Va
el título entre admiraciones, queriendo indicar que, a mi juicio, lo que dijo
Jesús se parece muy poco a lo que se suele creer que dijo. Si me hubiera 'atrevido', hubiera titulado: "¿Qué cuernos diría Jesús, para que, ahora, se digan tantas vulgaridades y se obligue a tanta normas vacías, en su nombre?". E intento dar una respuesta fundada y actual, para todos aquellos a quienes pueda interesar este personaje, ciertamente, genial, rupturista muy actual y atractivo.
En este libro, el tercero de la ‘trilogía de crecimiento integral’, me ha parecido interesante atacar directamente la persona y la doctrina de Jesús, esa persona, a la que se ha dado tantas características y figuras distintas.
Yo me he tomado la gozosa molestia de elegir 100 textos del Nuevo Testamento -más de 80 de los evangelistas y menos de 20 de las Cartas Apostólicas-, que me han parecido más sugerentes y significativas, y he ido intentando ‘explicarlas’, comentarlas, interpretarlas, concluyendo lo que creo que Jesús de Nazaret quiso decir a sus discípulos, a nosotros, y a toda la humanidad.
Por eso, digo que pueden valer para cualquier persona de edad, sexo, ideología, creencia, mentalidad -y hasta religión- distinta. Aunque también pienso que, para leer este libro, y comprender lo que quiero decir -lo que creo quería decir Jesús-, hace falta tener cierta sensibilidad y apertura de mente, pues muchas cosas se han explicado de manera contradictoria a la que yo considero la suya.
Como, ‘para muestra, basta un botón’, voy a copiar aquí tres textos y sus comentarios: el de 'el buen samaritano', porque varios aspectos, en los que Jesús 'da la vuelta' a la religión oficial, y tiene una versión muy original del 'prójimo'; el ‘pasaje de la adúltera’, por su rico contenido en matices psicológicos y de sentimientos, que se suelen obviar; y, por fin, una de una de las cartas de San Pablo, en que nos da un precioso e ilusionante 'decálogo' de lo que es ser cristiano, aunque no oculta que, como todo lo que merece la pena, tiene un precio.
III, 7. Lucas 10, 25-37, El buen samaritano
Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba:
"Maestro, ¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?”
Jesús le preguntó a su vez:
"¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”
Él le respondió:
"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu,
y a tu prójimo como a ti mismo”.
"Has respondido exactamente”, le dijo Jesús;
“Obra así y alcanzarás la vida”.
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención,
le hizo esta pregunta:
"¿Y quién es mi prójimo?”
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió:
"Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó
y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo,
lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.
Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote:
lo vio y, dando un rodeo, siguió de largo.
También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.
Pero un samaritano que viajaba por allí,
al pasar junto a él lo vio y se conmovió.
Entonces se acercó y vendó sus heridas,
cubriéndolas con aceite y vino;
después lo puso sobre su propia montura,
lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.
Al día siguiente, sacó dos denarios
y se los dio al dueño del albergue, diciéndole:
'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'.
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo
del hombre asaltado por los ladrones?”
"El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor.
Y Jesús le dijo:
"Ve, y procede tú de la misma manera".
Hemos de ponernos en la cabeza de los que están oyendo el cuento, tanto el que viene a preguntar a Jesús, como de todos los que están escuchando.
Viene un ‘Doctor de la Ley, para ponerlo a prueba’: un maestro en Teología y Religión, que quiere examinar cómo anda de doctrina este profetucho popular, revolucionario e itinerante.
Y le pregunta, precisamente por ‘la salvación’: como si lo único que interesara a todo el mundo fuera la vida eterna, y ésta no interesara a nadie.
Por eso, Jesús le dice que está muy claro -y es muy sencillo- ‘merecerse’ el cielo, cumpliendo los mandamientos.
