domingo, 30 de octubre de 2016

“LOS ORÍGENES Y EL ‘FIN’ DE LA RELIGIÓN”

Parece que, desde el principio de los tiempos, los seres humanos han tenido algún tipo de ‘religión’.

A la palabra religión se le dan varios significados primigenios -relación, religación-, pero, en el fondo, hacen referencia a la relación del ser humano con ‘otro’. Lo que sea ese ‘otro’ tiene ya muy diferentes interpretaciones.

Parece normal que el ser humano, en cuanto empieza a ser consciente de su vida, la de los demás y de la naturaleza, intuye que se dan fenómenos -internos, relacionales o naturales-, que él, por sí solo, no puede explicar. Ni siquiera entender, formular o describir, y, mucho menos, interpretar.

Sentimientos, alteraciones en sus emociones, problemas en las relaciones con los demás -tanto de su mismo sexo como del otro-, terremotos, tormentas, cambios de climatología, son cosas que ni controla ni comprende ni se explica.


Es probable que se haya dado -casi universalmente también- la aparición de algún ‘iniciado’, que parece saber interpretarlos, y, en general, atribuye a la existencia de un ‘ser’ superior, exterior y ajeno a todo lo humano. Y, a un paso de esto, tenemos la aparición de las diversas religiones.




























En demasiadas ocasiones, ese ‘Otro’ suele ser exigente, insaciable, poderoso y dominador. Y, en general, enemigo, rival, de los seres humanos, terrible, incomprensible para estos pobres seres inferiores y necesitados, aunque celoso de sus peticiones y posibles poderes.

No pocas veces, esta sensación de poder temible fue utilizado por los poderosos -bien sean los mismos iniciados o los pronto aliados gobernantes-. La religión pasa a ser un aliado muy efectivo y práctico del poder.

Dada la inmensa diversidad de culturas, caracteres e ideologías, existe una inmensidad de tipos de religión diferentes. Pero todas ellas tienen esos rasgos descritos: dios lejano, enemigo, y, con frecuencia, poderoso, sanguinario, cruel, vengativo, horrible y temible.

Con algunas matizaciones, un tipo de religión muy parecido a las descritas es el que adopta el pueblo de Israel. Desde ahí interpretan y escriben su historia y sus historias.

Aunque, desde bastante pronto, hay escritos en los que se da un giro de 180 º a su concepción de Yahvéh. Muchos trozos de los llamados ‘profetas’ -‘hablan en nombre de Dios’, no adivinos del futuro-, como Isaías, Ezequiel, Jeremías, Amós u Oseas, así como algunos pasajes de los libros ‘sapienciales’, describen a Yahvé como ‘padre’, ‘madre’, ‘misericordioso’ y ‘amante’.

Pero tiene que llegar el siglo primero, para que Jesús de Nazaret rompa total y brutalmente con esa mentalidad, para contarnos su ‘nueva noticia’: Dios es amor y sólo amor, no es celoso de los seres humanos, sino que los ama con ternura, como una madre amorosa, y nos regala, por medio de Jesús, su misma vida, amor y espíritu, para que podamos vivir como él, porque siempre quiere lo mejor para cada uno de nosotros -sus hijos amadísimos-.

Es curioso que el pecado mayor en casi todas las religiones -nuestro ‘pecado original’- es que ‘los hombres quieran ser como dioses’, y, precisamente la ‘buena noticia’, el regalo de Jesús, es que él se ha hecho carne, para traernos, regalarnos la Vida de Dios, ‘para que seamos como dioses’ -para que podamos vivir de su amor, de su vida-.

Por tanto, desde Jesús, no es posible pensar en que Dios castiga, condena, se ofende, se enfada, nos vuelve la espalda. Desde el Dios que nos enseña Jesús, no es posible pensar en la culpa, en el pecado, en que podemos perder su amistad. Con el Dios cristiano es incluso impensable ‘pedir perdón’: lo que sí es pensable -y recomendable- es ‘afradecerle el perdón concedido, el que nos siga perdonando, amando, dando fuerzas, a pesar de todo.

