viernes, 19 de agosto de 2016

Consejos de padre a hija: dos recibidos, y uno mío.





Carta de Albert Einstein, a su hija Lieserl.

Cuando propuse la teoría de la relatividad, muy pocos me entendieron, y lo que te revelaré ahora para que lo transmitas a la humanidad, también chocará con la incomprensión y los prejuicios del mundo.
Te pido aun así, que las custodies todo el tiempo que sea necesario, años, décadas, hasta que la sociedad haya avanzado lo suficiente para acoger lo que te explico a continuación.

Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo y aún no haya sido identificado por nosotros. 
Esta fuerza universal es el AMOR.

Cuando los científicos buscaban una teoría unificada del universo olvidaron la más invisible y poderosa de las fuerzas. El Amor es Luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe. El Amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras.

El Amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El Amor es Dios, y Dios es Amor.

Esta fuerza lo explica todo y da sentido en mayúsculas a la vida. Ésta es la variable que hemos obviado durante demasiado tiempo, tal vez porque el amor nos da miedo, ya que es la única energía del universo que el ser humano no ha aprendido a manejar a su antojo.

Para dar visibilidad al amor, he hecho una simple sustitución en mi ecuación más célebre. Si en lugar de E = mc2 aceptamos que la energía para sanar el mundo puede obtenerse a través del amor multiplicado por la velocidad de la luz al cuadrado, llegaremos a la conclusión de que el amor es la fuerza más poderosa que existe, porque no tiene límites.

Tras el fracaso de la humanidad en el uso y control de las otras fuerzas del universo, que se han vuelto contra nosotros, es urgente que nos alimentemos de otra clase de energía. Si queremos que nuestra especie sobreviva, si nos proponemos encontrar un sentido a la vida, si queremos salvar el mundo y cada ser sintiente que en él habita, el amor es la única y la última respuesta.

Quizás aún no estemos preparados para fabricar una bomba de amor, un artefacto lo bastante potente para destruir todo el odio, el egoísmo y la avaricia que asolan el planeta.

Sin embargo, cada individuo lleva en su interior un pequeño pero poderoso generador de amor cuya energía espera ser liberada.

Cuando aprendamos a dar y recibir esta energía universal, querida Lieserl, comprobaremos que el amor todo lo vence, todo lo trasciende y todo lo puede, porque el amor es la quinta esencia de la vida.

Lamento profundamente no haberte sabido expresar lo que alberga mi corazón, que ha latido silenciosamente por ti toda mi vida. Tal vez sea demasiado tarde para pedir perdón, pero como el tiempo es relativo, necesito decirte que te quiero y que gracias a ti he llegado a la última respuesta.

Tu padre,
                        Albert

* * * * * * *

Una verdad, que mejorará tu vida muchas veces.
Harry Browne (USA, 1933 – 2003), diciembre 1966

Querida hija:

Pronto será navidad y, una vez más, tengo el mismo problema: no se qué regalarte. Yo sé que te interesan muchas cosas: libros, juegos, vestidos.

Pero quiero regalarte algo que se quede contigo mucho tiempo, mucho más que lo normal. Algo que te haga recordarme cada navidad.

Y creo que sé qué quiero darte. Una simple verdad, que para mí no fue evidente desde el principio, y, si tú la entiendes ahora, mejorará tu vida muchas veces. Y no tendrás que enfrentar problemas que afectan a las personas que nunca la han escuchado.

Es muy sencillo: “Nadie te debe nada”.

¿Qué significa eso? ¿Cómo puede ser que una afirmación tan sencilla pueda ser importante? Es posible que por ahora no te lo parezca así, pero, literalmente, te salvará la vida. Nadie vive por ti, hija mía. Ni para ti. Porque tú eres tú, y nadie más. Cada uno vive por sí mismo y por su felicidad, y cuanto antes lo entiendas, te será más fácil librarte de la expectativa de que alguien te haga feliz.

Significa que nadie está obligado a quererte. Y, si alguien te quiere, es porque en ti hay algo especial que lo hace feliz. Intenta entender qué es eso tan especial, y refuérzalo para que te quieran más. Y, si la gente hace algo por ti, es porque así lo quieren; quiere decir que por alguna razón tú eres valiosa para ellos y quieren complacerte, pero no porque alguien te deba algo porque sí, sin razón.