Pero, resulta, que el erudito en religión va a preguntar a Jesús algo que es lo más peliagudo: “¿Quién es mi prójimo?”, poniendo, precisamente, la fuerza, el protagonismo, en el ‘prójimo’. Sin caer en la cuenta, va a darle por el gusto a Jesús.
Y Jesús cuenta ese cuento, que -como os decía, oído desde la mentalidad de los oyentes-, es pura dinamita. Y Jesús lo cuenta por eso: para dar la vuelta al calcetín de la Ley y la Moral, de la sensibilidad humana del auditorio.
Hay un herido en el camino, y acierta a pasar un 'sacerdote', que va a cumplir su servicio en el templo. Y, como es lógico, como tenían mandado por la Ley, para no quedar impuro por la impura sangre del herido, pasa de largo, dando un rodeo descarado.
Todos los oyentes dirían: “¡Bien!, ha hecho lo que Dios manda”.
Lo mismo sucede con un ‘levita’ -con misiones y prohibiciones muy parecidas al sacerdote-. Y mismo aprobado general, por parte de todos.
Pero pasa por allí un samaritano, un sujeto que no pertenecía al pueblo de Israel, ni estaba obligado por las leyes de la impurificación -probablemente, ni las conocía-, y, como es lógico en una persona ‘humana’, siente compasión, y lo ayuda. No acude a la moral de una religión, sino a la ética de la buena persona.
En este tercer caso, el personal se quedaría desconcertado, pues no sabrían si hacía bien o mal, ni si tenía o no que cumplir la Ley.
Pero Jesús se quedaría pensando: 'Los míos no son los que cumplen leyes, normas, morales, sino los que son buenas personas, tienen un corazón grande y generoso.
Y, de nuevo, resulta desconcertante la pregunta de Jesús: no pregunta ‘¿Qué había que haber hecho con ese prójimo?’ Sino: "¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?"
¿Quién fue auténtico ‘cristiano-prójimo’ del herido? Pues no podemos esperar a ver quién nos llama, sino quién nos pone la vida frágil y necesitada delante.
Y, por fin, la bomba: para todos sus contemporáneos era claramente antes cumplir con la norma religiosa -en este caso, dar un rodeo-, que el amor a la persona necesitada.
No deberíamos olvidarnos nunca que, desde Jesús, para Dios es primero ayudar al desvalido que cumplir con él. Un autor actual lo dice así: “El caos actual se debe a que las cosas están hechas para ser usadas, y las personas, para ser amadas; y ahora amamos las cosas y usamos las personas”. Y las cosas -las adicciones, las manías, los complejos- pueden ser caprichos, trabajo o religión.
IV, 1. Juan, 8, 1–11, La Adúltera
Jesús se fue al Monte de los Olivos.
Al alba se presentó de nuevo en el templo
y acudió a él el pueblo en masa;
él se sentó y se puso a enseñarles.
Los letrados y los fariseos le llevaron
una mujer sorprendida en adulterio
y, poniéndola en medio, le dijeron:
“Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio;
en la Ley nos mandó Moisés apedrear a esta clase de mujeres;
ahora bien, ¿Tú qué dices?”
Esto se lo decían con mala idea, para poder acusarlo.
Jesús se inclinó y se puso a escribir con el dedo en el suelo.
Como persistían en su pregunta, se incorporó y les dijo:
“Aquel de vosotros que no tenga pecado,
sea el primero en tirarle una piedra".
Él, inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír aquello, se fueron saliendo uno a uno,
empezando por los ancianos,
y lo dejaron solo con la mujer, que seguía allí en medio.
Se incorporó Jesús y le preguntó:
“Mujer, ¿Dónde están?, ¿Ninguno te ha condenado?”
Respondió ella: “Ninguno, Señor".
Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante, no vuelvas a pecar".
Cada texto del evangelio nos sigue haciendo profundizar en nuestro camino de conversión y conocimiento de la persona y la personalidad de Jesús. El evangelio de Juan, del capítulo 8º, es un trozo que no está en los primeros códices, y no se sabe exactamente cuándo fue añadido: puede que pareciera demasiado fuerte.