Por tanto, el cristianismo no consiste en ‘cumplir con Dios’, sino cumplir su encargo: usar su vida para vivir desde el amor, para ser felices y contagiar esa felicidad.

Hay una frase en el evangelio, que puede ser muy significativa: “Porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir”, Mateo, 20, 28. Siempre la hemos entendido como que tenemos que servir, cumplir, amar -a Dios y a los demás-, como Jesús. Pero hay otra explicación más ‘cristiana’: ‘El Hijo del Hombre, yo, en representación del Padre, no he venido para que me sirváis, para que cumpláis con nosotros, sino para serviros, para que, gracias a nuestro amor, podáis amar y ser felices: seáis plenamente humanos’.

Hay un autor francés que tituló un libro “Cristianismo, la religión sin religión”. Todas las religiones son para ‘religarnos’ con Dios, cumpliendo sus mandamientos. El cristianismo es para relacionarnos con los demás -y con nosotros mismos- desde el amor y la vida de Dios.

Una vez que le preguntaron al Dalái lama cuál era, según él, la auténtica religión, contesto: “La que a usted le haga más feliz”. Y san Agustín -uno de los teólogos más respetados del cristianismo- decía en el siglo IV: “Deus, intimius intimo meo” (Dios es lo más íntimo de mi intimidad, lo mejor de mí mismo, lo que Dios sueña para mí, lo que me hace ser más yo mismo-feliz-amor-Dios.)

En el evangelio de Juan ‘la samaritana’ le pregunta a Jesús dónde hay que adorar a Dios: “Porque unos dicen que aquí y otros que allá”. Y Jesús le contesta que el único sitio es el fondo del corazón: “Vosotros sois templos del Espíritu”. Y un teólogo moderno muy considerado, dice que todos los seres humanos estamos embarazados de Dios, que tenemos en nuestro corazón, una semillita del mismo Dios. Ser humano, cristiano, feliz, genial, amor, depende de cómo cultivemos esa semilla.

Por eso, y aunque suene escandaloso a primera vista, cada persona ha de tener su propio Dios, y, por tanto, ha de buscar su propia religión: el camino que mejor le lleve a lo más divino de sí mismo. Si tú me dices: “Fernando, tú que naciste a Madrid, y vas allí con frecuencia, dime cómo hago para ir a Madrid”, como me llamas desde el móvil, yo te preguntaré: “¿Dónde estás?” Porque, si estás en Vigo, deberás que encaminarte hacia el suroeste, pero, si estás en Cartagena, lo correcto es ir al nordeste”. Mi camino no puede ser el tuyo, ni el tuyo puede ser el de tu madre.

Y, aunque suene a ‘propaganda ilegal’, por eso he titulado yo mi último libro “El jardín interior”, que te recomiendo. No el libro, sino el serio cultivo de tu ‘jardín’: el 'arreglo' de tu corazón.
 
 

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lunes, 24 de octubre de 2016

Discurso del Papa a La Congregación General de Jesuitas


(Aunque no quiero pasarme de 'jesuitismo', por si hay algunos seguidores de este blog interesados.)


"Así es como podéis ayudar a la Iglesia.”
  24 octubre 2016

Es una tradición muy establecida que con ocasión de las Congregaciones Generales se tenga un encuentro de los delegados con el Santo Padre. La mayoría de las veces se ha tenido  el encuentro en el marco  de una audiencia en el Vaticano,  aunque ya en alguna ocasión el Papa ha  escogido realizar el encuentro  con los jesuitas reunidos en Congregación General en la curia de la Compañía.  Así, este lunes 24 de octubre, en la Mañana, el Papa Francisco ha arribado discretamente a la curia, recibido por el Padre General, Arturo Sosa y el superior de la comunidad de la Curia, el P. Joaquín Barrero.