Eso supone que nadie tiene la obligación de respetarte. Y algunas personas no te tratarán bien, pero, tan pronto como entiendas que la gente no está obligada a tratarte bien, aprenderás a evitar relacionarte con quien pueda herirte. Y sí, tú tampoco les debes nada.

Y, otra vez, nadie te debe nada. Debes ser cada día mejor sólo para ti misma, y en ese caso otros querrán estar cerca de ti, y querrán apoyarte, y compartir contigo lo que sea necesario. Si alguien no quiere estar contigo, el problema no serás tú; si eso ocurre, busca relaciones que tú quieras, no permitas que un problema ajeno sea tuyo también.

Cuando entiendas que el respeto y el amor de quienes te rodean hay que ganárselo, nunca más vas a esperar lo imposible, y no vas a sentirte decepcionada. Los demás no están obligados a compartir contigo sus sentimientos ni pensamientos, y, si lo hacen, eso quiere decir que tú lo mereces; eso significa que tienes razones para sentirte orgullosa del amor que recibes, el respeto de tus amigos, y todo lo que te has ganado. Pero no lo tomes por sentado, como algo que debe ser así, porque puedes fácilmente perderlo todo, nada es tuyo por derecho, todo eso hay que ganárselo.

Es mi experiencia. Sentí que tenía una piedra saliendo de mi pecho, cuando entendí que nadie me debe nada. Hasta ese momento, yo pensaba que eso no era así, y desperdiciaba mucha energía, cuando no obtenía lo que quería.

Nadie está obligado a respetarme, a ser mi amigo, a amarme o a hacerme progresar. Al final, mis relaciones interpersonales mejoraron, porque aprendí a estar con las personas con quienes quiero estar, y hacer sólo lo que quiero hacer.

El entender esto me abrió las puertas para nuevas amistades, relaciones de negocios, clientes potenciales, y dejó entrar a mi vida nuevas personas a quienes ahora amo. Saber esta verdad siempre me recuerda que puedo recibir lo que deseo, sólo si logro llegar hasta la otra persona. Debo entender lo que el otro siente, qué quiere y qué es importante para él; y, sólo en ese momento, puedo entender si quiero o no relacionarme con esa persona.

No es tan fácil explicar en dos palabras lo que tuve que descubrir y aprender en años, pero puede ser que tú vuelvas a leer esta carta cada navidad, y su sentido sea para ti cada vez más claro.
Espero que así sea porque en realidad necesitas entender, cuanto antes, que ¡nadie te debe nada!

Tu padre,
                            Harry

* * * * * * *


 “No debes nada a nadie”

Amada joven amiga:

Al mismo tiempo que te envío estas cartas, que he recibido, y que me han resultado bastante interesantes: Einstein creo que no necesita presentación. Harry Browne fue escritor, político y se presentó a Presidente de los Estados Unidos en 1996 y 2000. Esta última está llena de sentido y moralejas muy positivas e importantes –“Nadie te debe nada” –, muy en boga socialmente. Teniendo de fondo la de Einstein, –con el que estoy mucho más de acuerdo, aunque no pienso que por capacidad  intelectual–, te quiero hacer otro regalo, que me parece muy especial –no sólo por Navidad–, y que puede complementarla y enriquecerla; complementarte y enriquecerte.

Quisiera que te convencieras, desde el fondo de tu experiencia vital, de que ‘no debes nada a nadie’. Tu vida y tu persona no está destinada a ninguna otra cosa ni persona que tú. A llegar al fondo de ti misma, y cultivarlo, cuidarlo, acrecentarlo, cada día, cada año, cada época de tu vida.

Hagas lo que hagas, y vivas con quien vivas, tu vida no existe para complacer, ni llenar, ni enriquecer a nadie. Ni a tu madre, ni a tu mejor amiga, ni a tu pareja, ni a tus hijos, ni a Dios.

Si, por cualquier educación equivocada, si por valores y mensajes falsos, si desde ideologías o religiones inhumanas, hubieras crecido en el convencimiento de que tu única obligación –y, por tanto, tu fuente de riqueza y plenitud– está fuera de ti, es alguien o algo ajeno a ti, perdóname el aviso –porque te cambiará demasiados esquemas incorporados–, de que te han engañado, vives equivocada.

Dicen que es más fácil engañar a alguien, que convencerle de que está engañado. Por desgracia, estoy de acuerdo. Y veo a muchísimas pobres personas, que viven en ese engaño, y no pueden salir de su error.

