lunes, 21 de agosto de 2017

“LAS VACACIONES”



En estos tiempos veraniegos que ya tocan a su fin, me gustaría reflexionar sobre lo que son y cómo se trata el tema de las vacaciones: uno de los más relevantes de conversación, sobre todo, en los medios de comunicación; cada poco tiempo, sale el tema de las carreteras, los hoteles, las playas, el tiempo, dada la ingente multitud de personas que están disfrutando de vacaciones.

La palabra castellana ‘vacación’ viene del verbo latino ‘vacare’: vagar, descansar, dispensar de una carga, vago, ‘vacío’ de empleo o responsabilidad -‘vacuus’ = vacío’, ‘evacuar’-.

Hay otra palabra, cuyo origen etimológico, también puede resultarnos interesante. Es la palabra ‘versión’. Del verbo latino ‘vertere’, que viene a significar lo mismo que en castellano, verter, echar sobre algo. Las diversas partículas que lo preceden, dan significados distintos (‘diversas’ o ‘distintas’): di-vertir (que se suele entender como esparcimiento, jolgorio) significa cambio de actividad, pasar de una cosa a otra; lo mismo viene a significar ‘con-vertir’, aunque le solemos dar el sentido de cambio de mentalidad, de religión, o de idioma (‘versión española’, versión inglesa’. “¡Convertir el agua en vino!”); o 're-vertir', producir otro efecto, volverse en contra.

En los mismos medios televisivos y radiofónicos, quizá más en las tertulias, se preguntan y comentan cuándo tienen cada uno las vacaciones, dónde van a ir, o si les queda mucho tiempo para empezarlas o terminarlas. Da la impresión de que son el mayor bien ansiado, y, su término, la mayor desgracia que les puede ocurrir.

No nos cansamos de repetir que estamos en una sociedad materialista, sin valores, sin principios, llena de corrupción, de falsedades y mentiras. Soy el primero que opino que la Televisión es un elemento muy poco informador y nada formador. Los telediarios dan horror. Me recuerdan al antiguo “El Caso”: una serie encadenada de desgracias y calamidades, sin filtros de crudeza, sangre o violencia. No termino de entender que haya familias que puedan comer, mientras están viendo ‘las noticias’. Y no hablemos de los programas más vistos y comentados, que todo el mundo dice ser un horror y un ventilador de las vergüenzas de los famosos, pero que tienen las audiencias más nutridas, y los comentarios más comunes de cualquier españolito.

Cabría preguntase si realmente tenemos la televisión que nos merecemos. Aunque yo me suelo plantear que es posible que sirva como elemento, por un lado de anestesia, viendo que los demás están peor que nosotros, y de fomento de la agresividad y el enervamiento, que nos haga ‘preocuparnos’ de cómo está todo de mal, sin dejarnos ‘ocupar’ de lo que nosotros podríamos hacer. Y solemos tener la osadía de criticar a los jóvenes, que nos están saliendo ranas y no quieren estudiar, trabajar, obedecer, ser educados, ni hacer nada de provecho. Cuando me parece que la mayor parte de la causa es que no les hemos transmitido la cultura del esfuerzo, el aguantar la frustración, y no han aprendido ‘lo que vale un peine’.

Es un primer tema de reflexión que quiero poner encima de la mesa, para aquellos que quieran preguntarse, de verdad, si estamos haciendo las cosas bien, si estamos caminando por senderos que nos llevan -personal y socialmente- a buen término. Si, al paso que vamos, mañana vamos a estar mejor que hoy.

¿El trabajo es una condena de los dioses? ¿El que vive sin dar golpe es el más ‘listo’ o el más afortunado? ¿Dejamos traslucir esa mentalidad, aunque, luego, prediquemos lo contrario?