Tiene muchísimas posibles lecturas y lecciones; pero, sobre todo, es la puesta en escena de la parábola del Hijo Pródigo. Juan nos cuenta que Jesús vive un acontecimiento real, en el que sucede lo que meditábamos sobre la inmensa misericordia de nuestro Padre Dios. Jesús siempre ha presentado una imagen de Dios distinta a la de -y muy molesta para- los fariseos y sacerdotes: ellos tenían y mantenían un Dios de muerte, de venganza, de castigo, de ‘justicia’; Jesús vive y contagia el Dios amor, vida, perdón, misericordia infinita, comprensión total, nueva oportunidad siempre concedida. La escena es muy rica en colorido social y psicológico.
Un grupo de hombres, encabezados por los letrados y fariseos -enfrentados a Jesús, porque eran acérrimos defensores del cumplimiento de la ley y la religión tradicional- traen a una mujer adúltera, que, según esas leyes -según lo que ‘Dios manda’-, tenía que ser apedreada. Le preguntan a Jesús. Diga lo que diga, le van a poder pillar; estaban deseando poder acusarlo de hereje y revolucionario, de ir contra Dios y sus leyes.
Y Jesús opta por la persona humana, por la mujer, por el perdón, por la vida, por el amor, por dar oportunidades de continuo aprendizaje, de igualdad verdadera y de profunda liberación. En el conflicto que suele darse frecuentemente entre la Institución y la persona, Jesús está descaradamente por la persona. Hay que tener en cuenta, además, que mientras a la adúltera había que apedrearla hasta morir, el adúltero se iba ‘de rositas’, y, encima, como hoy, presumiendo de ‘macho alfa’.
En la escena -y en muchas situaciones de nuestra vida- se presentan dos bandos: fuera, los que se creen superiores, dignos de juzgar y condenar, incluso en nombre de Dios; dentro, los que se sienten culpables, sin remedio, sin posibilidad de perdón ni amor. Jesús rompe esas barreras y quiere quitar esos dos ‘círculos’ 240 irreconciliables, esas dos posturas contrarias, muy frecuentes, pero ambas inhumanas y anticristianas.
Como en el Hijo Pródigo, no quiere ni que el mayor juzgue y condene, porque se siente dueño y manipulador de la herencia, ni que el pequeño se sienta tan culpable que se quede fuera de la casa del padre, por sentirse indigno, ‘non merecente’.
Y nosotros, ¿Qué imagen tenemos, cómo tratamos a Dios? ¿Nos creemos capaces de manipular a Dios en nuestro beneficio y contra ‘los malos’?; ¿Nos ponemos fuera del círculo de los pecadores, juzgamos y condenamos alegremente, incluso en nombre de Dios? O, nos vamos al extremo contrario, ¿Nos creemos indignos del amor y del perdón de Dios?; ¿Pensamos que, con nuestro pecado y nuestras miserias, no podemos ser amados por Dios?
Y un detalle muy importante, sobre el que no se suele hablar: Jesús, al salvar a la mujer, está privando a los ‘hombres del pueblo’ de un espectáculo ‘erótico-festivo’ en nombre de Dios. Hace falta tener narices, para ponerse de parte de ella, pues, seguro, que pensaría que las piedras irían contra él. Pues, además de ir contra Dios, va contra su diversión: no hay que ser muy morboso, para imaginar cómo se lo iban a pasar, tirándole piedras, viéndola retorcerse y gemir hasta morir.
Cuando recitemos el Padre Nuestro, podíamos pedir: “Que nosotros nos perdonemos un poco más ya que tú, Padre bueno y compasivo, nos perdonas siempre”.
II, 37. Efesios 3, 13-21, Comprended la anchura
Os pido, por lo tanto, que no os desaniméis
a causa de las tribulaciones que padezco por vosotros:
¡Ellas son vuestra gloria!