Hemos nacido con mensajes poderosos y reiterados como: “Serás feliz, cuando hagas felices a los demás”, “No hagas nada de lo que yo me pueda arrepentir”, “Pretender la propia satisfacción y plenitud, es el mayor y más pecaminoso egoísmo”.


Y se va creciendo en ese venenoso ambiente, en la familia, la escuela, la sociedad, la religión. De tal manera, que, como te decía, es prácticamente imposible que se pueda ni siquiera admitir otra idea, otra mentalidad, otra actitud. Incluso todas estas consideraciones que te estoy haciendo serán vistas como falsas, peligrosas y nocivas.  

Sin embargo, los grandes pensadores, las personalidades grandes, los verdaderos líderes espirituales –como Buda, Ghandy, Jesús, y una larga lista que no quisiera ordenar por orden de importancia– coinciden en que el único fin del ser humano es la felicidad; el único camino que conduce a ella, el amor; y la única espiritualidad humana, el encuentro y amistad, comunicación y maduración, con lo más íntimo de uno mismo.

Einstein dice muy claramente que El Amor es la fuerza y el motor más potente. Sin embargo, pienso que esta afirmación, tan clara y contundente, no se suele predicar muy abiertamente, quizá porque no se cree en la fuerza del amor, o porque se llama amor a demasiadas cosas, y se tiene mucho miedo al egoísmo, la comodidad y el capricho. (Ya sabes que el mayor enemigo del amor es el miedo.)

Las educaciones predominantes –a las que me refiero– suelen predicar más el principio de Browne: tienes que ganarte, merecer, pedir el afecto de los demás, o cualquier cosa que pretendas, con tu esfuerzo y sacrificio. Pero creo que la causa profunda es que no se ha conocido ni vivido –predicado ni invitado– realmente el auténtico amor. Incluso a la ‘autoestima’ le llaman egoísmo, y al cultivo personal autobombo. Utilizan muy mal las sabias y certeras palabras de Ignacio: “En todo amar y servir”, o las geniales y proféticas de Arrupe: “Hombres y mujeres para los demás”. Porque nadie da lo que no tiene, y el que no tiene profunda paz interior –verdadera serenidad o alegría– nunca la podrá transmitir.

Claro que la felicidad total es algo que nunca se alcanza plenamente, pues somos limitados, imperfectos y muy necesitados; que el amor auténtico as la postura de tu corazón, que no depende de lo exterior, y cuya medida y cualidad será idéntica para con todos los seres humanos, tus hermanos, empezando por ti misma; y que la única espiritualidad real es el conocimiento propio, la aceptación de los propios límites, y el convencimiento de que nunca podrás dejar de aprender. Eduardo Galeano escribía bellamente: “El horizonte no nos sirve para saber dónde tenemos que llegar, sino en qué dirección debemos caminar”. En ese sentido va el proverbio, que se usa muchas veces sin entenderse ni vivirse: “La felicidad es el camino, no la meta”.

Pero debes partir de la base de que tu vida es un privilegio. Para ti y para todos los que tenemos la suerte de compartirla. Eres un regalo de la Vida, del Amor, del Absoluto, de la Energía, de la Trascendencia. El nombre es lo de menos.

Y el que es –no el que ‘tiene’– amor verdadero, es libre, es feliz, es contagioso. Y, como eres un ‘regalo’, nada ni nadie te puede ‘pasar factura’. Ni tú puedes sentirte obligada a devolver, a pagar, a ganar, a merecer, a agradecer nada a nadie. Cuando profundamente sientas la valía de ese regalo, entonces –y sólo entonces–, la misma valoración maravillada de toda tu vida hará que te surja agradecer, compartir, y, sobre todo disfrutar ese privilegio. Y nunca pasarás factura, nunca te lamentarás del trato de los demás, de las circunstancias adversas que te toquen vivir.

El amor auténtico nace de la experiencia misma de sentirse amado, de sentirse privilegiado, de sentirse valorado. Desde ahí –y sólo desde ahí, nunca por obligación, y, menos, por culpas o inseguridades– surge, sale, mana, brota, nace, la necesidad de amar, de devolver, de entregarse, de compensar; decía el gran Kalil Jibran: “¡Qué ridículo soy, si la vida me ha dado oro, yo te doy plata, y, encima, me creo generoso!”