Tras acompañarle hasta el aula y el Papa ha participado en la oración de la mañana con los delegados. El tema  de la oración fue escogido para la ocasión: el buen pastor. La reflexión ha hecho referencia al P.  Franz van de Lugt, pastor de los suyos en Homs, Siria, asesinado por la locura de la guerra. Los miembros de la Congregación han querido orar por el Papa Francisco, como él mismo lo pide con frecuencia a todas las personas con quienes se encuentra.

El Papa Francisco ha hablado a la Congregación General con un discurso dirigido a la Compañía de Jesús que entusiasma y que orienta. Ha dado una buena idea de la manera como entrevé el servicio a la Iglesia y al mundo que la Compañía de Jesús puede ofrecer, de manera pertinente, en conexión con su propio ministerio. Toda su intervención ha estado marcada  por una apertura hacia el futuro, por una llamada a ir más lejos, un soporte para el “caminar”, el modo de marchar que les permite a los jesuitas ir al encuentro de los otros y acompañarlos en su propio caminar.


Como introducción, citando a San Ignacio, el Papa ha recordado que el jesuita está llamado a vivir en camino “a todas partes del mundo donde se espera un gran servicio de Dios y ayuda de las almas”. Por esto, justamente, los jesuitas deben avanzar sacando provecho de las situaciones en las que se encuentran, siempre para servir más y mejor. Esto implica una manera de obrar que busca la armonía en los contextos de tensiones que son normales en un mundo donde hay diversidad de personas y de misiones.  El Papa ha mencionado explícitamente las tensiones entre contemplación y acción, entre fe y justicia, entre carisma e institución, entre comunidad y misión.

El Santo Padre ha desarrollado tres formas de caminar para la Compañía;

(1) La primera es la de “pedir insistentemente la consolación”. Lo propio de la compañía es el saber consolar, llevar la consolación y la verdadera alegría; los jesuitas deben colocarse al servicio de la alegría porque la Buena Nueva no se puede proclamar en la tristeza.



(2) A continuación, Francisco nos invita a “dejarnos  conmover por el Señor puesto en cruz” Los jesuitas deben ser cercanos a la gran mayoría de hombres y mujeres que sufren y, en este contexto,  ser agentes de la misericordia. El Papa ha subrayado ciertos elementos que ya había tenido ocasión de presentar a lo largo del año de la misericordia. Nosotros que hemos asido tocados por la misericordia debemos sentirnos enviados para presentar, de manera eficaz añade él, esta misma misericordia.

(3) Finalmente, el santo Padre nos ha invitado a avanzar siendo movidos por el “buen espíritu”. Esto implica discernir –más que simplemente reflexionar-  cómo estar en comunión con la Iglesia.  Los jesuitas no debemos ser  “clericalistas” sino “eclesiales”. Somos “hombres para los demás” que vivimos en medio de todos los pueblos, buscando tocar el corazón de cada persona, contribuyendo así a constituir una Iglesia donde todos tengan su lugar, donde el evangelio se inculture y donde cada cultura sea evangelizada.

Las tres últimas palabras del discurso del Papa se refieren a las gracias que todo jesuita y que la Compañía en su conjunto deben siempre pedir: la consolación, la compasión y el discernimiento.


(Si alguien quiere ver el vídeo de la intervención completa pinche en la web: http://gc36.org/es/videos/ )
 
 

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jueves, 13 de octubre de 2016

“¿Qué arreglo tiene esta crisis?”


No cabe duda. ¡Seguimos en crisis! No ya es que sigue la crisis. Es que la mayoría de nosotros llevamos demasiado tiempo viviendo enfadadazos y malhumorados, desanimados y deprimidos, agresivos y agresivizados, críticos y criticones: “Todo está mal. Todos lo hacen mal. Todos son malos. Todos son tontos. Nadie pone soluciones. Aquí lo que había que hacer . . .”

