Parece que, desde el
principio de los tiempos, los seres humanos han tenido algún tipo de
‘religión’.
A la palabra religión se
le dan varios significados primigenios -relación, religación-, pero, en el
fondo, hacen referencia a la relación del ser humano con ‘otro’. Lo que sea ese
‘otro’ tiene ya muy diferentes interpretaciones.
Parece normal que el ser
humano, en cuanto empieza a ser consciente de su vida, la de los demás y de la
naturaleza, intuye que se dan fenómenos -internos, relacionales o naturales-,
que él, por sí solo, no puede explicar. Ni siquiera entender, formular o
describir, y, mucho menos, interpretar.
Sentimientos,
alteraciones en sus emociones, problemas en las relaciones con los demás -tanto
de su mismo sexo como del otro-, terremotos, tormentas, cambios de climatología,
son cosas que ni controla ni comprende ni se explica.
Es probable que se haya
dado -casi universalmente también- la aparición de algún ‘iniciado’, que parece
saber interpretarlos, y, en general, atribuye a la existencia de un ‘ser’
superior, exterior y ajeno a todo lo humano. Y, a un paso de esto, tenemos la
aparición de las diversas religiones.
En demasiadas ocasiones,
ese ‘Otro’ suele ser exigente, insaciable, poderoso y dominador. Y, en general,
enemigo, rival, de los seres humanos, terrible, incomprensible para estos
pobres seres inferiores y necesitados, aunque celoso de sus peticiones y
posibles poderes.
No pocas veces, esta
sensación de poder temible fue utilizado por los poderosos -bien sean los
mismos iniciados o los pronto aliados gobernantes-. La religión pasa a ser un
aliado muy efectivo y práctico del poder.
Dada la inmensa
diversidad de culturas, caracteres e ideologías, existe una inmensidad de tipos
de religión diferentes. Pero todas ellas tienen esos rasgos descritos: dios
lejano, enemigo, y, con frecuencia, poderoso, sanguinario, cruel, vengativo,
horrible y temible.
Con algunas
matizaciones, un tipo de religión muy parecido a las descritas es el que adopta
el pueblo de Israel. Desde ahí interpretan y escriben su historia y sus
historias.
Aunque, desde bastante
pronto, hay escritos en los que se da un giro de 180 º a su concepción de
Yahvéh. Muchos trozos de los llamados ‘profetas’ -‘hablan en nombre de Dios’,
no adivinos del futuro-, como Isaías, Ezequiel, Jeremías, Amós u Oseas, así
como algunos pasajes de los libros ‘sapienciales’, describen a Yahvé como
‘padre’, ‘madre’, ‘misericordioso’ y ‘amante’.
Pero tiene que llegar el
siglo primero, para que Jesús de Nazaret rompa total y brutalmente con esa
mentalidad, para contarnos su ‘nueva noticia’: Dios es amor y sólo amor, no es
celoso de los seres humanos, sino que los ama con ternura, como una madre
amorosa, y nos regala, por medio de Jesús, su misma vida, amor y espíritu, para
que podamos vivir como él, porque siempre quiere lo mejor para cada uno de
nosotros -sus hijos amadísimos-.
Es curioso que el pecado mayor en casi todas las
religiones -nuestro ‘pecado original’- es que ‘los hombres quieran ser como dioses’,
y, precisamente la ‘buena noticia’, el regalo de Jesús, es que él se ha hecho
carne, para traernos, regalarnos la Vida de Dios, ‘para que seamos como dioses’
-para que podamos vivir de su amor, de su vida-.
Por tanto, desde Jesús, no es posible pensar en que Dios castiga,
condena, se ofende, se enfada, nos vuelve la espalda. Desde el Dios que nos
enseña Jesús, no es posible pensar en la culpa, en el pecado, en que podemos
perder su amistad. Con el Dios cristiano es incluso impensable ‘pedir perdón’:
lo que sí es pensable -y recomendable- es ‘afradecerle el perdón concedido, el
que nos siga perdonando, amando, dando fuerzas, a pesar de todo.
Por tanto, el cristianismo no consiste en ‘cumplir con Dios’, sino
cumplir su encargo: usar su vida para vivir desde el amor, para ser felices y
contagiar esa felicidad.
Hay una frase en el evangelio, que puede ser muy significativa: “Porque el Hijo del Hombre no ha venido a
ser servido, sino a servir”, Mateo, 20, 28. Siempre la hemos entendido como
que tenemos que servir, cumplir, amar -a Dios y a los demás-, como Jesús. Pero
hay otra explicación más ‘cristiana’: ‘El Hijo del Hombre, yo, en
representación del Padre, no he venido para que me sirváis, para que cumpláis
con nosotros, sino para serviros, para que, gracias a nuestro amor, podáis amar
y ser felices: seáis plenamente humanos’.
Hay un autor francés que tituló un libro “Cristianismo, la religión sin religión”. Todas las religiones son
para ‘religarnos’ con Dios, cumpliendo sus mandamientos. El cristianismo es
para relacionarnos con los demás -y con nosotros mismos- desde el amor y la
vida de Dios.
Una vez que le preguntaron al Dalái lama cuál era, según él, la auténtica
religión, contesto: “La que a usted le
haga más feliz”. Y san Agustín -uno de los teólogos más respetados del
cristianismo- decía en el siglo IV: “Deus,
intimius intimo meo” (Dios es lo más íntimo de mi intimidad, lo mejor de mí
mismo, lo que Dios sueña para mí, lo que me hace ser más yo
mismo-feliz-amor-Dios.)
En el evangelio de Juan ‘la samaritana’ le pregunta
a Jesús dónde hay que adorar a Dios: “Porque unos dicen que aquí y otros que
allá”. Y Jesús le contesta que el único sitio es el fondo del corazón: “Vosotros sois templos del Espíritu”. Y
un teólogo moderno muy considerado, dice que todos los seres humanos estamos
embarazados de Dios, que tenemos en nuestro corazón, una semillita del mismo
Dios. Ser humano, cristiano, feliz, genial, amor, depende de cómo cultivemos
esa semilla.
Por eso, y aunque suene escandaloso a primera vista, cada persona ha de
tener su propio Dios, y, por tanto, ha de buscar su propia religión: el camino
que mejor le lleve a lo más divino de sí mismo. Si tú me dices: “Fernando, tú que naciste a Madrid, y vas
allí con frecuencia, dime cómo hago para ir a Madrid”, como me llamas desde
el móvil, yo te preguntaré: “¿Dónde
estás?” Porque, si estás en Vigo, deberás que encaminarte hacia el suroeste,
pero, si estás en Cartagena, lo correcto es ir al nordeste”. Mi camino no puede ser el tuyo, ni el tuyo puede ser
el de tu madre.
Y, aunque suene a ‘propaganda ilegal’, por eso he
titulado yo mi último libro “El jardín
interior”, que te recomiendo. No el libro, sino el serio cultivo de tu
‘jardín’: el 'arreglo' de tu corazón.
N.B. Si te apetece hacer alguna sugerencia o comentario,
o sugerencia, por favor, ponme un correo:
<fermomugu@gmail.com>