En ese sentido traduzco yo las palabras de María tras la anunciación: “Que se cumpla lo que dices, ¡pues sólo quiero ser esclava del amor!”, o las mismas de Jesús: “¡Te aviso que amarás a todos, con la misma medida con la que te ames a ti!”. Porque el que no es amor con todos –incluido él mismo– no amará de verdad a nadie, y será esclavo de mil manías: victimismo, protagonismo, perfeccionismo, egoísmo, activismo, materialismo –y todos los ‘ismos’, ¡hasta el de Suez o el de Panamá!–. Vivirá amargado y amargando.

Y no olvides que la única persona a la que puedes hacer feliz eres tú, y que la única a la que debes ayudar a cambiar y ser feliz, eres tú: cuando no sepas cuál es el objetivo de tu vida, ¡mira el espejo!

Un sabio contemporáneo afirmaba: “En este mundo del crecimiento y realización personal, sólo logras notar que has tocado fondo, cuando has aceptado que nunca tocarás fondo”. Y sabes que este regalo, como todos los demás, te lo hago con todo mi amor: ¡un regalo sólo se puede hacer desde el amor!

Tu amigo, con todo mi amor,
 
                                       Mugu

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lunes, 15 de agosto de 2016

A propósito del texto evangélico de ayer, 14 de marzo

Lucas 12, 49-57

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

"He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!
 Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!
 ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
 En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres;
 estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre,
 la madre contra la hija y la hija contra la madre,
 la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra."

Y añadió para las multitudes:
“Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida:
 ‘Chaparrón tenemos, y así sucede.
 Cuando sopla el sur, decís: ‘Va a hacer bochorno’, y lo hace.
 ¡Hipócritas!, si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo,
 ¿cómo es que no sabéis interpretar el momento presente?

 Y, ¿por qué no juzgáis vosotros mismos lo que se debe hacer?”      



Creo que es la primera vez que me he puesto a pensar seriamente sobre este texto. Tuve la suerte de poder comentarlo con una familia de gente buena y amiga.

Y, precisamente, estamos en pleno infierno, absurdo y homicida, de los incendios forestales. Nadie puede entender cómo hay pirómanos interesados, que producen tal destrucción, generan tanto daño y provocan destrozos naturales y humanos tan sinsentido.

Nos hallamos en plena época terrorista de atentados fanáticos, causados por odios locos y suicidas, con toda clase de métodos imprevisibles e incontrolables. Y todos queremos y pedimos por la paz.

Y, en un orden de cosas más ‘interno’, nos sobrepasa la cantidad de rupturas familiares, no menos absurdas, destructivas e inexplicables.

Y hete aquí que el evangelio de este domingo nos presenta a Jesús diciendo: “¡He venido a traer fuego a la tierra, y qué quiero sino que arda! ¡No quiero la paz, sino la guerra! ¡Y volveré al hijo contra el padre y a la mujer contra el marido!”

¡Realmente este hombre estaba absolutamente loco!

Había llegado a decir: “¡Estáis convirtiendo la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones!”

Es plenamente normal que la gente bien de su tiempo se lo quisiera quitar de encima, porque era el peligro número uno para el bienestar social. Y el evangelio está lleno de ocasiones en que los fariseos y sacerdotes se plantean cómo quitárselo de encima, porque les va a ‘hundir el kiosko’.

Pero, ¿qué nos puede decir a nosotros, que tenga cierto sentido?

EL Papa Francisco escribía en su preciosa Laudato Si’: El estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones. Los países más ricos, los que más se han beneficiado de los combustibles fósiles, están moralmente obligados a encontrar soluciones al cambio climático y a proteger el medioambiente y la vida”. Y cita el dicho de un anciano que un día le dijo: ‘Dios perdona siempre, los hombres a veces, la Tierra no perdona nunca’.”

Cuando el terrible episodio de ‘Las Torres Gemelas’, alguien recordó que el gran Padre Arrupe, s.I., muerto en 1991, había dicho algo así: “¡El Occidente está tratando tan mal a tantos pueblos del Oriente, que no podemos prever cuál puede ser su reacción, en el momento menos pensado, y de la manera menos explicable!”.

Y el sociólogo jesuita Víctor Codina, publicaba hace menos de un año: “¿Es Occidente un modelo de civilización justa e igualitaria, de respeto a las minorías, de acogida a refugiados y emigrantes, un ejemplo de defensa de valores humanos por encima de los económicos y de respeto a la naturaleza? Reconocemos el valor social de todas las religiones y espiritualidades, ¿pero también el riesgo de que se corrompan y degeneren en formas de fundamentalismo y violencia? Condenamos estos atentados terroristas, pero no dejemos de interrogarnos por sus causas y por sus cuestionamientos: ¿por qué ha sucedido todo esto? Sin esta actitud de búsqueda conjunta no es posible la paz.”