Lo malo del caso es que todos tenemos la solución para los problemas ajenos; pero casi nadie intenta poner solución a su propio problema. O, peor aún, casi nadie se da cuenta de que él mismo es ‘parte del problema’.

Todos estamos convencidos de que las cosas irían mejor, si los demás hicieran lo que deben (¡lo que nosotros pensamos que deben!). Muy pocas veces intentamos arreglar nuestra propia vida. Todos vemos que la casa está ‘manga por hombro’; pero pocos se dedican a ordenar su habitación.

Cada vez más, resultaría muy útil rezar aquella conocida y lúcida oración, siendo conscientes de cada punto: "Concédenos, Señor, Serenidad para aceptar lo que no podemos cambiar, Valor para cambiar lo que sí podemos, y Sabiduría para reconocer la diferencia."

En la dura y duradera situación que atraviesa nuestra sociedad, y que repercute duramente en casi todos los ámbitos de nuestro estar (a veces, también de nuestro ser), hay tres cosas que querría señalar hoy.

Una me la sugirió un interesante artículo del periodista, escritor, y doctor en Ciencias Económicas, Salvador Cardús i Ros, aparecido en ‘LA VANGUARDIA’, el 30/03/2010, que llevaba por título “Delitos y pecados sociales”.

Dice en uno de sus párrafos: “Nuestra cultura política tiene relativamente buenas respuestas para el delito, pero balbucea confusamente ante el pecado de confianza social. El resultado es la pérdida de credibilidad de las propias instituciones y el peligro de una extensión de la desorganización y la deslealtad a las normas sociales. Si un cargo público abusa de su posición privilegiada, la gente corriente puede pensar que eso es lo normal, aunque sólo pillen a algunos, y que ellos no van a ser tan estúpidos de no aprovechar sus propias oportunidades, y, menos, siendo de tan menor calado: el orden social queda profundamente dañado y no se restablece la confianza necesaria para que sea aceptado.”




























“Tú  ya sabes que la humanidad es cruel, despiadada, sanguinaria, necia,
injusta, fanática,insolidaria. Pues te falta saber lo peor:
¡que tú y yo estamos incluidos!”


Me parece una observación muy sugerente. Hacer una cosa mal, evidentemente, trae consecuencias malas (La primera y peor, al que la hace, aunque parezca que no.). Es muy común oír hablar del ‘efecto dominó’, o ‘el efecto mariposa’. Algo que tiene mucho que ver con lo que, hace tiempo, se enseñaba entre los cristianos como ‘la comunión de los santos’ o ‘el cuerpo místico’. Todos somos responsables, de alguna manera, los unos de los otros.

Pero, si el que hace algo mal es una persona ‘pública’, visible, con responsabilidad, con exigible ejemplaridad -incluso un padre o un profesor en pequeña escala -, ese mal hace un daño del que generalmente no solemos caer en la cuenta.

Otra cosa que quisiera comentar es una reflexión en voz alta, como ‘deberes para casa’. No desde la dogmática que hay que creer o aceptar, sino desde las pistas para sugerir, para reflexionar, para que cada cual saque, libremente, sus propias conclusiones personales.

Hay dos frases que repiten los psicólogos con frecuencia. Puede que se admitan en teoría, pero, cuando se dicen aplicándoselas a alguien concreto, suele tener una reacción bastante agresiva: “Todos solemos caer en los defectos que criticamos”. “Cuando algo nos molesta de alguien, es que nosotros caemos en eso mismo, pero no lo reconocemos”.

Decía Tony de Mello: “Cuando se critica airadamente un comportamiento ajeno, es muy posible que la causa profunda del enfado sea la envidia”. Puede parecer absurdo. Sin embargo, el decía: “Si tú haces algo, por convencimiento y con libertad interior, no te molesta que otra persona no lo haga”.