Por eso doblo mis rodillas delante del Padre,
de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra.
Que él se digne fortificaros por medio de su Espíritu,
conforme a la riqueza de su gloria,
para que crezca en vosotros el hombre interior.
Que Cristo habite en vuestros corazones por la fe,
y seáis arraigados y edificados en el amor.
Así podréis comprender, con todos los santos,
cuál es la anchura y la
longitud, la altura y la profundidad, en una palabra,
vosotros podréis conocer el amor de Cristo, que supera todo conocimiento,
para ser colmados por la plenitud de Dios.
¡A aquel que es capaz de hacer infinitamente más
de lo que podemos pedir o pensar, por el poder que obra en nosotros,
a él sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús,
por todas las generaciones y para siempre! Amén.
Este texto puede provocarnos emociones muy alegres.
Y, sobre todo, confirmadoras, confortadoras,
y despertadores de nuevos sentimientos de gozo, suerte,
orgullo, privilegio, favor, capacidad, optmismo, ilusión.
Pablo, con bastante frecuencia, hace alarde de lo que él sufre,
padece, lucha, para cumplir su misión.
Pero siempre les dice a los cristianos, que no tengan pena por él, que él lo hace con sumo gusto, para el bien de todos.
Puede parecer una tentación de narcisismo que se da en muchas personas que ‘se ocupan’ de los demás.
Sin embargo, en Pablo, se ve claro que él se considera un instrumento en las manos bondadosas y eficaces de Dios.
Y va efectuando una serie de peticiones que hace por todos, que, de nuevo, nos pueden hacer pensar y reflexionar -para cultivar y potenciar- sobre tantas potencialidades que ha depositado Dios en nosotros.
Que la fuerza de Dios nos haga crecer y desarrollar plenamente ‘el hombre interior’, los valores de Jesús, a su imagen, semejanza, paz y justicia.
Que nuestra personalidad se construya, afiance y funcione desde el verdadero amor, constructor de toda estructura fuerte y feliz.
Que podamos llegar a comprender ‘la anchura y la longitud, la altura y la profundidad’ del amor de Dios:
un mundo inmenso, siempre en crecimiento, que mucha gente no puede o no quiere arriesgarse a conocer.
Es curioso que ‘el primer pecado’ procede del deseo de Adán de querer ser como Dios. En un lenguaje vulgar se usa la expresión ‘vivir como Dios’, como deseo de cualquier ser humano.
El libro del Génesis -posiblemente escrito, hacia el siglo XII antes de Cristo- nos cuenta que Yahvéh castigó ese deseo, inalcanzable e indeseable, para el humano.
Y resulta que la ‘buena noticia’ -el ‘eu angelion’- de Jesús es que Dios ha querido regalar a los seres humanos su misma vida, su mismo amor, sus mismas posibilidades de dominio y poder absoluto sobre todo lo creado.
Nunca -¡Claro está!-, en un sentido ‘mundano’ de opresión y
manipulación, sino en el sentido generoso y amoroso, de amor,
compromiso y servicio -partiendo desde la plenitud interior-.
Hace tiempo, pensaba dar una charla sobre la ‘generosidad’, y,
como era normal, me interesaba saber el origen de la palabra.
Tras muchas dudas, llegué a la conclusión de que viene ‘del que es de
auténtico género humano’. Hoy se usa para hablar de un buen
‘vino generoso’, o de que esta tienda vende un ‘buen género’.
Generoso es el que es plenamente humano -por tanto, divino-:
sensible, comprometido, consciente, colaborador, misericordioso, libre, feliz, estable, pacífico, amable. ¡Casi nada!
Como siempre, si quieres hacer un comentario, o que te envíe los originales en 'p.d.f.', te los mando encantado, si me pones un e-mail a
fermomugu@gmaill.com