¿Puede ser que Jesús, desde la sensibilidad de Dios, dando una doctrina válida para todos los tiempos, quiera decirnos que no busquemos políticas y familias de conveniencias, superficialmente perfectas, tranquilizadoras para los poderosos -política, religiosa o familiarmente-, que defienden el orden y la paz establecidos, las instituciones y organizaciones imperantes, pero que no buscan el bien, la madurez, la dignidad y el desarrollo igualitario y profundo de todos: de los menos favorecidos?

¿Será que los cristianos estamos queriendo una paz falsa y cómoda: “¡Tengamos la fiesta en paz!” “¡Ande yo caliente y ríase la gente!”? ¿Será que los discípulos de Jesús no queremos realmente la paz y la justicia, sino que las cosas ‘me vayan bien a mí’?

Y, en el aspecto familiar: cuántos matrimonios rotos siguen manteniendo las formas, para cumplir con las apariencias. Cuántos matrimonios deshechos no se separan 'por el bien de sus hijos', pero habría que recomendarles, por ese mismo bien, que se separen, precisamente para no hacerles más daño.


Y cuántas madres -más que padres, normalmente- superprotectoras impiden crecer y volar a su hijo, "¡Porque lo quiero tanto!"


Hay demasiados hijos que, para estudiar lo que quieren, o irse a vivir con quien aman, o declarar su condición sexual -¡para ser libres!-, tienen que montar un auténtico 'número' a sus padres.


¿Es, realmente, el verdadero amor, el objetivo de nuestras vidas? ¿Nos mueve el bien o la necesidad del otro, antes que nuestro propio capricho?


Cualquiera de nosotros, cualquier cristiano de hoy, ¿podremos decir de verdad: “Ante cualquier acontecimiento social, ante un ser humano que sufre, me planteo mi posición, y no puedo no implicarme en ello”?

Porque el amor no admite componendas. El verdadero amor, el que surge del agradecimiento profundo de sentirse amado incondicionalmente, lleva al compromiso y a la lucha por la justicia y la paz para todos: que todos los seres humanos tengan la dignidad de Hijos de Dios.

Y una última reflexión: todo esto no es válido sólo para los cristianos. Si pretendemos ser plenamente humanos -en el fondo, felices-, lo de menos es la ideología, la religión, las creencias, ‘la etiqueta’. Lo únicamente importante es la coherencia.
 
 

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jueves, 4 de agosto de 2016

El primer papa jesuita


Bastantes amigos, profesores, antiguos alumnos, después de darme la enhorabuena, me preguntaron qué me parecía la elección de un papa jesuita. Las contestaciones dependían mucho de la confianza que yo tuviera con la persona que me preguntaba, pues mis sensaciones al ver aparecer por la ventana de San Pedro al jesuita Cardenal Bergoglio, fueron bastante ambiguas y muy poco confesables. Varios jesuitas, más famosos, a quienes entrevistaron en la prensa, translucían algo parecido.

Creo que pudo ser semejante a como si hubieran nombrado Primer Ministro de España a un hermano mío, de quien conozco bien virtudes y defectos, y cuyas actuaciones, para bien y para mal, van a repercutir en toda una nación, y, por qué no decirlo, en la fama, decoro o desprestigio de toda mi familia. Alegría, temor, orgullo, responsabilidad, vanidad, miedo, compromiso, satisfacción, esperanza.

Escribir un artículo, tras este espacio temporal, lleno de palabras, gestos y actuaciones tan indicativas, da una mayor seguridad y, también, una cierta capacidad de objetivación. Desde que fue elegido papa, ha dejado bastante claro a todos quién es, qué piensa y qué pretende.

Hay tres elementos muy significativos para un nuevo pontífice: es jesuita, es argentino, y toma su nombre papal de San Francisco de Asís. Jesuita, estructura mental determinada, con características de una autonomía y libertad personal mayor que en otras órdenes o colectivos eclesiales, y claramente diversificable de los, hasta ahora privilegiados, movimientos neoconservadores. Latinoamericano, ‘venido del fin del mundo’, pateador de realidades periféricas muy ajenas a las cúpulas del poder, baqueteado por movimientos sociales y actuaciones políticas sangrantes. Francisco, el revolucionario joven, que oye a Dios pedirle que reconstruya su iglesia en ruinas, que deja sus ricas ropas y linajes, para predicar con su vida la pobreza evangélica ante sus paisanos.