Recuerdo una reunión de padres, que yo moderaba, en un colegio de muy buen recuerdo para mí. Estábamos hablando precisamente de ese tema y un padre levantó la mano, para preguntar. Yo hice un esfuerzo grande para que no se me notara que el buen señor me caía horrorosamente mal. Educaba de manera ‘ostentóreamente’ mala a sus hijos: los mismos amigos de éstos me habían comentado anécdotas que ponían los pelos de punta. Recuerdo una que no se me podrá olvidar jamás. Estaba la pandilla jugando en el cuarto de los juguetes, y entra el padre con una bolsa repleta de monedas de peseta rubia. Con lo que se puede deducir que no hablo de hace cuatro días. Y les dijo: “¡Fijaos qué listo soy! Voy de viaje a Nueva York, y allí, en la mayoría de las máquinas públicas -cabinas de teléfono, de entrada en el metro o los autobuses-, se paga con un ‘quarter’ -un cuarto de dólar-. Y mira por dónde, el tamaño de la ranura es exactamente la misma. Con lo cual, cada vez que yo tendría que pagar unas 25 pesetas -entonces, el dólar andaba por las 100 pesetas-, ¡pago con una! ¡Con esta bolsa, me ahorro un auténtico dineral!”

Los amigos de sus hijos -e imagino que incluso así estarían sus mismos hijos- me vinieron a contarlo, llenos de estupor y de vergüenza ajena. Claro está, el citado padre era católico practicante, y de convicciones a prueba de bomba, proclamadas a los cuatro vientos.

Pues el buen señor, cuando yo le concedí la palabra -temiéndome ya lo peor-, dijo: “¡Qué educación les dan aquí a nuestros hijos, pues, por más que les decimos que estudien y trabajen, para ser ‘alguien’ el día de mañana, no nos hacen el más mínimo caso!”. Os podéis imaginar -y os imagináis bien- que mi contestación no llevaba en absoluto la más mínima buena intención. A botepronto -la perversidad me hace ser de lo más rápido-, le contesté: “Estoy totalmente de acuerdo. Lo mismo nos preguntamos entre los profesores. Pero yo creo que la respuesta es que nos obedecen perfectamente, pero ‘antes de tiempo’: les decimos que estén seis años trabajando como esclavos, para poder vivir como reyes, sin dar golpe, dentro de esos seis años. Y nos hacen caso. ¡Pero prefieren no esperar seis años, para vivir como reyes!”

Siendo sinceros, pensamos y contagiamos que el trabajo es una maldición, y que los que logran vivir bien, sin dar un palo al agua, son unos ‘listos’ o unos privilegiados de la vida. Recuerdo desde la infancia una canción francesa -confieso que he comprobado la letra en el tío Gúguel-, que decía: Le travail c'est la santé / Rien faire c'est la conserver / Les prisonniers du boulot / N'font pas de vieux os” (‘El trabajo es la salud: no hacer nada es conservarla; los esclavos del curro no lograrán tener huesos viejos.’). O el dicho andaluz, que recuerdo oír repetir a mi padre, con toda su sorna: “El trabajo es salú, y el ocio, tedio: ¡trabaja, si no tiés otro remedio!”

Se sigue con la vieja concepción de la maldición divina, tras el pecado de Adán, y su expulsión del Paraíso, por parte de Dios: “¡Ganarás el pan, con el sudor de tu frente!”. En cualquier oficina, incluso en muchas familias, se respira que el trabajar es malo: “¡Quién pudiera vivir sin trabajar!”

No quisiera entrar ahora en el convencimiento profundamente humano de que el colaborar con Dios en la obra de la construcción de su Reino, es una de los mayores honores para los seres humanos. Ni en consideraciones, posiblemente mal entendidas, y tildadas de espiritualistas y faltas de realismo,  de excesivamente sumisas o incluso masoquistas, de que el ser humano, al trabajar, en cualquier ámbito, crece, se realiza como plenamente humano, se forma como persona, tiene la gran suerte de poder ejercer todas sus potencialidades intelectuales, personales, sociales, relacionales y psicológicas. Y está colaborando con el absoluto, la energía positiva, el espíritu de la vida, en el desarrollo del propio ser humano, de toda la humanidad, y de la misma Madre Tierra.

Desde cualquier foro feminista, y a cualquier mujer formada, le oirás decir que quiere trabajar, para realizarse plenamente como persona. Y yo estoy convencido que la experiencia de sentirse útil a los demás -desde el campo en que ejerzas- es la mayor satisfacción posible para una persona humana.

Me bastaría con quedarme en la consideración de que es inhumano -antiético y hasta antiestético- hablar de las vacaciones universales, cuando una gran parte de nuestro mundo no puede gozar de vacaciones. Es lógico hablar de atascos en carreteras, de la operación salida, o el vacío que se nota en las grandes ciudades, pero me parece poco humano dar por supuesto que todo el que quiere puede irse de vacaciones.

