengo que aprender a reírme de mí, a aceptar
con resignación que he ido hecha un cuadro, a comprender que me han (y me he)
puesto así por muy diversos y justificados motivos; y que, sólo cuando me haya
hecho a verme así sin rabia, sólo cuando me mire sin odio, sin darme asco, sin
sentirme imbécil y despreciable, sin necesidad de cambiar ‘ya’, sólo entonces
lo que veo que quiero dejar de llevar puesto podrá quitarse (no olvidemos que
las cosas más importantes se ponen y se quitan solas, no las ponemos o quitamos
nosotros consciente o voluntariamente). Mientras no sea así (con calma, con
humor, con benevolencia), el quitarme algo sería contraproducente. Se iría algo
de piel con la ropa o me lo quitaría para dar pena o pasar frío o cualquier
otra excusa, con la que luego poder volvérmelo a poner y de manera inquitable.
Todo el
que ve algo que no le gusta y se dice convencido ‘¡desde mañana esto no vuelve
a pasar!’, es que su subconsciente va a hacer lo posible (y lo imposible) para
que eso no se toque, no se cambie, no se vea. No olvidemos que nuestro
subconsciente (el auténtico programador de nuestras costumbres) está ‘educado’
para quedar bien, para complacer, para que todos estén contentos conmigo, ...
¡menos yo!
Y
copiamos, para terminar, el poema de la 'oveja perdida' -también de Tony-. No
se trata de ver si lo hacemos -o lo tenemos que hacer- nosotros así con
nuestros hijos. Es la manera con que Dios nos trata: ¡Al menos, hay una persona
que tenemos seguridad de que es amor sin condiciones! En el fondo, el mensaje
del Evangelio es que Dios nos quiere, y las dos frases-resumen son: "En la tierra paz a los hombres, porque
Dios os quiere" y "Cambiad
el corazón y fiaros del Evangelio". Una la decimos en Navidad y la
otra en Cuaresma. Al nacer Jesús, aparece el Dios que ‘está con los hombres’; y
el Bautista le prepara el camino, pidiendo confianza para ese Dios
-comprensivo, acogedor, bueno, cariñoso,... (¡no hay otro!)-. Lo malo es que,
siendo lo único importante -la ‘buena noticia’, el ‘eu’ ‘angelion’-, es lo que
más nos cuesta creernos: ¡no nos fiamos ni de Dios!
"Una oveja descubrió un
agujero en la cerca, y se escapó por él. Estaba feliz de haberse escapado.
Anduvo errando mucho tiempo, y acabó desorientándose. Entonces, se dio cuenta
de que estaba siendo seguida por un lobo. Echó a correr y a correr..., pero el
lobo estaba a punto de devorarla. En ese momento llegó el pastor, la salvó y la
condujo, de nuevo, con todo cariño, al redil.
Y, a pesar de que todo el mundo le
instaba a lo contrario, el pastor se negó a reparar el agujero de la cerca."
Quizá el problema
es que no nos fiamos de nosotros mismos, porque ¡nadie se ha fiado nunca! Al
menos, Dios se fía de ti -aquí cada uno debe poner la persona o la palabra que
le dé ilusión, confianza, apoyo, fuerza-, espera mucho de ti. Y siente que la
Vida no tiene prisa, te da otra oportunidad, todas las que necesites. ¡Calma,
mucha calma contigo! “Hoy es el primer
día del resto de tu vida”, que decía Chéspir.
* * * * * *
“VER, COMPRENDER Y ACEPTAR, SIN
PRISA POR CAMBIAR”
(ejercicio)
Mira estas
dos columnas de mensajes: observa cómo los de la izquierda son ’mensajes
inconscientes’, que nos han inculcado y nos seguimos diciendo; son destructivos,
negativos, paralizantes; y reconoce lo parecidos que son a muchos que tenemos
dentro desde siempre. ¿Encuentras muchos, que tú te repites o que te han dicho
muchas veces?
Reconoce
que los de la derecha son más realistas, objetivos, positivos; y que, si
lográramos tenerlos y sentirlos así -en vez de los otros-, seríamos más
felices. Habrá que irlos cambiando; pero, de momento, es cuestión de ver cuáles
tenemos; sin prisa. ¡Si los vemos, los aceptamos y comprendemos -sin prisa-, cambiarán!
Para ser feliz, tengo que ser
querido y apreciado por todos y, desde luego, por los que son importantes
para mí.
|
Me
gustaría ser querido por todos, pero la verdad es que no necesito que todo el
mundo me aprecie; ni siquiera es imprescindible que me estimen los que yo
quiero -aunque a veces me resulte duro-: lo importante es que yo me quiera y
me valore.
|
Para
poder estar a gusto conmigo, tengo que ser perfecto, plenamente competente y
eficaz. Si no, no me aguantaría: ¡sería desastroso!
|
Realmente
pretendo llegar a donde me propongo y ser competente; pero no puedo pretender
no tener fallos para gustarme: acepto que soy un ser humano que se equivoca a
veces.
|
Todos
mis problemas tienen que tener una solución rápida; y, si no la encuentro ya,
soy una calamidad: me tengo que reñir y culpabilizar.
|
Hay que
admitir que casi todos los problemas tienen solución con el tiempo; incluso,
si alguno no la tiene, sería bueno aprender a convivir con él, evitando que
haga daño -a otros y a mí-.
|
Es
terrible que mis planes no se realicen como yo los había previsto. Cuando las
cosas me van mal, me siento un fracasado.
|
Es
normal que me desaliente si las cosas me van mal, pero un fracaso no es el
fin del mundo. Debo intentar evitar lo evitable, y soportar lo inevitable.
|
Cada vez
que hago algo mal, tengo que sentirme
culpable y arrepentirme; y prometer no volver a hacerlo nunca más: ¡no puedo
ser así! En el fondo me doy asco: ¡cambia ya!
|
Sentirse
culpable, reñirse y castigarse -'darse asco'- no sirve de nada: voy a
intentar aceptar seriamente la responsabilidad de mis actos y conocer mis
errores, sin que me lleven a despreciarme a mí como persona.
|
Tengo
que aceptar que mi felicidad depende de las cosas que me pasan: por eso,
tengo que tener el control de todo lo que me rodea.
|
En
parte, mi felicidad depende de cosas externas. Pero caigo en la cuenta de que
la auténtica felicidad está en el modo en que yo reaccione a ellas y 'cómo me
las tome'.
|
(Pon
aquí otros mensajes destructivos que oigas dentro; ‘deberes pa casa’)
1’.- …………………………...
……………………….....
2’.- ……………………………
…………………………...
3’.- …………………………….
…………………………...
|
(Intenta
traducirlos tú mismo, a otros que pueden ser más realistas, positivos y
constructivos para ti)
1’.- ……………………………………………………
…………………………………………………….
2’.-
……………………………………………………
……………………………………………………
3’.- .…………………………………………………..
…….……………………………………………..
|
* * * * * *
De nuevo
te digo que, si quieres hacerme algún comentario,
me pongas un correo a mi
dirección:
fermomugu@gmaill.com