Aparte de los jugosos comentarios a estas tres realidades, cada una con importancia destacable, en cuanto que se supo que era argentino, corrieron por todos los ámbitos cantidad de cuentos referidos a la personalidad originalísima de los argentinos. Más aún en Latinoamérica que en Europa, tienen fama de creídos, orgullosos y fanfarrones. (Se dice que el mayor negocio posible es comprar un argentino por lo que vale, y venderlo por lo que él cree valer.)

Viene esto a propósito de que uno de los cuentos que me llegó enseguida fue que el Cardenal Bergoglio no debería de ser plenamente argentino; pues, en vez de tomar como nombre Francisco I, hubiera elegido “Jesús II”. De momento, me pareció genial, oportuno y significativo. Después me ha dado mucho que pensar.


Siempre hemos dicho que un cristiano es ‘otro Cristo’. Pero me pregunto –y os pregunto– si realmente pensamos que cualquiera de nosotros, cualquier cristiano –especialmente los religiosos, sacerdotes, obispos, cardenales y el mismo papa– debería ser y parecer otro Cristo: “Jesús II”.

En mis tiempos jóvenes, circulaba por las familias cristianas una estampa con una imagen de María, que llevaba debajo la inscripción: “Que quien me mire te vea”. Más de una vez, me ha venido esa imagen a la cabeza –y al corazón–. Realmente, el que ve a un cristiano, ¿nota su parecido a Jesús? ¿Distingue el ‘aire’ –espíritu– de Jesús? ¿Los cristianos hablamos, pensamos, actuamos, sentimos, reaccionamos, nos comportamos como lo haría Jesús de Nazaret?

Todos hemos tenido contacto –siendo o no conscientes– con personas en la que se nos ha mostrado la imagen de Dios: palabras, gestos, miradas, actuaciones. A mí, personalmente, puedo decir que –en la corta distancia– me sucedió las dos veces que tuve la suerte de hablar con Pedro Arrupe: en el 59, siendo él Provincial de Japón, y yo novicio; y en el 69, siendo ya General, y yo estudiante de Teología. Sentí visceralmente que Dios habitaba en él.

Y recuerdo también con imborrable impresión, cuando un compañero jesuita –bastante ‘cristiano’ él, eso sí– me dijo que, al acabar unas convivencias con un curso de PREU, le habían preguntado: “Tú, realmente, ¿como te llamas? Porque hemos descubierto que eres Jesús. Aquí vienes con un nombre, a otro sitio irás con otro, pero no nos has engañado”. Y le fueron explicando sensaciones que habían tenido con él, semejantes a las de la gente ante Jesús, descritas por el evangelio. Terrible, ¿no? Pero, teóricamente, tendría que ser ‘el pan nuestro de cada día’. ¿Por qué no lo es?

Nuestra generación, en general –y, por desgracia, también la mayoría de las siguientes–, ha sido educada en que ser cristiano era ‘cumplir’. Cumplir los mandamientos –¡escritos 20 siglos antes de Cristo!–, ir a misa, no comer carne los viernes, no cometer actos impuros; cumplir normas y leyes externas: hacer las cosas “¡como Dios manda!”

Incluso la fe consistía en creer –“creer lo que no vimos”– los dogmas y las enseñanzas de la Iglesia y de la Tradición. Tener fe era estar de acuerdo con los curas y con la Jerarquía: con lo que “siempre se ha dicho”.

Y otra cosa muy determinante es que se identificaba plenamente la Iglesia con la Jerarquía, con el Vaticano, con el Papa y los Obispos. Yo creo que, en la percepción de la gente, hay ‘tres iglesias’: una, la Jerarquía, la representada en el Papa y la Curia Romana. Otra, la constituida por los Obispos, curas y cristianos ‘normales’. Y la tercera, la que forman tantos y tantos misioneros y misioneras, voluntarios y voluntarias, curas y monjas ‘especiales’ –generalmente dedicados a pobres, enfermos, necesitados, y, muchas veces, criticados por la primera–.

Según nuestra sensibilidad, nuestras creencias, nuestra educación o experiencias, llamamos y consideramos “La Iglesia Católica” a una de las tres –excluyendo a las otras–, con las consiguientes tomas de postura, afectos u odios, alabanzas o descalificaciones y comentarios diversos.