Por mucho que aumente el nivel de vida, me parece poco sensato ignorar el número de parados, o de empleados con contratos basura, la cantidad de familias que no tiene ningún miembro con posibilidad de ganar un sueldo, por mínimo que fuera: la casi ‘media españa’, que no logra llegar a fin de mes, y a quien ni se le puede pasar por la cabeza la idea de unas vacaciones, de un viaje, de un hotel, un cine o un teatro, de una comida extra.

Y es curioso que casi todo el mundo, tanto en los medios como en las familias, que hablan de la corrupción, de las tarjetas negras, del dinero que se está robando -aunque se quiera presentar de modo menos crudo-, y que está enriqueciendo a unos pocos, a costa de tener niveles de pobreza, poco dignos de países desarrollados, en general, se limita a eso, a hablar, a criticar. Pocos se dedican a intentar arreglar, cambiar, mejorar algo. Aunque sea un granito de arena. Aunque sea no participar en absoluto en eso que se critica. Y en dejar claro testimonio a sus hijos y conocidos, de que su vida nunca pactará con la vagancia o la incoherencia.

Y sigue siendo verdad el refrán: “Un grano no hace granero, pero ayuda al compañero”. La solución nunca está en un gran arreglo total, sino en pequeños intentos personales, privados, ‘insignificantes’. Recuerdo con frecuencia -y admiración- a unos amigos que, al terminar la ceremonia de su boda, que yo celebraba, me dijeron -¡y me dejaron atónito!-, que habían decidido dedicar un 10 % de su presupuesto anual, a una obra benéfica. Gandhi decía: “Más que el mal que hacen ‘los malos’, me duele el bien que dejan de hacer ‘los buenos’.”

Y no digamos, si en vez de hablar solamente de nuestra piel de toro, extendemos la mirada y abrimos el corazón a los millones y millones que no tienen agua, techo, tierra, educación, si es que no están huyendo por guerras insensatas y perennes, fabricadas con las más diversas excusas, para mantener los negocios de los multimillonarios del primer mundo. La mayoría de los que leemos o comentamos esto estamos en el lado en que hay vacaciones, trabajo, familia, estabilidad, bien estar.


Hace unos días leí una noticia de la agencia EFE:Un turista chino ha pagado 9.999 francos suizos (8.760 euros) por un vaso de dos decilitros de whisky en un hotel de la estación alpina helvética de St. Moritz, un puro malta de 1878 de la única botella de ese año en el mundo que no se había abierto, según informa un diario francés”. Por si a alguno le interesa comprobarlo, está en: 
http://www.20minutos.es/ noticia/ 3105411/0/chino-paga-8800-euros-whisky-suiza/>

Ante esta noticia, y en este punto, me gustaría hacerme una pregunta: ¿Este buen chino, ha pagado tal cantidad de dinero por ese vaso de whisky, porque realmente le gustaba y le merecía la pena pagar ese precio? ¿O puede ser que le importe más su publicidad, su notoriedad, su imagen: salir en los periódicos y en las redes sociales?

Y, sacando un poco el tema por los pelos, las multitudes de turistas, que se pasan el tiempo materialmente pegados a una cámara de fotos, o un vídeo o un móvil, para captar todas las instantáneas de todo lo que han visto, ¿realmente han visto todo lo que graban o fotografían? ¿Se enteran de lo que tienen delante? ¿Disfrutan la calma del paisaje, de la naturaleza, de las vistas? ¿Enriquecen su sensibilidad con todas las preciosas pequeñas cosas que van pasando a su alrededor? ¿Tendrán tiempo alguna vez, para ver todo lo que ‘no han visto’? ¿Será, por desgracias, que, como el chino, no viven su vida, sino que sólo se ‘exponen’ en facebook? ¿Cómo decía Jesús de los fariseos, “¡hacen las cosas para ser vistos y alabados por la gente!”?