Y contaba un cuento irónico y cuestionador; un niño pregunta a su padre: “Papá, ¿qué significa desgraciado?” Responde el padre: “Malo, sinvergüenza, malvado, indeseable”. Y el niño ataca: “Entonces, ¿por qué tú dices: ‘¡qué pedazo de rubia lleva el desgraciao’; ‘mira ese desgraciao, ¡qué cochazo tiene!’; ‘¡el desgraciao de tu cuñao tiene un sueldo doble al mío y trabaja la mitad que yo!’.”

Sea o no del todo verdad, es cierto que los demás nos pueden servir muy bien como espejo de lo que desconocemos en nosotros. Una amiga, también muy mayor, le decía a mi octogenaria madre: “Matilde, ¿tú me ves a mí, tan estropeada como te veo yo a ti?”. Sospechemos que la manera en que vemos a los demás se parece mucho a cómo nos ven ellos a nosotros.

Algo tiene que ver esto con aquello de ‘la paja y la viga’. Siendo sinceros, cuando vemos clarísima la violencia de un maltratador o de un terrorista, la falta de escrúpulos de un abusador o de un corrupto, ¿tendremos la objetividad y la decencia de preguntarnos si, en el fondo, nosotros no tenemos, no nos mueve, no consentimos en muchas ocasiones, esa misma falta de escrúpulos, violencia o egoísmo, aunque sea en proporciones más pequeñas para que no llegue la sangre al río?

Recuerdo una anécdota que me impresionó: en un retiro zen, en un lejano septiembre a las afueras de Madrid –con la cantidad correspondiente de moscas–, inundaron de insecticida la sala de meditación. Cuando se percató de ello, el maestro oriental mandó suspender la sesión, abrir las ventanas de par en par, y volver a los diez minutos. Después, comentó algo que no se me olvida: “Los occidentales matan aquello que les molesta; y se empieza por las moscas”.

Y la tercera pista. “La caridad bien entendida empieza por uno mismo”, se decía, con una ambigüedad y ambivalencia pretendidas. “A la única persona a la que puedo yo hacer feliz es a mí; la única persona que me puede hacer feliz a mí soy yo”, se dice hoy con mucho sentido. Y la sabiduría popular: “médico, cúrate a ti mismo”; “consejos vendo, pero para mí no tengo”; “en casa del herrero, cuchillo depalo”. No podemos pretender empezar la casa por el tejado: antes de aconsejar, predicar o luchar por algo, tenemos que serlo, vivirlo. Puede parecer ‘egoísta’, pero me parece esencial: “¡Si yo arreglo mi vida, he hecho todo lo que debo!”

Si los que nos consideramos humanos, fuéramos realmente ‘humaanos’; si viviéramos, pensáramos y actuáramos como predicamos, otro gallo cantaría. ¿Os imagináis una sociedad en la que los gobernantes, los banqueros, catedráticos, ministros, alcaldes, obispos, curas, monjas, diputados y senadores, líderes sindicales, médicos, abogados, arquitectos, profesores y maestros, padres y madres . . . todos fuéramos coherentes?

Lo cual no quiere decir que no opinemos, hablemos o critiquemos. Tenemos que ser cívicos, políticos, y ayudar a que los que deciden por nosotros en ámbitos más o menos públicos lo hagan lo mejor posible. Y debemos luchar con todas nuestras fuerzas por la paz y la justicia. Pero eso es ‘además’.

Lo primero –y, a mi juicio, prioritario– es que cada uno de nosotros intentemos objetivar nuestros propios fallos y poner el remedio que depende de nosotros. Repito: si tú y yo empezamos por ser honrados y coherentes, conscientes y responsables, humanos y profundos, sensibles y comprometidos, habremos hecho lo máximo que podemos hacer por humanizar la humanidad y arreglar el mundo mundial.