Por otro lado, se identificaba demasiado el cristianismo con sacrificio, cruz, dolor: “Todo lo que apetece, o es pecado o engorda”. Recientemente, escribía el gran teólogo gallego Torres Queiruga: “Parece que este Papa va a recuperar la humanidad de Jesús el Cristo, como modelo y revelación de la más radical y auténtica humanidad”. Y me da la impresión de que el Papa Francisco, efectivamente, pretende que los cristianos no veamos nuestra religión como una obligación y una pesada carga, sino como la suerte de poder ser seguidores alegres y animados de la persona y la vida, atractiva, envidiable, ilusionante del ‘Gran Tipo’ que fue Jesús: la persona humana que logró ser la imagen viviente del Dios de Misericordia.

Por eso, prácticamente en todas sus predicaciones está repitiendo ‘machaconamente’: “Dios es amor, nunca nos condena, nunca se cansa de perdonar, aunque nosotros sí nos cansemos de acudir a su perdón”. Sus palabras son claramente palabras de Jesús.

Sus gestos –escandalosos, sobre todo, para ‘los más papistas que el papa’– están intentando ser gestos de Jesús: evangélicos, cristianos, humanos, sensibles, cercanos. Incluso, pareciendo “impropios de un Papa”: “¡Cómo se atreve a salir del Vaticano el Jueves Santo, rompiendo el ritual, y lavar los pies de mujeres, encima no católicas! ¡Dónde vamos a parar!”. (Dicho y escrito tal cual.) Y es que, como decíamos antes, la vida del papa es la que más debe parecerse a la de Jesús.

Y da la impresión de que también es evangélica –algunos dirían, jesuítica– su estrategia: “Sed sencillos como palomas y astutos como serpientes”. Está dando un ejemplo palmario de sencillez, de “ir a las periferias”, de “oler a rebaño”, de usar sus viejos zapatos negros, de no parecerse en nada a “los príncipes de este mundo”. Y, para el asunto más complicado –la reforma de la Curia, poner en orden a los Cardenales, y hacer transparente la Banca Vaticana–, no ha querido ser único protagonista: ha nombrado un equipo ­–con ocho de los más prestigiosos y variados cardenales–, que siempre cuatro ojos ven más que dos, y que una persona sola –por fuerte y sabia que se supusiera– no podría enfrentar.

“Pontífice” significa el que hace puentes o hace de puente: el Sumo Pontífice debe ser aquel que más ayude a cualquier ser humano –cristiano o no– a ‘cruzar el puente’ para ‘llegar a Dios’. Creo que Francisco está ejerciendo bien su tarea, su misión. (Aunque no quiera decir demasiado, en el último estudio demoscópico, ya ha subido en algún punto la estimación general hacia la Iglesia Católica.)

Se puede pensar que está rompiendo con la tradición. Hay que caer en la cuenta, sin embargo, de que la auténtica tradición –del latín “traditio”, entrega, legado–, no es seguir lo heredado por el cristianismo de la inseguridad cultual o ritual del siglo II, ni del poder de los emperadores del siglo III, ni de la ideología sexual del IV, ni del boato de los príncipes del Renacimiento. El cristianismo tiene que ser fiel a la tradición, al legado, de Jesús, del evangelio. Un cristiano debe ser otro Jesús –II, VIII o MMXIII, en el cristianismo no hay ‘clases’–.

Un último apunte, que hace referencia al escudo de Francisco, muy parecido al que eligió como ‘Cardenal Bergoglio’, y altamente significativo de su sentimiento personal y de su objetivo vital. (Y un paréntesis de tonta erudición: ‘Bergoglio’ se pronuncia Bergollo, como ‘la malla rosa’, o ‘la frontera de Ventimilla’; me da mucha rabia que, en radio y televisión, se pronuncien perfectamente las palabras y nombres ingleses, y tan mal los italianos, franceses o alemanes.) 

El escudo azul aparece coronado por los símbolos de la dignidad pontificia, iguales a los elegidos por su predecesor Benedicto XVI. En alto, aparece el emblema de la Compañía de Jesús: un sol radiante, con las tres primeras letras del ‘Nombre de Jesús’ (JES: la H no es una hache, sino una E en griego). En la parte inferior se ve la estrella y la flor de nardo: la estrella simboliza a María, mientras que la flor de nardo evoca la figura de San José; dos devociones muy arraigadas en él. Y el lema está tomado de la homilías de San Beda el Venerable -s. VII-, comentando el episodio evangélico de la vocación de San Mateo: “Jesús vio al publicano con misericordia, y, eligiéndolo (“miserando atque eligendo”), le dijo Sígueme’.”