Y, desde otra perspectiva muy distinta, y con una música de fondo mucho más inhumana y cruel, creo que de todos es sabido -aunque no sé si digerido- otro tema, del que no queremos enterarnos como de tantos otros, que preferimos vivir ignorando-. Decía la noticia: 

El turismo sexual infantil ha crecido en los últimos años, hasta convertirse en un "fenómeno endémico" mundial, que se ve favorecido por el aumento de las convenciones de negocios en lugares hasta ahora remotos, según un estudio de la organización ‘ECPAT International’. El estudio describe a EE.UU. y Canadá como los países "de demanda", en países tan diferentes como Camboya, Honduras, Haití, Kenia o Nepal”. También se puede leer en la web: <http://www.elespectador.com/ noticias/elmundo/turismo-sexual-infantil-crece-y-se-convierte-un-fenomen-articulo-631909>
Para terminar, me atrevo a poneros ‘de deberes para casa’ dos reflexiones: ¿distinguimos entre ‘bienestar’ y ‘estar bien’? ¿Nos preocupa el tener, el poder, el brillar, viviendas lujosamente decoradas y amuebladas; o el estar bien, el ser, el crecer, la paz interior, la sensibilidad, la buena comunicación, hogares donde se respire un ambiente de amor y respeto?, ¿nos preocupan las cosas materiales y cuantificables, o nos ocupan los valores y los principios éticos, espirituales y humanos?

Otra: ¿caemos en la cuenta de que estamos en el patio de butacas del gran teatro del mundo, hablando sobre los actores y los autores, aplaudiendo o silbando; pero nos quedamos en ser ‘espectadores’, sin actuar, sin movernos, sin arreglar nada, sin poner un ápice de nosotros mismos -ni siquiera dar ejemplo al que nos vea de que es posible- en esa tarea de dejar el mundo mejor?

Estos últimos días -no sé si, como decía, para anestesiar otros problemas mayores- nos inundan los telediarios con el tema de las huelgas, especialmente la de ‘El Prat’. Cuando oigo los comentarios de casi todos los que me rodean, me pregunto, si habrán pensado alguna vez en la decencia, incluso legitimidad, de muchos salarios. No quiero defender las huelgas. Ni dar la razón a los que parece que sólo saben defenderse atacando, buscar sus derechos, pisando los derechos ajenos -que, ¡haberlos, haylos!-. Me gustaría ayudar a reflexionar, para que cada uno tenga sus propias ideas, y, a poder ser, informadas y humanamente solidarias.

Dos últimas reflexiones, una seria y otra jocosa: Yo suelo usar con frecuencia, para probar la relatividad de las cosas, y las diversas opiniones que se pueden dar sobre unos mismos acontecimientos, los versos de nuestro Ramón Campoamor: “En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira; / todo es según el color / del cristal con que se mira”. Creo que no tengo que explicar más. Sin embargo quiero recordar que el gran jesuita Jon Sobrino decía que deberíamos entender y usar una versión ligeramente diferente: “Todo es según el ‘dolor’ / del cristal con que se mira”. ¡Cuánto influye la experiencia visceral de cada uno, la historia ‘sufrida’, en nuestro modo de ver y juzgar todo!

Y me vas a permitir que te cuente un chiste, que me hizo mucha gracia, y creo que tiene -como muchísimos otros- mucha miga: Una señora llama a un fontanero, para que le arregle unas averías del cuarto de baño. Al enseñarle la factura, la buena señora le dice asustada al operario: “¡Pero si usted cobra más que el profesor de mis hijos!”. Y el fontanero, serenamente, le dice: “Señora, ¿qué se cree que hacía yo antes?”

Antes decía que muchos poquitos unidos hacen un mucho. Te parece que tú y yo empecemos por examinar nuestras posturas y nuestras opiniones, que están influyendo mucho más de lo que creemos, sobre nuestros hijos y alumnos. Podríamos comenzar por ser ecuánimes, realistas y sensatos -¡qué difícil resulta serlo, según el equipo al que pertenezca el 'encausado'!-, ante los sueldos o los traspasos de algunos futbolistas. Decía Voltaire: “¡Calumnia, que algo queda!”. Yo te invito: “Opinemos sensatamente, dialoguemos educada y razonadamente, que seguro que reproducen el efecto dominó y el efecto mariposa.”

De nuevo te digo que, si quieres hacerme algún comentario, me pongas un correo a mi dirección: 
 

fermomugu@gmaill.com