Como ayuda para una posible e importante reflexión -personal o grupal-, propongo una serie de puntos, por si ayudan a pensar:

Abusos: uso para mi interés, placer descomprometido, falta de conciencia y de empatía, desestructuración afectiva, “oscuridad en los ojos”: no ver al otro como persona

Corrupción: ‘vale todo’, ‘con tal de que no me pillen’; uso del poder en beneficio propio; todo es comprable

Derechos humanos: desde mi grupo, partido, religión, etnia, clase, sólo busco mis derechos y los deberes ajenos

Descalificaciones: mentiras asimiladas, verdades a medias, ‘todo vale’, ‘tú más’, los otros son los culpables

Divorcio: egoísmo, individualismo, falta de comunicación personal, cada uno va a lo suyo, ‘hijos=arma arrojadiza’, falta de preparación seria: confundir amor y enamoramiento

Ecología: calentamiento global, especies en extinción, deforestación, abuso del agua, ‘el que venga detrás que arree’

Economía: ‘ciencia de enriquecer a los ricos y empobrecer a los pobres’; insolidaridad total; ‘todos queremos más’; ‘tanto tienes, tanto vales’

Educación: cambio de plan por cada gobierno, interés exclusivo en los resultados, información académica sin formación humana; desvaloración del maestro

Familia: sujetos aislados juntos, educación egoísta, manipulación, control, dominio; ‘guerra familia-colegio’

Fanatismo: los juicios, análisis y conclusiones encierran muchos pre-juicios y visceralidades: primero sentimos con el corazón, luego usamos la razón para probar lo ya juzgado

Guerras, invasiones: por motivos religiosos, étnicos, territoriales, económicos; petróleo, coltán, diamantes; influencias, poder

Justicia: retrasos, politización, guerras internas, diferente trato a unos y otros; descrédito, desautorización

Malos tratos: machismo de fondo, feminicidios, ‘mujer objeto de uso del varón’, trato y sueldo diferente, ‘roles’

Pena de muerte: nadie es dueño de la vida de nadie, curioso que los ‘pro vida’ estén a favor

Religiones: relación con dios sin los otros, sin compromiso, sin responsabilidades; cumplimiento vacío, fanatismo; anteponer los ídolos, las normas, a los demás

Terrorismo: irracionalidad, componentes religiosos, nacionalistas, étnicos; ‘aquello que nos molesta lo eliminamos’; no deberíamos decir: ”¡Que maten a los terroristas!”, sino “que acabe el terrorismo”

Torturas: abuso de poder, terrorismo de estado, antiterrorismo, excesos de policía; ‘el fin justifica los medios’

Valores: teorías o ideologías, válidas mientras no me toquen el bolsillo; distancia entre teoría y práctica, incoherencia; consumismo, apariencias, superficialidad

Violencia: familiar, social, juvenil, agresividad generalizada latente; ‘si no me hacen caso, se van a enterar’


Nos haría falta una verdadera conversión personal hacia la tolerancia, respeto, comprensión, empatía, com-pasión, objetividad, humildad, sinceridad, autenticidad, coherencia, sensibilidad, humanismo

Tenemos que admitir que en cada uno de nosotros hay víctima y verdugo, ángel y demonio, bueno y malo. “¡No me considero peor que el mayor santo, ni mejor que el peor asesino!”, Khalil Gibran. Los defectos que veo en los demás me pueden servir de espejo para ver los que yo tengo y no puedo –me da miedo– ver.

Cada uno -y cada ‘grupo’- debemos ‘escuchar’ al otro, ver su punto de vista, qué haría yo en su caso, ponernos en su piel, ‘andar en sus mocasines’. Pero, en general, cuando nos dicen algo que no nos gusta, ya no escuchamos, no pensamos, no admitimos. ¡Yo tengo la verdad!

¿Te parece que nos preocupemos -y nos ‘ocupemos’- en dejar el mundo un poco mejor -con palabras de Baden Powell- que como nos lo hemos encontrado?

Decía el gran psicólogo Antonio Blay: “Voy a intentar llevarme bien conmigo; los demás, también, ¡saldrán ganando!”

¿Lo intentamos? ¿Empezamos?
         
 
 

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