Muy parecido es un consejo de nuestro gran P. Arrupe: “Tenemos que sentirnos pecadores llamados”. Perdonados y elegidos. Y es que para Jorge Mario Bergoglio “la misericordia” ha sido el ‘lite motive” de su vida. Al ser creado cardenal por el papa Juan Pablo II, escribió: "Sólo alguien que ha encontrado la misericordia, que ha sido acariciado por la misericordia, está feliz y cómodo consigo mismo y con el Señor. La misericordia cambia el mundo, hace al mundo menos frío y más justo. El rostro de Dios es el rostro de la misericordia, que siempre tiene paciencia. Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejemos que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos instrumentos de esta misericordia".

Para terminar, dos sugerencias sobre la palabra misericordia. (En principio no tiene demasiado que ver con ‘piedad’, ‘lástima’, ‘perdón’ o similares. Y pedir a Dios que tenga misericordia de nosotros no tiene el más mínimo sentido cristiano.) Por un lado, es claro que proviene de un verbo griego, que en latín pasa a ser “misereor”, y que tenía un significado muy fuerte: “conmoverse las entrañas”. Dios es misericordioso, porque, siempre que ve el sufrimiento de un hijo suyo, se conmueve, ‘se le revuelve el estómago’. Y, por otro, hay quien dice que es la unión de ‘miseri’ y ‘cordis’: tener el corazón con los pobres, los más pequeños, necesitados, enfermos, marginados. En el fondo, el significado de los dos es el mismo.

Ser cristiano no es ejercer la misericordia por obligación, ni siquiera por lástima; y, menos, por ganarnos o merecer algo. Ser cristiano es la suerte de haber experimentado la misericordia, el amor, la pasión de Dios por mí; y dejar que surja de nuestro corazón –“cordis”–, como algo lógico –“justo y necesario”–, el agradecimiento a ese Dios Padre, mostrando la misericordia con nuestros hermanos, sus otros hijos, especialmente los más necesitados –“miseri”–.

Jesús es la imagen –el vídeo, la fotocopia: “El Hijo de Dios Vivo”, ‘la vida de Dios puesta en carne y hueso’– de Dios Padre; cualquier cristiano debe ser la imagen de Jesús. Tengo la impresión de que nuestro buen Papa Francisco nos está enseñando bien ese camino.


(Este artículo lo escribí en el primer número de "O NOSO LAR", 
tras la elección del papa Francisco.)
 
 

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lunes, 1 de agosto de 2016

'Editorial' para la última portada de "O NOSO LAR"


'Cervantes eterno'

Nos hallamos en unos tiempos, hermano Sancho, en que todos nuestros congéneres parecen estar absolutamente locos. Pocos somos los que aún mantenemos la cordura y la honorabilidad, de que están dota dos por el creador, sin excepción alguna, todos los seres humanos. Ni los políticos, ni los eclesiásticos, ni los progenitores, ni los licenciados, ni siquiera los caballeros andantes -¡y qué hemos de decir de los rudos escuderos!-, usan su materia gris, ni los comportamientos que ésta produce, de forma consecuente, ni sirven de ejemplo alguno para las pobres gentes que los miran y les siguen, pues no eso, sino virtudes excelsas dellos pretendieran aprender.

Los que habrían de ser ejemplo y espejo para los vulgares mortales se han convertido en un rebaño de bípedos de mal vivir, que sólo anhelan el propio beneficio, aun a costa de servir de escarnio y agravio  para  los  valores  ancestrales,  espirituales  y  eternos, que son los que hacen al hombre feliz y digno de ese honorable nombre.

De cualquier cosa se hace un instrumento de egoísmo propio o abuso ajeno: nadie quiere admitir que lleva dentro de sí, a la misma vez, un Quijote y un Sancho, un ángel y un demonio, una fuente de glorias, y otra fuente, igualmente propia y grande, de desastres y deshonras.

También has de saber, hermano Sancho, que el problema en este pícaro mundo es que los estúpidos están seguros de todo, mientras los inteligentes estamos llenos de inquietudes, y es más fácil engañar a alguien, que convencerle de que vive engañado.


("O NOSO LAR" es la revista de nuestro Colegio.)
 
 

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